Consuelo de tontos
Los que ocupan roles en el Estado, salvo el Presidente de la Nacion y la linea sucesoria, no son más importantes que los adultos mayores o los trabajadores de la salud. No, no lo son. Que quede bien claro. Es así en el mundo. Y si así no lo fuera, lo indica el mas básico sentido común.
Aunque un decreto post escándalo muy “inclusivo” (paradójicamente firmado por una Ministra de Salud no vacunada y contagiada) tipifique y autorice la vacuna a funcionarios diversos y de distinto rango, todos esos vacunados no son esenciales.
Me pregunto por estas horas cómo hacen quienes hoy figuran como personal estratégico y no lo son para no vivir agobiados y atormentados por la culpa. Así estaríamos vos, yo, casi todos.
Me pregunto, además, cómo toleran el hecho de ser señalados, cuestionados. Un Verbitsky, un Zannini, el empleado del call center de la provincia o el pariente del Ministro. Cómo aguantan la mirada ajena, la condena pública. Cómo soportan, por ejemplo, que el vecino pueda mirarlos con sospecha o con desprecio. Cómo soportan que un familiar cercano los confronte con ese privilegio indebido, o, aún peor, que alguien muy querido tome distancia quizás para siempre.
¿Qué responden a las preguntas de sus hijos? “Acepté la vacuna porque soy más importante que un médico”. No me imagino a nadie dando esa respuesta.
Me intriga saber qué se responden a sí mismos, muy íntimamente.
¿Qué es necesario bloquear de la conciencia, anular, dejar de ver y hasta justificar para no sentirse un mentiroso, un aprovechador o una mala persona? ¿Para no ser carcomido por el remordimiento?
¿Deja secuelas acaso saber que esa vacuna que te diste no te corresponde? ¿Que quizás alguien que murió podría seguir viviendo? ¿Se siente algo de culpa o de remordimiento?
Hubo y habrá consecuencias políticas después de estas decisiones que desde el Estado privilegian a algunos sobre otros. Porque no todos somos iguales ante el virus, se trata de la vida y la muerte.
Pero también habrá consecuencias íntimas, de esas que quedan guardadas bajo siete llaves por quienes nunca asumirán el error ni pedirán disculpas. Angustias, tormentos, desasosiego.
“Mal de muchos, consuelo de tontos”, así dice el refrán popular.
La enorme mayoría de los argentinos elegimos este consuelo, ser los “tontos”, porque hacer lo que corresponde es lo que nos enseñaron nuestros padres. O porque, simplemente, nos hace bien.