Construir autoridad presidencial y avanzar con el ajuste, desafíos de Milei
El problema de la gobernabilidad se desplaza ahora hacia la “factibilidad” de las medidas anunciadas: que un gobierno que apenas comienza a asentarse proponga un programa tan severo es un hecho muy inusual
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La preocupación por la gobernabilidad se desplaza ahora hacia la “factibilidad” de las medidas anunciadas. La razón es obvia: que un gobierno que apenas comienza a asentarse y en especial a construir poder proponga un ajuste tan severo es un hecho por demás inusual. Abundan la experiencia y las lecciones aprendidas de esfuerzos de consolidación fiscal implementados en contextos muy diferentes: en entornos políticos y económicas más arraigados y estables, por ejemplo, o al menos con otras anclas o fundamentos diferentes en términos de liderazgos, contención y recursos disponibles, tanto materiales como simbólicos. Este fue el caso de la última gran crisis europea, cuando países como Grecia, Irlanda o Portugal se vieron obligados a aplicar políticas de austeridad muy extremas, pero dentro del marco de democracias fortalecidas, que contaron con el respaldo del Banco Central de ese continente como prestamista de última instancia, más la solidez de la Unión Europea y, por las dudas, con la OTAN como salvaguarda eventual. Gobiernos como el de Carlos Menem, tan influyente para Milei, o el de Fernando H. Cardoso contaron con el apoyo de partidos políticos muy fuertes y de actores sociales vitales para reforzarlos cuando los costos de los respectivos procesos de transformación que vieron esos países se hicieron evidentes. Se podría trazar algún paralelo con el Perú del recientemente liberado Alberto Fujimori, excepto que pronto se convirtió en un régimen de facto.
Los contraejemplos, por su parte, generan inquietud. Raúl Alfonsín vivió una limitada tranquilidad luego del lanzamiento del Plan Austral en 1985, pero sus efectos iniciales, que permitieron que la UCR hiciera ese año una buena elección parlamentaria, fueron luego desvaneciéndose por la imposibilidad de avanzar con reformas más profundas debido a indecisiones propias y a múltiples vetos de un entorno crecientemente hostil, en particular por parte de la hoy todavía sonámbula CGT. Peor fue el caso de la Alianza, que no pudo corregir distorsiones macroeconómicas muchísimo menos desbordadas que las actuales a pesar de haber incorporado a una figura de peso y prestigio como Domingo Cavallo, que había obtenido el tercer puesto en las presidenciales de 1999.
Algo parecido hizo, desde el comienzo de su gestión, Milei, con la incorporación de la fórmula Bullrich-Petri al gabinete de ministros. El efecto no es similar, porque la coalición JxC se encuentra fragmentada y dentro de Pro aparecen posturas disímiles. Si bien el aporte en el área de seguridad y defensa no debe menospreciarse, el Gobierno se juega su reputación en el terreno económico. En ese sentido, si bien Luis Caputo cuenta con la silenciosa colaboración de viejos amigos “cambiemitas”, las dudas no terminan de despejarse a pesar de la oportuna aclaración de Santiago Bausili a los representantes del sistema financiero respecto de que no habían impulsado un plan de estabilización, sino un sinceramiento de precios relativos. “Condición necesaria pero no suficiente para encauzar la crisis”, reconoció un banquero. Nadie dijo nada en relación con cuándo anunciarían un programa más integral, quién lo estaría elaborando ni si habría apoyo externo para llegar a esa instancia con menos sobresaltos.
Muchas voces ya advirtieron que hasta ahora esto tiene más de impuestazo y licuación de gasto que de recortes efectivos a “la casta” o de reformas estructurales para modificar en serio el “régimen económico”, como la desregulación y las privatizaciones, que próximamente se dictarían por DNU. También hubo quejas por las postergaciones y desprolijidades en torno a la comunicación de las medidas. Algunos se preguntan para qué sirven las conferencias de prensa matinales del vocero presidencial Manuel Adorni si no se dispone de información ni de anuncios concretos. No es sencillo definir, influenciar o al menos sesgar la agenda mediática como todavía hace Andrés Manuel López Obrador en México o como lo hizo en nuestro país Carlos Corach en la segunda mitad de los años 90, como puede dar cuenta Jorge Capitanich en su último paso como jefe de Gabinete de CFK. ¿Cuál será la relación que el Presidente tendrá con los medios de comunicación, que tan bien conoce y desde los que se proyectó a la arena pública? ¿Se someterá a los cuestionamientos, sobre todo los más incómodos, que apunten a su giro pragmático o incluso a las flagrantes contradicciones en materia de política impositiva, comenzando con la reversión de Ganancias y los aumentos de las retenciones, y de política internacional? El candidato Milei prefería eludir entrevistadores potencialmente incómodos. ¿Tendrá, ahora que es presidente, una actitud más madura, ecuménica y democrática?
Algunos observadores se apresuraron a festejar la sesión del miércoles pasado en el Senado, cuando Victoria Villarruel consiguió que la mayoría no K de los integrantes del cuerpo designaran a las nuevas autoridades. No muchos temas polarizan a la Cámara alta de manera tan clara. Algo parecido ocurre en la Cámara baja. Sigue siendo un enigma la capacidad efectiva que el oficialismo tendrá para avanzar con una agenda que requerirá apoyos fundamentales de bloques plurales. Incluidos los integrantes de LLA, que muestran fracturas impensadas apenas iniciado este período y no solo en el ámbito del Congreso: en el camino quedaron “viudas y huérfanos” que habían acompañado al libertario desde sus inicios en la política. En este sentido, Milei se viene comportando de manera “típicamente peronista”, sacándose de encima a muchos que lo ayudaron a llegar al poder. “Hace rato que no me atiende el teléfono”, reconoce uno de ellos. Otros a los que les había ofrecido (y hasta ratificado en) cargos claves no figuraron luego en la discusión final. En su rápido periplo hacia el pragmatismo extremo pueden identificarse modos del primer Perón, que luego de llegar al poder en 1946 desarticuló al Partido Laborista con el que había ganado las elecciones y metió presos a los dos líderes que habían organizado el 17 de octubre: el sindicalista telefónico Luis Gay y su colega carnicero Cipriano Reyes. Mirando ese espejo, los desplazados de esta hora recibieron un tratamiento mucho más civilizado. También Néstor Kirchner en 2003 intervino Santiago del Estero, entonces en manos de Carlos Juárez, quien, a pedido de Eduardo Duhalde, fue el primer gobernador en armar un acto en apoyo a Kirchner, que transmitió en directo Crónica TV, cuando el santacruceño apenas superaba el 3% de intención de voto. Enseguida fue por el propio Duhalde, a quien derrotó en 2005 a través de la competencia entre Cristina y Chiche por la senaduría de la provincia de Buenos Aires.
Más preocupante es la concepción de que el resultado eleccionario implica un apoyo de la sociedad argentina a un nuevo contrato social. La tradición contractualista, desde Jean-Jacques Rousseau en adelante, implica un debate sobre las reglas que luego se plasma en marcos formales o informales, como una Constitución. Una elección es nada más ni nada menos que eso, en especial si consideramos que en la primera vuelta Milei obtuvo menos del 30% de los votos, el mismo guarismo que en las PASO. Ojalá la sociedad quiera y esté dispuesta a pagar los costos de un cambio profundo de régimen económico y político, pero eso requiere un debate mucho más profundo, plural y específico sobre los múltiples mecanismos que eso implica.