Construir un Estado confiable
Para gobernar no alcanza con ganar elecciones. El gran desafío es convertir el Estado en un sistema confiable de debate, controles recíprocos y ejecución, capaz de ponerse al servicio de la sociedad para satisfacer sus necesidades. Sabemos que cambiar una maquinaria estatal en marcha es una tarea ciclópea, pero cuando -como ocurre en nuestro país- es una red oxidada de mecanismos desconectados o conectados al servicio de grupos eventuales, articularla y hacerla funcionar es una tarea casi sobrehumana.
Si la política es algo más que una lucha para ver quién manda, y de lo que se trata es de generar riqueza social, económica y cultural para hacer cosas que antes no podían hacerse, ese nuevo hacer necesita también cierta pericia. Sin embargo, los modelos mentales vigentes en nuestra sociedad sobre cómo dirigir esta organización llamada Estado parecen ser viejos o al menos irreales. En nuestra tradición caudillesca, de culto al coraje y desprecio por las leyes, habría sólo dos maneras de hacerlo, o por magia o a través de la obediencia acrítica a una sola persona. O lo dirige Papá Noel repartiendo recursos ilimitados o hace falta un mítico capataz de estancia para llevarlo adelante.
Para cambiar esa visión hace falta una verdadera revolución cultural. Nuestros modelos de mando son definitivamente viejos. Nuestras organizaciones, nuestras posibilidades y nuestros problemas van mucho más allá de lo que una sola cabeza, por brillante que sea, puede llegar a comprender. Es necesario construir un sistema tan complejo como la realidad que busca encauzar, donde distintos protagonistas y una pluralidad de voces e iniciativas puedan coexistir, potenciándose mutuamente.
Un Estado que no sólo pueda enfrentar lo que es necesario y previsible, sino que también pueda encarar lo imprevisto. En pocas palabras: un Estado confiable. ¿Es esto posible? ¿Hay algún modelo real que muestre la evidencia de la existencia de sistemas de gestión complejos y confiables donde muchas voces puedan expresarse y caminar a su propio aire sin crear un caos?
La respuesta es sí. Un prototipo cercano puede ser Internet, un buen ejemplo de cómo un colectivo puede funcionar, al mismo tiempo, en orden y libertad.
Surgió como una red de universidades, organismos de defensa, técnicos y oficinas gubernamentales. Aun en sus estadios iniciales, era un sistema que requería de actores muy variados y su dirección no podía descansar en forma exclusiva en alguno de ellos. El desarrollo del sistema involucraba y necesitaba de los saberes de todas y cada una de la partes que la componían.
La Web no fue construida por gente que tenía de antemano un modelo maravilloso, sino por personas que querían abrir posibilidades. En este punto estaba contenido todo un nuevo modelo de organización: una red basada en el conocimiento donde el poder no surgía de la apropiación, sino de la transparencia y de la utilización compartida del recurso, que se construía a medida que se usaba. Más que eficiencia, los arquitectos de Internet buscaron construir confiabilidad. La búsqueda de organizaciones confiables es cada más importante porque son cada vez más las organizaciones complejas en las cuales el costo de un error es potencialmente mucho más caro que lo que se podría ahorrar buscando sólo eficiencia.
Las centrales nucleares y los portaaviones también son ejemplos de organizaciones confiables que podrían ayudarnos a remover los modelos clásicos de organización.
Las organizaciones confiables están diseñadas para desarrollar una cultura que las lleve a reducir la ceguera inercial del "esto siempre ha sido así" y "aquí se hacen las cosas de esta manera". En cambio, desarrollan una gran preocupación por el error, no sólo no lo esconden, sino que lo ponen a discusión, dan enorme importancia a la ejecución de lo que se plantea, saben que el problema, más que ganar o perder, es hacer las cosas bien. Esto ayuda a que el sentido de responsabilidad por el conjunto sea más fuerte que los espacios personales.
Necesitamos construir un Estado eficiente, pero sobre todo confiable. Abdicar en esta búsqueda nos ha llevado a recaer en conductores inspirados y en órganos legislativos disciplinados que terminan costando caros. Es hora de pensar en el diseño y la construcción de un Estado confiable. En el que, más que crear futuros planeados, los diseños (las leyes) negocien, codifiquen y ordenen los cambios que la sociedad civil va construyendo, desde dos criterios simples pero irrebatibles: que todos sabemos que nos necesitamos mutuamente y que nadie podrá conservar derechos a los que los demás no tengan acceso.
Plantear estas miradas de diseño de sistemas de gobierno abierto en el contexto de destrucción en que se halla el Estado argentino hoy puede sonar absurdo. Sin embargo, tal vez sea en estas horas en las que hablar de nuevas posibilidades tenga más sentido.
Director de la maestría en estudios organizacionales de la U. de San Andrés