Coronavirus: el desafío de los capitalismos asiáticos
La pandemia de Covid-19 vuelve a mostrar logros y desafíos de los capitalismos asiáticos. Como en otras oportunidades, la escala de sus problemas y de sus soluciones desafía la imaginación política en América Latina y en todo el mundo ¿Quién hubiera dicho hace unos años que, ante una crisis de este tipo, no íbamos a buscar respuestas en el Reino Unido o Francia, sino en China y Corea del Sur?
En este contexto de cuarentena mundial, el pensamiento político en América Latina tomó contacto con soluciones diferentes a las que encuentra en experiencias más familiares. Una de las cuestiones que recibió más atención es la del control digital. Muchos análisis expresan preocupación por la posibilidad de que nuestra libertad sea limitada por el uso gubernamental de tecnologías de información. Otros tantos porque eso ya está pasando. No se puede tener una idea precisa sobre esto si no advertimos, sobre todo reduccionismo y sobre toda exotización, que los regímenes políticos en Asia no son todos iguales. Taiwan es una democracia multipartidaria desde 1996. Singapur es un país con elecciones, gobernado por el mismo partido desde su fundación en 1965, con un parlamento con representación de un partido de oposición. Corea del Sur comenzó su transición hacia la democracia multipartidaria en la década del 90 y hoy diez partidos diferentes integran su Asamblea Nacional. Japón es una monarquía constitucional en la que el primer ministro es elegido por un parlamento, al estilo anglosajón. China tiene un gobierno de partido único, con autoridades regionales designadas por el gobierno central y con sistemas de consultas popular para decisiones locales.
Estar atentos a estas diferencias nos permite, por un lado, notar que en el este de Asia también las democracias con reglas similares a las de América Latina tienen políticas de seguimiento digital. Por el otro, advertir que ni siquiera en China hay alguien que tenga control total sobre la sociedad. Porque, sin que deje de ser cierto que el gobierno chino tiene reglas diferentes a las de las democracias, es fantasía que allá la población acepte cualquier trato del gobierno. Las muchas diferencias entre América Latina y China no tapan que también allá hay discusiones, mentiras, luchas internas, secretos y resistencias. En este sentido, una de las tareas más difíciles de pensar Asia contemporánea desde América Latina es dar en el clavo con la medida de las diferencias y las similitudes. Porque sin una calibración rigurosa de diferencias y matices corremos el riesgo de quedar abrazados a ideas gruesamente inexactas.
Una segunda cuestión a precisar es la relación íntima entre la revolución capitalista en Asia y eso a lo que en América Latina se le dice "neoliberalismo". Porque la oferta de fuerza de trabajo barata durante los años 80’s y 90’s fue un pilar del despegue asiático. Esa oferta de trabajo barato fue posible por el surgimiento de cadenas de producción globales que permitieron a miles de millones de trabajadores asiáticos participar en un mercado global de trabajo. Sin embargo, su incorporación al mercado de trabajo global expuso a los trabajadores de nuestras economías semi industrializadas a una competencia extremadamente áspera. Porque mientras los trabajadores de América Latina buscaban salvar el poder de compra que conseguido desde 1945, los nuevos trabajadores asiáticos ofrecían su fuerza de trabajo por muchísimo menos. Esta competencia es una de las razones que explican el estancamiento, cuando no la caída, del poder de compra de los salarios de los trabajadores América Latina, Estados Unidos y Europa. Para peor, los problemas que esta nueva división internacional del trabajo trajo en América Latina se montaron sobre un problema previo: el repliegue del Estado de Bienestar que había empezado a gestarse después de la crisis del petróleo de 1973. Para cuando tuvimos que afrontar los rigores de la competencia asiática, en América Latina -como en Estados Unidos y Europa- contábamos con Estados que proveían menos servicios que en 1973. La competencia asiática catalizó los mecanismos con los que se afrontó el aumento del precio del petróleo: optimización de la eficiencia, ajuste sistemático de los costos, competencia económica sin cuartel. El análisis de estos dos impactos echa luz sobre un aspecto, aunque crucial, poco presente en las discusiones latinoamericanas. Que la mejora de condiciones de vida que conocimos los latinoamericanos durante el siglo XX también se explica por la fortaleza del capitalismo de Estados Unidos y Europa sobre los países pobres de Medio Oriente, la India y el este de Asia.
Ahora bien, si se piensa el capitalismo, no puede quedar sin pensar el Estado. En esto también los modelos asiáticos ofrecen alternativas a las concepciones más presentes en América Latina. Pensemos dos figuras representativas: el Estado como obstáculo de la iniciativa privada; el Estado como una fuente de justicia distributiva. Ambas se fundan en el misma idea: entre Estado y mercado hay tensión, cuando no antinomia. Las discusiones sobre el este de Asia, por el contrario, ofrecen maneras de pensar al Estado y el mercado más en sintonía que en contradicción. Porque hay consenso sobre que los logros en esos países no hubieran sido posibles sin la colaboración entre empresas y Estado. El 5G chino y la industria automotriz japonesa; el éxito internacional del cine coreano y la inteligencia artificial taiwanesa; la reducción de la pobreza en China y la expansión financiera de Hong Kong. Ninguno habría visto la luz sin la colaboración estrechísima de Estado y empresas.
Todo esto dirige la reflexión a la última cuestión, verdaderamente cardinal: la desconfianza como fundamento de la política en Europa y América. La filosofía moderna expresó estas ideas con claridad meridiana. En términos epistemológicos, ahí están la duda metódica de Descartes. En términos políticos, ahí está el Leviatán de Hobbes. En Corea, en China, en Japón, por el contrario, nadie creería que la sociedad se funda en un contrato entre individuos, ni que los individuos preexisten a la sociedad. Desde esta perspectiva, la sociedad no está unida por la voluntad, el cálculo o el interés, sino por un lazo moral. Deberes y derechos no están definidos por un contrato acordado sino por una moral compartida. Vistas las cosas de esta manera, Estado y mercado son diferentes manifestaciones del mismo vínculo primario, uno que asegura que la armonía posible entre individuo y comunidad es posible.
El autor es licenciado en Filosofía, profesor en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de las Artes