Construir el consenso para un desarrollo productivo inclusivo
Actualmente estamos atravesando un tiempo histórico de cambios que alcanzan a la sociedad mundial: cambios de paradigmas que llevan a reformular viejas y nuevas preguntas, que obligan a repensar, a encuadrar y estructurar demandas a fin de intentar dales respuesta.
Hoy, un esfuerzo importante en buena parte de la humanidad y particularmente en nuestro país se realiza en orden a timonear con gran esfuerzo el presente, con, una gran inversión para reforzarse en él, volviendo una y otra vez sobre el pasado, como creyendo que en ese retorno al ayer se podrá encontrar el camino hacia un elusivo, indefinido, incierto futuro.
El pasado nos puede enseñar muchas cosas, pero este hoy nos obliga a pensar la sociedad que viene. Una sociedad profundamente modificada por el avance tecnológico, que incrementa la caída del PBI del mundo de la sociedad industrial, moviéndose hacia una sociedad de servicios y automatización, que conlleva la pérdida de puestos de trabajos de corte tradicional y como consecuencia “natural” al surgimiento de otros nuevos
Esto hace que se acelere la brecha entre los países más poderosos y los países más débiles, proceso que se da al interior mismo de las sociedades de los distintos países. Brecha que aumenta la desigualdad, al ritmo de la concentración económica que genera en lo social procesos de migración, de discriminación, por ejemplo. y en lo económico reconfiguraciones productivas de altos impactos medioambientales, que informan las luchas intra e interregionales, batallas que se libran a escala mundial.
Frente de esto, la pregunta es qué hace la dirigencia, cómo hace para resolver estos desafíos. Evidentemente nosotros estamos conducidos o somos parte, inmersos en una élite dirigente que en su conjunto sigue mirando por el espejo retrovisor de la historia y no se anima a enfrentar el devenir, con las nuevas demandas de la sociedad mundial.
Para colmo, el coronavirus opera como con efecto revelador: en ciertos casos dotando a los desajustes de dramática visibilidad y en otros, acelerando procesos exponencialmente. Aceleración de tiempos históricos que obliga a pensar más rápidamente.
Esto que afecta a las élites en general, interpela a la élite política en particular en tanto consideradas responsables de proponer sentidos, salidas alternativas. Y es que ella tampoco logra dar repuestas a las demandas emergentes de la nueva situación. Demandas encuadradas en el marco de democracia y libertad, que tanto se proclama pero no se construye ni garantiza.
Para dotar al proceso de un contenido valioso, la política y las prácticas de todas las elites dirigentes así como la sociedad en todos sus estamentos, deberán incorporar a la estética, al simulacro, al marketing político y al manejo táctico coyuntural, un pensamiento más profundo que mire el futuro. De lo contrario persistirá en querer resolver los problemas en un segundo, con el marketing, esto es con atajos mucho más cercanos a la magia o a la simulación que a la búsqueda y construcciones de realidades posibles, deseables, factibles y viables.
En una sociedad compleja, de asimetrías profundas y ganada por el escepticismo, esto genera irritación, descreimiento de los proyectos, y la convicción de que el engaño, la mentira, son parte constitutiva de esa realidad insatisfactoria que nada resuelve. Y que nadie lo puede hacer. Más aún, en un escenario en que el antagonismo entre las fuerzas sociales y políticas que –al menos teóricamente– pretenden expresarlas es tan fuerte, se torna decididamente muy complicado.
Pensar un posible abordaje de resolución es infructuoso sin otorgar centralidad en las definiciones sea en los diferentes países del mundo o en nuestro país en particular, a las dirigencias de toda índole.
La dirigencia política debe entender en primer lugar, que el desarrollo económico, el combate contra la desigualdad, la discriminación, y la superación de la crisis de representación, además de la prevención de las catástrofes ecológicas que se avizoran junto a sus secuelas, deben ser resueltas no solamente en el manejo coyuntural, sino con intervenciones coyunturales inscriptas en visiones y perspectivas de mediano y largo plazo. A esto alude precisamente lo que tanto se predica y tanto falta: políticas de Estado, que trasciendan el nivel discursivo y de las mociones de anhelo.
Entender cabalmente los cambios de nuestra sociedad, a la luz de las transformaciones operadas en la sociedad tecnológica mundial obliga a redefinir y redimensionar lo generado por la pérdida de puestos de trabajo tradicionales: la producción social de desclasados.
“Desclasado” o un término tan molesto, tan desagradable como ser los “excedentes demográficos”, producto del automatismo productivo, noción que se puede encerrar en un término de connotaciones mucho más graves: es que ya algunos teóricos hablan de los “nuevo descartados”.
