Copérnico, los monos y la productividad
La Argentina debería analizar qué aprendizajes puede rescatar para volver más eficiente el mercado agropecuario
A lo largo de la historia, las ciencias han demostrado que para encontrar respuestas a problemas complejos en los que parecemos estancados es necesario romper con las estructuras tradicionales de pensamiento. La astronomía y la cosmología, para citar dos casos, nos han dado infinidad de ejemplos al respecto. Podríamos mencionar al incomprendido Nicolás Copérnico o, más actualmente, a los mecánicos cuánticos y sus teorías de los universos paralelos, quienes durante años fueron catalogados como especuladores fantasiosos y que hoy -gracias a la audacia creativa de sus puntos de vista- realizan grandes aportes para entender el universo. Sin embargo, no hace falta confinarse a la marginalidad intelectual para aportar visiones novedosas. También se puede hacer de modos menos radicales, pero igualmente efectivos.
En la economía, y en particular entre los estudiosos del desarrollo, se han realizado numerosos aportes en ese sentido. Al respecto, la contribución de un profesor que tuve en mis años de estudio y que actualmente es director del Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard, Ricardo Hausmann, tal vez sea uno de los más interesantes o, al menos, uno al que los argentinos deberíamos prestarle especial atención, ya que da una pista bastante clara de cuál puede ser una estrategia viable para aumentar la productividad de nuestra economía.
El académico -que hace poco estuvo en el país- desarrolló una teoría bastante disruptiva a la que algunos llaman de "los monos, árboles y bosques productivos", y lo hizo para tratar de entender cuál es el camino más eficiente al que los países han recurrido históricamente para alcanzar el desarrollo. Con ese objetivo diseñó varios gráficos complejos, pero que suele simplificar con una didáctica metáfora: cada unidad productiva de una economía está representada por un árbol y los empresarios por monos. Al comparar los gráficos de los diversos países, llegó a la conclusión de que para que la producción de una Nación tenga cada vez más valor, los "árboles" tienen que estar cerca unos de los otros (o sea tienen que tener muchas unidades productivas) para que "los monos" puedan saltar entre ellos con facilidad, en lugar de trepar cada vez más en un mismo tronco. En esos saltos horizontales - y no en la capacidad de trepar verticalmente- está la verdadera generación de valor para una economía.
Un ejemplo muy utilizado por Hausmann es el de Finlandia, un país en el cual existen una enorme cantidad de bosques. Él dice que, en un contexto como aquel, un "economista clásico" diría que se debe exportar madera. Por el contrario, un economista "del desarrollo tradicional" argumentaría que se debe agregar valor a la madera y vender, por ejemplo, muebles.
Los países con problemas de productividad, por lo general, desarrollan bosques poco densos y sus economías terminan siendo estáticas y de bajo valor agregado. En cambio, los países ricos y económicamente desarrollados poseen bosques con muchos árboles en donde los empresarios saltan de uno a otro generando cada vez más valor.
No obstante, Hausmann explica que los productos relacionados con la madera representan apenas el 20% de las exportaciones de Finlandia. Pero que igualmente ese producto es responsable de abrir un camino diferente y mucho más próspero hacia el desarrollo. ¿Cómo? El autor explica que cortando madera los finlandeses descubrieron que sus hachas y serruchos eran poco eficientes ya que perdían filo rápido. Eventualmente, comenzaron a producir máquinas más complejas para talar árboles y cortar madera. Luego se dieron cuenta de que también podían fabricar máquinas que cortaran otros materiales. Su próximo paso fue automatizar las máquinas cortadoras. De ahí pasaron a otras máquinas automatizadas (no sólo de corte). Entre deducción y deducción, un día, las máquinas automatizadas eventualmente terminaron en un gigante como Nokia. Actualmente, las máquinas de diferentes tipos constituyen el 40% de los bienes que exporta Finlandia.
Los países con problemas de productividad, por lo general, desarrollan bosques poco densos y sus economías terminan siendo estáticas y de bajo valor agregado. En cambio, los países ricos y económicamente desarrollados poseen bosques con muchos árboles en donde los empresarios saltan de uno a otro generando cada vez más valor.
La pregunta que surge inmediatamente es ¿qué hace falta para lograr ese tipo de "flora productiva"? La respuesta es clara: la coordinación del Estado. Es necesaria la elaboración de una estrategia nacional que fije objetivos y determine en qué ámbitos se puede ser más competitivo a nivel mundial, y que genere los incentivos y certidumbres necesarias para que esas unidades productivas puedan consolidarse.
En ese sentido, la Argentina no sólo debería pensar cómo le saca o agrega más valor a sus commodities, sino que debería analizar qué aprendizajes puede rescatar y estimular del proceso que nos ha llevado a ser tan eficientes en su producción. Cuáles son los árboles que podemos abonar -que hoy no son linealmente evidentes- pero que están cerca de ese gran árbol que representa para nosotros el mercado agropecuario.
Por eso, solucionar el problema de productividad de nuestro país implica, entre otras cosas, pensar fuera de los esquemas tradicionales. Pensar en cómo hacemos saltar más y mejor a los monos. En cómo aprovechamos esa riqueza oculta que es el valor del conocimiento que, en gran medida y tangencialmente, ya hemos desarrollado.