Convocar para construir
La fatídica historia de inestabilidad institucional que nace a partir del golpe de 1930 concluye en 1983. Creo que el principal mérito de nuestro gobierno fue la definitiva consolidación de las instituciones y la decisión de que no quedaran impunes los principales responsables de las violaciones a los DD.HH. cometidas desde el Estado o fuera de él. Después de 1983, la sociedad atravesó varias crisis importantes, pero a nadie se le ocurrió atentar contra las instituciones, y las Fuerzas Armadas, lejos de constituir un problema, contribuyeron a su solución. Ésta fue la demostración más importante del cambio cultural que se había producido en nuestra población. La democracia que hoy vivimos no es la que habíamos soñado, y creo que nos queda un vasto camino para recorrer dentro del marco de sus propias reglas. Se ha producido una suerte de regresión cultural; para muchos, incluso para algunos pensadores cercanos al Gobierno, no es demasiado importante el cumplimiento de la ley, lo que nos acerca a una suerte de anomia que, de perpetuarse, impedirá cualquier intento de construir una sociedad más justa con una movilidad social perdurable. Así como en el pasado se afirmó que la guerra es la continuación de la política por otros medios, hoy algunos creen que la política es la continuación de la guerra por otros medios, Así, quien no piensa igual es un enemigo al que hay que destruir y no un adversario al que hay que convencer. Nuestra sociedad corre el riesgo de dividirse en facciones, división alentada desde algunos sectores del oficialismo. El Gobierno se ha confundido con el Estado y se ha apropiado de él. A treinta años de la restauración de la democracia, nos queda una importante tarea: reparar los daños y convocar, como hizo Alfonsín, a los "socialistas de Palacios; a los conservadores de Pellegrini, y a los peronistas descontentos" a sumarse para construir una mayoría que, a través de las urnas, recupere para la Argentina la democracia plena que quisimos construir en 1983.