Contra el fracaso de la política
Recibimos de ella bienes tan escasos como la poca pasión que le dedicamos
Hay una edad en la que uno intenta reflexionar. O al menos siente la obligación de hacerlo. Llevo una vida enamorado de la política, con más tiempo en la frustración que en sentirme transitando el camino indicado. Me inicié en la política universitaria hace ya cincuenta años. Aparecen mis opiniones en las revistas de los sesenta, en el diario de la CGT de los Argentinos y en "La hora de los hornos", de Pino Solanas. Eran tiempos de dictadura para soñar la revolución. Pero antes de eso, como dirigente universitario, me equivoqué cuestionando a Arturo Illia por la falta de presupuesto sin tener conciencia que le era útil a una triste y mediocre dictadura. Con la llegada de Onganía se acaba la política universitaria y nace el debate y la devoción por la violencia. Un golpe que se anima a proponerse eterno envía a una generación al suicidio. Pasamos de debatir los precios del bar y los apuntes a leer el libro "Revolución en la revolución", de Regis Debray.
Desde el golpe del 55 al regreso de Perón en el 73, son 18 años de buscar una democracia obediente o una dictadura eficiente, con una secuencia lógica de fracaso alternativo. A los antiperonistas les toca analizar esos años vacíos, a nosotros hacer la autocritica que necesitamos. En el Perón que retorna en el 73 y la dirigencia de esos tiempos hay mucho para recuperar. El peronismo hace un frente electoral con los desarrollistas, los demócratas cristianos y los conservadores, y se produce el encuentro con Balbín como cabeza de la oposición, hechos que marcan el rumbo a un futuro de pacificación nacional. En el 73, la sociedad estaba madura y dispuesta a una democracia estable, Perón y Balbín eran los emergentes de esa síntesis, y el resto de la dirigencia acompañaba esa necesidad. Si en aquel entonces la violencia fue el impedimento para la estabilidad democrática, en el presente la negación de aquellos logros implica enamorarse del fracaso.
En el 73, la sociedad estaba madura y dispuesta a una democracia estable, Perón y Balbín eran los emergentes de esa síntesis
Puedo resultar reiterativo, pero estoy convencido que necesitamos criticar a la violencia que despreció a la democracia en aquellos tiempos, cuando ganaron los que pensaban que el poder estaba en la boca del fusil. Son demasiados los grupos y personas que hoy reiteran su ideología de confrontación y resentimiento, y frustran a un colectivo social que anhela lo que ellos intentan impedir. No son ellos los únicos culpables, actúan sobre la desidia y al apoliticismo de una sociedad convencida que la demencia o la simple exageración logran siempre imponerse a la cordura. Y una culpa permanente, a los sectarios y maniqueos los apasiona lo público mientras que al resto de la sociedad a veces los aburre y otras los irrita. No podemos pedirle demasiado a la política, recibimos de ella bienes tan escasos como la poca pasión que le dedicamos. La política ocupa el lugar de la descalificación y la queja, sin partidos terminamos votando por la viveza, marginamos la inteligencia y la propuesta. Elegimos y votamos por lo que nos ocultan y luego nos quejamos y frustramos por lo que se devela. Viajamos de frustración en frustración, depositando en la queja hacia los demás la energía que nos hubiera servido para la necesaria autocritica. Ni la política es mala ni nuestra sociedad es ingobernable, sólo una cuota exagerada de individualismo nos lleva a pensar en nosotros sin dejar un lugar para los demás.
Hay una culpa en la corrupción, pero no se resuelve sólo con ética. La ética tiene vigencia al servicio de una causa tanto como la corrupción acompaña siempre el ancho camino del oportunismo. Con objetivos claros puede haber debilidades, sin ellos sólo imperan los intereses. Cuando los que gobiernan sobrevivieron a varios cambios de rumbo ideológicos y los que votan soportan los fracasos, la relación entre votantes y votados está viciada de burocracia. Lo malo es que la política enriqueció a demasiados candidatos y funcionarios a la par que degradó a la sociedad. Fue sembrando la imagen de que era un simple camino hacia el asenso social de los elegidos.