Una condición humana inaceptable y cuasi inabordable, pero que obviamente se está produciendo.
Desigualdad
Entonces, propongámonos avanzar sobre el tema de la desigualdad. Porque generalmente se debate la pobreza. Pero ésta es una consecuencia. Siempre resulta más fácil el análisis de las consecuencias, porque permite echar la culpa a los otros en lugar de analizar las causas. Pero esta última tarea es ineludible si lo que se busca es encontrar soluciones de fondo para evitar seguir atendiendo las consecuencias.
¿Cómo generar un proceso de desarrollo social, económico, productivo real? ¿Cómo hacer para equiparar la fortaleza al sector público frente a un sector privado que cada vez se debilita más sobre todo en temas relativos a dar trabajo? ¿ Y cómo resolver, suturando, la tremenda grieta entre los “excluidos” e “incluidos” sin dar respuesta efectiva y sustentable a lo anterior?
Desde hace algunos años aparecieron en el firmamento de la política mundial organizaciones de “indignados” que sobre todo han tenido predicamento e incidencia productiva en los sectores de las grandes urbes (sobre todo entre poblaciones de pequeñas burguesías urbanas) y que han tenido una vida corta, de efectos e impactos muy fuertes, pero de duración muy corta.
A su vez, en los sectores populares y más humildes se han convertido en los “desclasados”, permaneciendo en el “mercado negro” o directamente fuera del mercado. Siendo exponentes etiquetados de la “nueva marginalidad” hacinándoselo en lo que antes se llamó “villas de emergencia” y ahora nombramos con el nuevo eufemismo como “barrios populares” o alguna cosa parecida. El problema sigue siendo el mismo, más allá de cambios de nomenclatura o nombre. La realdad no cambia con el cambio de nombre. Y se pretende confundir esto con hacer política simbólica.
En este contexto, ¿Qué camino deberían emprender las dirigencias para avanzar hacia la generación de un desarrollo genuino que sea capaz de incorporar socialmente a esos millones de personas -y sobre todo a los jóvenes- que se están quedando “fuera del sistema”? Queda a la vista que no alcanza con los planes sociales asistenciales, aunque los justifiquemos desde “el enfoque de derechos”. Sus beneficiarios terminan siendo organizados como movimientos de los sectores marginados, conducidos por referentes de pequeñas burguesías urbanas, que los usan como “masa de poder”, disponible para coronar su propio poder. Estamentos auténticamente incluidos en muy buenos discursos y relatos, con la sola productividad de que poco o nada cambie en el orden de lo real.
Entonces, un debate que deben darse las dirigencias remite a cómo incorporar genuinamente al modelo productivo-social desde el punto de vista educativo, de la salud y de la producción a estos millones de personas, seres humanos que están quedando ineluctablemente postergados, y rechazados por quienes pertenecen a los sectores para los que significa un serio esfuerzo económico sostener el esquema asistencial que configura un paliativo y no resuelve su situación.
El consenso y los acuerdos para lograr una situación de convergencia hacia un modo de desarrollo socio-productivo que incluya a estos sectores, debería comenzar por definiciones firmes en torno al planteo del modelo productivo, y desde la educación, qué hacer con lo que parece ser una nítida “pauperización” de la pobreza. Cómo tratar o no con quienes la conducen, favorecidos por la situación de dependencia económico–social que los conserva como “masa de maniobra” disponibles, para variadas cuestiones.
Si la dirigencia política no logra generar esto, pondrá en peligro la democracia, y su propia supervivencia, al deslegitimarse da su propia necesidad.
El replanteo de unir esfuerzos para esto resulta un imperativo esto es la obligación de los tiempos históricos. Exige capacidad de comprensión por encima de peleas circunstanciales de “palacio”, de la mera resolución “táctica” situaciones personales. Para esto habrá de atender a las grandes dificultades que erosionan la representación política. Consolidados modelos personales fuertes en las conducciones partidos políticos, espacios o movimientos, no recrean las disputas o el debate interno, vivificadores del surgimiento de ideas, de propuestas de dirigentes para la coyuntura. La aquiescente anuencia de los liderazgos fuertes, debilita aún más la representación y la acción política de cualquiera de los actores su conjunto, llámese partido, espacio o movimiento.
Si pone manos a la obra sobre estas cuestiones y en los sentidos señalados, el país tendrá posibilidades de ser en el mundo; en caso contrario, la dependencia, la decadencia, la caída, la frustración, el resentimiento, podrán desembocar en la multiplicación y exacerbación de indeseables situaciones explosivas.
Ex diputado nacional PJ-Córdoba