Continuidad o cambio
Con la relatividad que implica pretender sacar conclusiones cuando todo está aún tan en pañales, se podría deducir que lo que resultará de las elecciones de la segunda mitad de este año es si habrá continuidad en las políticas y la economía vigentes, o si se producirá un cambio hacia otra alternativa que aspirará a mostrarse superadora de la actual realidad. La situación de la economía debería ser el eje de los debates, si es que los habrá. Los problemas para el oficialismo no se circunscriben a encontrar candidatos electoralmente competitivos, sino con qué slogans, con que promesas encarará la campaña. ¿Estará en su propuesta una profunda reforma de la economía que apunte a reducir las distorsiones –como la inflación y el cepo– para propiciar la inversión, en concordancia con lo que son las banderas de la oposición? Temo que no. ¿O apuntará más bien a resaltar y defender las múltiples concesiones –por cierto, devaluadas por la inflación– otorgadas a la vastísima red de beneficiarios de planes, jubilaciones sin aportes, empleados públicos y subsidios de todo tipo?
A pesar de haber usufructuado de la década de mayor bonanza en la historia de América Latina, a eso se habría circunscripto la acción del kirchnerismo en estos más de 15 años detentando el poder. Y en reivindicar política y pecuniariamente a cuanta minoría hubiese plausible de atención. Amén de montar con fondos públicos un vasto sistema de militancia partidaria y otro de adoctrinamiento educativo para inculcar falsedades históricas y anticapitalismo. ¿Qué otra conquista podría atribuirse a su gestión? ¿La expropiación de la mitad de YPF, que se pagó más del doble de lo que vale hoy la empresa entera y a raíz de la cual pende sobre el país una multimillonaria demanda en los tribunales de Estados Unidos? ¿O la de Aerolíneas Argentinas, que pierde por año más del valor en que se vendió recientemente Air Europa? Con sus quebrantos podríamos haber comprado Latam y todas las líneas de América del Sur.
¿Qué tiene para exhibir y de que vanagloriarse? ¿Acaso de las ingentes sumas volcadas a la obra pública en la Patagonia con los resultados que todos conocemos? ¿O en haber montado una estructura de gastos que solo puede financiarse con emisión? Por eso la pobreza es del 40% y la inflación del 100%. En cambio, ha llevado al deterioro a los servicios públicos –donde la electricidad es solo una muestra–, las rutas, la educación, la seguridad, el sistema privado de salud, la cultura del trabajo y tantos otros campos. Por lo tanto, muy probablemente la campaña esté basada –y se limite a eso– en alertar a los votantes de los padecimientos que sufrirán a causa del “ajuste” que inevitablemente conllevaría la transformación que propone la oposición, más que en decirle a la sociedad qué camino tomaría en materia económica.
Eso implicaría por un lado admitir que el oficialismo (sea kirchnerista o peronista) estaría asumiendo una eventual derrota y se estaría preparando para ser la nueva oposición y boicotear ferozmente cualquier intento reformador de la próxima administración. También estaría insinuando que ante la eventualidad de conservar el poder, el plan de gobierno se ceñiría a continuar con el actual modelo “distribucionista inflacionario”, aun cuando encumbrados sectores del oficialismo critiquen sus resultados. La ilusión del Frente de Todos con un posible triunfo se sustentaría en que existe un sector de la sociedad que preferiría seguir con el actual modelo, ya sea que se adaptó a él, o más bien, que sienta temor por lo que le puedan quitar.
No debería descartarse el componente ideológico arraigado en muchos sectores. Además, son tantas las minorías que recibieron resarcimientos públicos –reivindicatorios y pecuniarios– que más allá de los comprensibles descontentos que puedan expresarse en encuestas, habrá que ver al momento de la elección dónde depositan finalmente sus preferencias. De todas formas, se presume que mucha gente votará a un candidato por lo que simboliza, más que por lo que proponga. La disyuntiva que tendrá pues el país a partir de diciembre consistirá en cómo se encarará la marcha de la economía, si se tomará el arduo y doloroso camino de propiciar la inversión que genere nuevos empleos y vaya mejorando los ingresos a fin de comenzar a reducir la pobreza, o si se continuará en el también arduo y doloroso camino que venimos transitando que consiste en sostener y ampliar las muchísimas “viandas” distribucionistas que caracterizan la gestión del kirchnerismo, que conducen indefectiblemente a más pobreza y al deterioro general del país, como se viene experimentando de manera contundente estos años donde se acabaron de dilapidar todos los recursos comunitarios.
Si el triunfo en las elecciones le correspondiera a la oposición, su gran desafío consistirá en “normalizar” la economía. Ello implicaría restablecer los basamentos elementales en que suele desenvolverse una economía capitalista de libre mercado, tal como sucede en Uruguay, Chile, Paraguay, Brasil y la gran mayoría de países que conviven con inflación de un dígito, libertad cambiaria y un cierto grado de apertura de la economía. Si lo lograse (cuánto mejor sería si además pudiese implementar alguna de las reformas estructurales que contribuyan a mejorar la competitividad del país) son tantos los sectores donde la expansión económica propiciaría un salto exponencial que traerá aparejado además de nuevos empleos y la disminución de la pobreza un mejor nivel de ingresos a la sociedad en su conjunto.
Si al cabo de 4 años de gestión no lograra al menos esos objetivos básicos, habrá fracasado y deberá prepararse para dejar el poder en el 2027. En cambio, si retrotrae la inflación al guarismo de un dígito y logra eliminar el cepo cambiario tendrá la reelección asegurada, más allá que pueda haber cometido desaciertos en otras áreas de gobierno. Es probable que para tener éxito en esos cometidos se deban combinar acciones de shock y otras de gradualismo. Si bien ha sido importante en otras instancias, el futuro político del país –su democracia y la república– se juegan esta vez más que nunca en el desempeño de la economía. Un eventual fracaso en ese terreno nos llevaría a un escenario de tal gravedad que pondría en riesgo la facultad de elegir electoralmente a nuestras autoridades, la división de poderes, la facultad al disenso, la libertad y los derechos humanos.
Un segundo probable campo de debate –si es que llega a debatirse cosa alguna– podría darse en el terreno de la seguridad. Nuevamente daría la impresión de que el oficialismo apuntaría a advertir a la sociedad de los riesgos que resultarían de la supuesta “mano dura” que aplicaría cualquiera de las alternativas opositoras. Atento a no apartarse de su ideología y su visión garantista es muy difícil que el oficialismo proponga algo que pueda asemejarse a los planes que se están insinuando desde la oposición. Ante estos posibles escenarios electorales, es de esperar que los aspirantes de Juntos por el Cambio u otras agrupaciones electorales se manejen con más habilidad y astucia que como vienen exhibiendo en la precampaña, haciéndole el juego a la estrategia oficialista.
Si bien de cualquier manera el resultado final eleccionario dependerá de muchos factores que aún permanecen indefinidos, por ejemplo, lo que acontezca en el país en los meses que faltan hasta las elecciones, quiénes resulten candidatos, cómo manejen sus respectivas campañas y los recursos que vuelquen en las mismas, es de anhelar que los votantes se inspiren finalmente en sus esperanzas más que en sus temores..