Construir gobernabilidad tras otra derrota electoral
Si la mayoría de los sondeos y vaticinios de importantes funcionarios del oficialismo no fallan –como ocurrió en el pasado–, el domingo el FDT sufrirá otra dura derrota electoral. La segunda en solo 10 semanas. Sería la confirmación de lo que muchos integrantes de la coalición gobernante sospechaban: por cuarta vez consecutiva el kirchnerismo fracasará en una elección de mitad de mandato. En las dos primeras, pudo reaccionar con bastante rapidez y cierta destreza, como esos boxeadores que reciben un impacto, se recuestan contra las cuerdas y vuelven bailoteando al centro del ring para seguir dando pelea, disimulando el golpe.
En 2009 tuvo resto como para introducir cambios muy significativos en el sistema electoral (las PASO), modificar el financiamiento de las campañas electorales y regular de forma estricta el acceso a la publicidad en los medios masivos de comunicación. Además, estatizó la transmisión del fútbol profesional mediante el controversial programa Fútbol para Todos, como parte de la guerra contra el Grupo Clarín y para tener un “público cautivo” con fines propagandísticos. En 2013, si bien la caída implicó el fin del proyecto “Cristina eterna” y dio por tierra con las aspiraciones de modificar la Constitución para lograr la reelección indefinida, se implementaron algunas leves correcciones en la política económica (a cargo de la dupla Kicillof-Fábrega) para evitar costos políticos mayores y traspasarle al gobierno siguiente la responsabilidad de desarmar la bomba de tiempo de una economía con enormes distorsiones, incluidas la falta de reservas y una crisis energética absurda e infantil.
A su vez, el desempeño de CFK en 2017 mostró el naufragio definitivo de la utopía “autonomista” (ganar sin el incómodo peronismo como socio principal), que terminó reconvirtiéndose en un pragmático “si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él”. Ese fue el punto de inflexión para proceder a “indultar”, entre otros, a Alberto Fernández y a Sergio Massa y conformar con ellos una coalición electoral amplia y competitiva, con la que finalmente retomaría la senda del triunfo en los comicios de 2019. El formato, no obstante, era similar al que ya había hecho agua con ella misma como protagonista principal en 2008 y como febril opositora en 2001: un inestable y conflictivo presidencialismo de coalición. En estos últimos 22 meses, quedó ratificado que se trata de un mecanismo efectivo para ganar, pero no para administrar el poder.
Ahora el contexto se complicará aún más, pues a partir de la noche del domingo el FDT intentará resolver la dura cuestión de la gobernabilidad. ¿Podrá una vez más reaccionar con agilidad ante la adversidad para reinventarse e innovar en los planos político e institucional? ¿Tendrá el liderazgo, la destreza, el pragmatismo y las ideas como para hacerle frente a la inevitable crisis e impedir que su debilidad escale? ¿O se profundizarán las tensiones y los conflictos internos, que quedaron tan en evidencia luego de las PASO, al punto de precipitar una ruptura de la coalición gobernante, con la posibilidad de renuncias tal vez no del todo masivas pero trascendentales por el peso específico de los protagonistas?
Hasta ahora, buena parte del peronismo pergeña una suerte de “operativo retorno 2.0″: ya no se trata de un líder largamente proscripto, de un caudillo amado y temido ni del “primer trabajador”. Por el contrario, es el turno de la “comunidad organizada”: un conglomerado diverso y en algunos casos contradictorio de actores y colectivos dispuestos a “sacrificarse” para sostener a un gobierno que hasta ahora les fue esquivo, del cual estuvieron o se sintieron lejos, aunque hayan sido capaces de obtener o perpetuar algunas prebendas.
En particular, aparece primereando, lista para ser puesta en valor, una CGT que no logra remozarse, pero que al menos se exhibe unificada. Algunos longevos dirigentes siguen prometiendo un “trasvasamiento generacional” para permitir a los más “jóvenes” (la generación sub-60) asumir responsabilidades en sindicatos icónicos, todavía en manos de sus líderes históricos. Pero la resiliencia y la flexibilidad de la última corporación que sobrevive de la vieja Argentina (con los militares circunscriptos a su misión específica y la Iglesia Católica y los grandes grupos económicos con una influencia muy atenuada, los sindicalistas, aunque debilitados, continúan al menos con voluntad de tallar en las grandes ligas) quedaron de manifiesto durante la reciente visita que el Presidente le hizo a Luis Barrionuevo en la sede de la Uthgra (Unión de Trabajadores del Turismo, Hoteleros y Gastronómicos) en la Avenida de Mayo: un gesto de capitulación. Junto con la CGT, se alinean algunos movimientos sociales, sobre todo el Evita, así como la sempiterna red de gobernadores e intendentes bonaerenses que, en el contexto del decaimiento del caudal electoral original del FDT, continúan triunfando en sus respectivos distritos. ¿Alcanza con ellos para energizar a un gobierno tan desgastado, fragmentado y sobre todo falto de coordinación? A lo sumo, puede constituir una condición necesaria, pero de ningún modo suficiente: en un sistema hiperpresidencialista, y en especial considerando lo ocurrido desde el 10 de diciembre de 2019 hasta la fecha, la clave principal dependerá de lo que ocurra con el Presidente y su vice.
¿Está Alberto Fernández en condiciones de reinventar su liderazgo, comenzar a ejercer finalmente el poder, convertirse en eje del sistema político? Muchos creen que el daño producido por su paupérrima gestión, combinado con sus peculiares comportamientos autodestructivos (ratificados la última semana con sus inconcebibles declaraciones respecto de Córdoba), es ya imposible de revertir. Peores aún para la reputación del país son las claudicaciones en términos morales, como en el caso de la farsa electoral perpetrada el domingo pasado en Nicaragua. Sin embargo, la presidencia es una institución casi todopoderosa y tiene los recursos necesarios para que cualquier político al menos intente romper esta clase de círculo vicioso. Con un equipo de colaboradores acorde con la gravedad de la situación y un plan de gobierno apropiado, que dé cuenta de las demandas de la sociedad (sobre todo, inflación e inseguridad), con propuestas sensatas y validadas en experiencias exitosas, Alberto Fernández podría recuperar iniciativa, reposicionarse política y discursivamente y evitar pasar a la historia como uno de los fracasos más estrepitosos de esta etapa democrática iniciada en 1983.
¿Querrá, podrá, sabrá hacerlo? Sin determinación, coraje y una clara voluntad, sin duda será imposible. Pero si aun esos atributos, hasta ahora invisibles, sorpresivamente aparecieran en su carácter, una buena parte de la ecuación depende de lo que vaya a hacer Cristina. ¿Cuáles son sus prioridades, sus obsesiones, sus deseos? Importan menos los impulsos y los objetivos que ha tenido hasta aquí que la lectura, la crudeza y el pragmatismo que exhiba a partir del domingo a la noche. Una nueva derrota para ella y para sus dos posibles herederos (su hijo Máximo y Axel Kicillof) la dejará no solo aún más frágil, sino, sobre todo, con enormes dificultades en términos de la eventual sucesión. Típico obstáculo de los emprendimientos familiares. “Lo único que perdura son las organizaciones”, había afirmado Perón. Ni La Cámpora ni los otros núcleos que le son leales pueden sobrevivir mucho tiempo desconectados del presupuesto público. Cristina tendrá también que elegir cómo quiere ser recordada por la historia, cuando de nuevo sus proyectos para perpetuar su influencia naufraguen en un mar de votos que la prefieren lejos del gobierno.