Contradicciones entre la trayectoria política argentina y el ideario presidencial
“¿Qué escucharemos mañana de tu presidente?”, indagó el lunes pasado una experimentada diplomática latinoamericana con casi 30 años en las Naciones Unidas. “Necesitamos que la Argentina se mantenga involucrada en las cuestiones más sensibles de la región y del mundo”. Luego de revisar en conjunto los temas más candentes, en especial la deriva totalitaria que vive Venezuela; la agudización del conflicto entre Luis Arce y Evo Morales en Bolivia, y el inédito enfrentamiento entre México y España por la decisión de la presidenta electa Claudia Sheinbaum de no invitar a la ceremonia de asunción al rey Felipe VI, afirmó: “Con Lula tan inclinado a fortalecer el vínculo con sus socios de los Brics (Rusia, India, China, Sudáfrica y, dentro de poco, nada menos que Irán, considerando que una delegación de primer nivel de ese país acaba de tener en Moscú una cumbre con Celso Amorin, el ideólogo de la estrategia exterior de Brasilia), la Argentina debería ocupar un papel medular en la región”. Le recordé que, excepto una breve visita a El Salvador para participar de la asunción de Nayib Bukele (cuestionado por organismos internacionales defensores de los derechos humanos y denunciado recientemente por sospechas de corrupción), durante sus diez meses de gobierno, Javier Milei no realizó ninguna visita oficial a nuestros vecinos, ni siquiera a nuestros socios del Mercosur.
Coincidimos en que América Latina está atravesada por fuerzas centrífugas que alejan ad infinitum el viejo ideario entre romántico y utópico de la “integración”. Por un lado, Brasil apuesta a perfilarse como un jugador global sin que eso se traduzca en una influencia en los asuntos de su hinterland (su impotencia ante los desastres de Bolivia y Venezuela lo ratifica, entre otras cosas porque algunos de sus principales socios estratégicos de los Brics se quedan con pingües negocios como consecuencia del fracaso terminal y de la venalidad de esos regímenes). Por otro lado, México está cada vez más integrado a las economías estadounidense y canadiense, a pesar de la involución institucional que implicó AMLO. Además, retomó la vieja tradición de cooperación y contención con los regímenes totalitarios de su vecindario: Cuba y Nicaragua. Su economía, cada vez más moderna y dinámica, contrasta con una política que experimentó una preocupante reversión que responde a una fórmula inesperada: el renacimiento de las peores prácticas del viejo PRI y el creciente predicamento de (y tolerancia hacia) sofisticados carteles de crimen organizado. El tercer país en materia de población, Colombia, sufre fuertes peleas políticas domésticas en el contexto del desgaste de un Gustavo Petro que cada día decepciona más.
Para peor, se resquebrajó el papel de España en la región: a las tensiones con México se suma el congelamiento de las relaciones diplomáticas por el conflicto entre Pedro Sánchez y Milei, y, sobre todo, su cuestionable papel en el fracaso de las elecciones en Venezuela. En especial, la participación del polémico José Luis Rodríguez Zapatero (expresidente de gobierno y con un extraño y visible peso, dadas sus credenciales, dentro del PSOE) y las negociaciones en torno al asilo político a Edmundo González Urrutia (no casualmente hubo un avance en los acuerdos entre Repsol y el gobierno de Maduro sobre la explotación de nuevas áreas petroleras). Así, existe una suerte de crepúsculo en la presencia de un país que fue clave en las últimas décadas, por su apoyo no solo en el proceso de democratización regional, sino también en el desarrollo económico y social. Todos los espacios se llenan: la influencia de China cada día se afirma más.
“¿Y la Argentina?”. Como de costumbre, nunca es fácil sintetizar qué pasa en nuestro país: siempre existe un matiz, algún elemento idiosincrático o una determinada zona gris que impiden una caracterización análoga o comparable con lo que ocurre en otras latitudes, aun considerando que el sistema internacional es cada vez más volátil, incierto, complejo y ambiguo. Milei se ve a sí mismo como un punto de inflexión en la historia del país, ya no solo contemporánea, sino con una perspectiva de larga duración: una restauración muy parcial del orden conservador, un regreso a los principios que “hicieron de la Argentina una potencia”, como si eso fuera posible en el actual entorno global y con los problemas que el país acumuló y que el Indec reflejó ayer con una tasa de pobreza muy similar a la de 2002. ¿Por qué “muy parcial”? En primer lugar, porque la ciudadanía estaba limitada por diferentes mecanismos de exclusión. Milei idealiza al país que aún no había implementado la ley Sáenz Peña, que consagró el voto universal masculino. En segundo lugar, ese era un régimen que estableció, consolidó y expandió la presencia del Estado en todo el territorio nacional. No se trataba de un gobierno estatista, sino estatalista. En tercer lugar, porque su ideología era fervientemente laica (a Julio Argentino Roca jamás se le hubiera ocurrido invocar a “las fuerzas del cielo”). En cuarto lugar, y no menos importante, el sistema político estaba basado en un conjunto de acuerdos políticos que incluían, entre otras cosas, un macizo proteccionismo de las producciones vitivinícola y azucarera, es decir, a Mendoza y Tucumán. Podría argumentarse que ocurre algo parecido ahora por ejemplo con Tierra del Fuego, pero el Gobierno se encarga de aclarar que se trata de algo transitorio y que, más temprano que tarde, pretende abrir la economía y cortar con esos esquemas. “Dicen lo mismo del cepo, y sin embargo…”, acota insidioso un economista para el que los mecanismos de represión financiera tardarán mucho en ser removidos.
En esta línea, no generó demasiada sorpresa el discurso de Milei ante la Asamblea General de la ONU, donde ratificó sus críticas al multilateralismo y a la agenda de futuro consensuada por 193 países. Sin embargo, cualquier riesgo de “aislamiento” en el que, de acuerdo con algunos observadores, podría quedar la Argentina sería, a lo sumo, retórico. En efecto, el país está en plenas negociaciones con el FMI, del que es el principal deudor y lo seguirá siendo por muchísimo tiempo. El propio Gobierno espera inversiones por parte de las instituciones financieras internacional, como el Banco Mundial y su brazo en materia de proyectos de inversión privada, la Corporación Financiera Internacional. “Es parecido a lo que ocurre en política doméstica: critica a la casta para luego sentarse a cenar con ella”, acota el ex-CEO de una de las principales empresas argentinas. “Se caracteriza por rectificar el rumbo luego del error, con costos personales significativos”, poniendo el fracaso de febrero de la versión original de la Ley Bases como ejemplo.
La diplomática de carrera no se alarmó por el estilo confrontativo del discurso presidencial en Nueva York, sino por su visión economicista extrema, en la que cualquier intervención del Estado es vista como expresión de una visión colectivista y socializante de un Leviatán global que busca regular e intervenir en la vida privada de las personas. “Varios integrantes de mi familia son fundadores del Partido Liberal en mi país, imaginate que nada más lejos de mis principios o preferencias políticas”, afirmó con un tono mordaz. “Hace tiempo que las democracias occidentales resolvieron esta tensión entre libertad e igualdad que tanto preocupa a tu presidente con los conceptos de bienes públicos e igualdad de oportunidades”. Y recomendó: “Hazle llegar los libros de John Rawls”. No es una mala idea.