Convulsiones
Asistimos alelados a desfiles impúdicos de "presuntos" corruptos de todo tipo y color, vemos como cada gobierno que pasa se rasga las vestiduras culpando a la "herencia recibida" de todos los males, también hay que soportar las múltiples y eternas veredas rotas en la otrora divina Buenos Aires, llena de mugre, bolsas de residuos rotas y mendigos en las esquinas cuando no acampando en la vía pública por falta de vivienda mientras funcionarios quejosos con lo no está bajo su jurisdicción pero fanfarrones y ufanos con la labor cumplida de lo que les corresponde realizar y no realizan o, peor aún, lo hacen mal.
Como si todo eso no bastara hay que agradecer constantemente lo poco bueno que hacen y tienen la osadía de llamarnos desagradecidos cuando reclamamos nuestros derechos. Mequetrefes que la van de funcionarios meten la pata hasta el cuadril con declaraciones intempestivas y desafortunadas y cuando las críticas les caen como cataratas de improperios más que merecidos recurren al expediente remanido de "la campaña en mi contra", "esto es una operación mediática", "sacaron mis dichos de contexto, yo no dije lo que dicen que dije, lo digo y lo repito". Muchas veces, cuando ven que han hecho un papelón se refugian en el también socorrido ardid del "tengo derecho a pensar distinto y prometo no tomar represalias contra los que me critican porque respeto la libertad de expresión" ¡Dios mío, lo que hay que oír!. Mientras tanto arrecian las investigaciones periodísticas que se estrellan en el sólido muro de una justicia lenta en el mejor de los casos, corrupta en el peor o simplemente ineficiente.
Hay que esperar años para que alguien pague por los grandes males que cometen, a veces la espera es tan larga que los acusados se convierten en "pobres viejitos enfermos" y llenos de achaques que los resguardan de ir a prisión o simple y llanamente en difuntos. El tiempo todo lo borra, lo relativiza, lo esfuma y las generaciones más jóvenes ni siquiera saben sus nombres, apellidos y tropelías.
Los servicios secretos amparan con sus protocolos fantasmas todo tipo de iniquidades, asesinatos y complots, los paraísos fiscales protegen con sus reglas de "fidelidad" a sus clientes muchas veces evasores y lavadores de dinero mal habido, y los ajustes, aumentos de precio y despidos masivos que generan bronca y desempleo son la moneda corriente y la eterna pero desgraciada explicación de los grandes males que aquejan a las sociedades.
La educación está en baja aquí y en muchas partes de este atribulado mundo que crece en tecnología de punta, investigaciones científicas para prolongar la vida útil de las personas pero decae en el respeto de valores humanos y morales que no deberían ser relegados por la lucha por el poder de partidos y políticos a los que les sobran recursos y les falta sensibilidad social muchas veces confundida con populismo barato que pagamos muy caro.
No hay que olvidar el odio racial y religioso que empuja al fanatismo fundamentalista y que genera la perversa idea de "soluciones finales" que no son otra cosa que genocidios que, más allá de su crueldad, son de imposible implementación porque a cada intento de realizarlos le sigue la desesperante realidad de su recrudecimiento más temprano que tarde. A veces parece que la tormenta amaina y cierto período de tranquilidad anima a la reconstrucción de lo dañado. Así ocurrió después de la segunda guerra mundial pero ¿a qué precio? Hiroshima, Berlín arrasada, Europa hambrienta y millones de muertos ¿Es necesario?.