Coronavirus: Cuál será la Argentina futura
Un chiste clásico habla de un cura joven oficiando su primera misa con la ayuda de un viejo sacerdote escondido detrás del púlpito. A la hora del sermón, el joven contó la historia de Lázaro: "....entonces Jesús dijo: Lázaro, levántate y anda, y Lázaro se levantó y andó". Desde atrás, el viejo sacerdote le apuntó: "anduvo tarado". Y el joven refirió con firmeza: "anduvo tarado un rato, pero después caminó normal nomás".
El chiste es una metáfora para la Argentina postpandemia. Vamos a vivir un par de años a los tumbos y luego continuarán las tendencias que venían siendo "normales".
Las más preocupantes son:
o El desequilibrio macroeconómico, con su correlato de inflación, una moneda que solo sirve para las transacciones –y no todas- y la carencia de un fondo anticíclico que nos proteja de los próximos –inevitables- shocks externos.
o Un 35% de pobreza e informalidad y 52% de pobreza infanto juvenil.
o Pocas empresas formales y competitivas y una pobre dinámica de creación de empleo privado y de nuevas empresas.
o .La falta de una política de desarrollo que tenga en cuenta los desequilibrios territoriales y por eso, el crecimiento de la pobreza en los conurbanos de las ciudades, y particularmente en el Gran Buenos Aires.
Estas tendencias se van a agravar. En diez o quince años los niños y jóvenes de hogares pobres de hoy van a haber reproducido la pobreza y, además, la sociedad va a ser más vieja. La política pública va a reaccionar con déficits presupuestarios, inflación, nuevos reperfilamientos de deuda y más impuestos para sostener a más ancianos y a más pobres. Con más impuestos, la dinámica empresarial y del empleo se va a debilitar más. Las provincias más pobres van a saturar el empleo público y el sobrante demográfico va a hacer crecer la pobreza de los conurbanos de las pocas ciudades productivas. El país va a seguir su decadencia.
Si algún lector cree que los políticos actuales o futuros van a modificar esas tendencias, se va a decepcionar: el oficio de los políticos es el de llegar o influir en el poder y mantenerse o avanzar en los estamentos de los gobiernos. Por más que tengan vocación de servicio a la comunidad, su oficio los obliga a defenderse de "operaciones" verdaderas o imaginadas y a concebir nuevas "operaciones" en contra de sus rivales, atender a sus seguidores más fieles, agrupar nuevos seguidores, conseguir prensa, halagar a los votantes, estar atentos a las encuestas y a sus líderes para colarse en listas de representantes, conseguir fondos (a veces de forma no muy santa), retribuir favores, juntarse con asesores para desentrañar el humor de los votantes y asistir a reuniones donde se juegan todas esas cosas y –a veces- políticas públicas, cuya condición es el corto plazo y la repercusión mediática. Es un trabajo agotador. En nuestro país incluye un discurso con tinte religioso que expresa una visión del mundo "exterior". Unos "creen" ser amigos del mundo y que con ellos "vienen" las inversiones. Los otros "creen" que el mundo es hostil y buscan aislamiento. Ambas son "creencias", ni hechos, ni evidencias.En emergencias recurren a buenos expertos que responden con eficacia. Pero la respuesta a las "urgencias" difícilmente pueda tener en cuenta sus consecuencias futuras.
Las ciencias políticas llaman a esa repetición: "dependencia del sendero" (path dependency). Tiene que ver con las normas –formales e informales- que gobiernan a la sociedad y a su clase política. Cambiar el "sendero" es una de las cosas más difíciles de los procesos de desarrollo económico. La buena noticia es que las normas se pueden cambiar y generar incentivos para alinear a los políticos y a la sociedad con el desarrollo. La mala es que ese cambio es improbable porque lo deberían generar los mismos políticos que están "acostumbrados" y "viven" del statu quo.
Sin embargo, la historia está plagada de cambios de sendero, hay dos ejemplos recientes destacables:
China, a partir de 1978, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping realizó un feroz cambio institucional que –al cabo de 42 años- convirtió a ese país en la segunda potencia mundial. El viejo sendero había condenado a China a 29 años de hambrunas, que fueron la continuación de dos siglos de decadencia. En el régimen dictatorial los protagonistas fueron las cúpulas del poder.
Otro ejemplo es el de países que después de años tras la cortina de hierro se sumaron a la Unión Europea y construyeron sus democracias junto con la adopción de las normas europeas que ordenan la gestión de la economía y el desarrollo económico. Estonia, por ejemplo, multiplicó por diez su PBI per cápita en los 31 años desde la caída del bloque soviético. La democracia combinó el consenso social con la voluntad política.
Construir las instituciones para la gestión de nuestra economía es un asunto pendiente. En nuestro país es difícil que los políticos –actuales o futuros- lideren esa tarea. ¿Quién y cómo construir los consensos sociales necesarios para arrastrar las decisiones políticas? Es la pregunta abierta.
Miembro del Club Político Argentino