Terminamos votando por la viveza, marginamos la inteligencia y la propuesta
Hace poco que votamos y ya son demasiados los que se arrepienten de su voto. No es grave que lo sientan, lo malo es que dicho sentimiento se reitere, que exprese una manera de relacionarnos entre nosotros. No tenemos partidos sólidos, este síntoma es el simple resultado de que la política ocupa el lugar del oportunismo oficialista o el resentimiento opositor. Con tantas idas y vueltas es necesario que le pongamos pasión al debate, que seamos capaces de enamorarnos de la política, sería la manera de que los gobiernos se conviertan en un camino de realización. Le ponemos pasión al futbol y logramos grandes jugadores y algunos éxitos colectivos, no nos interesa la política y nos molesta soportar sus fracasos.
Lo malo es que la política enriqueció a demasiados candidatos y funcionarios a la par que degradó a la sociedad
La política es el espacio que ocupa el poder y lleva en su seno la voluntad de mejorar la vida de los habitantes. A veces los logros colectivos hacen posibles y justifican los individuales, en otras, los burócratas parasitan la decadencia del conjunto. Tengo mi propia mirada sobre los años de la democracia y cómo distribuir las culpas y los logros, pero imagino que ningún ciudadano deja de ver, sentir y sufrir la decadencia de nuestra sociedad en los ya treinta años de elecciones. Desde las calles a los ferrocarriles, desde los barrios a los ciudadanos, todo tiempo pasado fue mejor, y no por nostalgia de mayores sino tan sólo por el fracaso de varias dirigencias.
Ni el liberalismo que privatizaba sin rumbo ni el estatismo que retorna sin contenidos, vivir a los saltos es asegurarnos el fracaso. Una moneda estable es el mejor reflejo de una sociedad capaz de forjar coincidencias, la inflación es el simple resultado de nuestra impotencia por armonizar proyectos y construir convivencia.
Ni el liberalismo que privatizaba sin rumbo ni el estatismo que retorna sin contenidos, vivir a los saltos es asegurarnos el fracaso
Si como pretenden algunos burócratas, el peronismo es tan sólo un partido del poder que sólo puede heredarse desde ese espacio, tenemos que asumir que la condición del poder es adaptar las ideas a su servicio. Algunos intelectuales y militantes mantienen sus lugares privilegiados a partir de un silencio que siempre oculta complicidad. Asombran sectores políticos y sindicales convertidos en rentables espacios de negocios. Nacieron de las ideas y las elecciones, hoy adaptaron su sobrevivencia a la mera conservación de sus ganancias. Y no soportan ni siquiera tiempos de conflictos, se adaptan a cualquier versión ideológica que les permita conservar sus nada ideológicas prebendas. Sus cargos dejaron de ser electivos, se eternizan a la par del ascenso social y económico de sus beneficiarios.
Algunos intelectuales y militantes mantienen sus lugares privilegiados a partir de un silencio que siempre oculta complicidad
La democracia necesita alternancia, en los gobiernos y en los sindicatos, en las legislaturas y en las universidades. La Presidenta considera leales a los que aplauden y enemigos a los que opinamos distinto. Ese personalismo exagerado fomenta las burocracias en la misma medida que debilita la democracia. Pareciera que la reelección es el camino que impide que nuestros políticos mantengan el respeto de la sociedad. Le paso hasta al mismo general Perón, lo dejó a Menem sin derecho a ser un digno retirado y nos enfrenta hoy con el enojo de vivir el final de un nuevo ciclo. Las burocracias se benefician a sí mismas, las democracias a sus pueblos. Estamos tan obligados a elegir gobiernos como a lograr que se alternen. Es la única manera de evitar la decadencia.