Contra el pensamiento positivo
“Tengo cáncer y me dicen que debo ser optimista. Yo prefiero quejarme” escribió la periodista Annaliese Griffin en el New York Times del martes pasado. El de ella es un cáncer extraño. Sigiloso y difuso, habita en sus glándulas suprarrenales. Anneliese prefiere no canta victoria -todavía- y para su nueva normalidad no eligió el pensamiento positivo (tan de moda) ni el modo estoico del luchador espartano, sino el hablar abiertamente de las cosas que la molestan. “Quiero comprensión y cercanía, y compartir quejas conmigo es la clave”, propone.
La periodista de cultura se rebela contra aquelguión establecido para la persona enferma de cáncer. Dice disfrutar escuchando las quejas de sus amigos y parientes sobre sus hijos, sus trabajos y la situación económica. “Me siento como yo misma, no como la triste mamá con cáncer que solo puede pensar en su mortalidad.” En tiempos de felicidad tóxica y positividad obligatoria, Griffin propone una paradójica empatía en la queja, capaz de unir y dar amparo.
Y además:
¿Pensar positivo? La socióloga Eva Illouz llama “Happycracia” a ese control que la ciencia y la cultura de la felicidad ejercen sobre nuestras vidas. Según el filósofo coreano Byung-Chul Han, el exceso de positividad es el que produce una sociedad llena de individuos agotados, frustrados y deprimidos por el esfuerzo de mostrarse felices.