Las consecuencias y los desafíos del 1-A
La marcha del 1-A se produjo en el momento justo. Precisamente, cuando el gobierno de Mauricio Macri sufría una sostenida caída en la opinión pública en la aprobación de su gestión y cuando las expectativas positivas sobre el futuro comenzaban a disminuir lentamente pero sin pausa. “Fue una caricia para el alma y una palmada en la espalda”, según la sentimental definición de la gobernadora María Eugenia Vidal. Sin embargo, en los más fríos cálculos de los estrategos políticos del macrismo, uno de los datos más relevantes es que los actos llevados a cabo en todo el país inducen a pensar que, en las próximas elecciones legislativas, tendrá lugar una polarización que favorecerá al oficialismo.
La movilización espontánea pareció devolverle legitimidad al Gobierno ante un escenario de conflictividad social creciente. Fue la contracara de seis movilizaciones masivas que, con distintos matices, expresaron su oposición a las políticas oficiales durante un mes en el cual se registraron nada menos que 500 piquetes en todo el país, más del doble de los producidos en febrero último.
Esta singular competencia por ocupar la calle plantea varios interrogantes. El primero es si quedará espacio para una ancha avenida del medio entre el oficialismo de Cambiemos y la oposición kirchnerista, como postula Sergio Massa. La segunda pregunta es si, desde el Gobierno, puede celebrarse que, tras casi 16 meses de gestión, la sociedad siga estando fuertemente dividida y polarizada.
En el foco de las consignas y los cánticos críticos de quienes se manifestaron el sábado pasado en la Plaza de Mayo estuvo Cristina Fernández de Kirchner; en segundo lugar, Roberto Baradel y los gremios docentes. Ni Massa ni Florencio Randazzo, dos posibles competidores en las elecciones de la provincia de Buenos Aires, fueron siquiera mencionados. Como si nadie los tuviera en cuenta y en sintonía con los deseos de Jaime Durán Barba y otros asesores de campaña del macrismo, quienes quisieran que nadie se acuerde de esos dirigentes políticos. La estrategia de polarizar con el kirchnerismo está más presente que nunca. “La ancha avenida del medio de la que habla Massa exhibe muchos baches”, bromean hombres del gobierno nacional.
Desde los sectores del peronismo que impulsan a Randazzo como una alternativa diferenciadora del oficialismo y del cristinismo, pese a que fue ministro de Cristina Kirchner durante ocho años, se busca a toda costa desacreditar aquella polarización.
“La candidatura de Cristina Kirchner es funcional a Macri y por eso el macrismo quiere confrontar con ella”, expresó Fernando “Chino” Navarro, líder del Movimiento Evita y uno de los flamantes impulsores de Randazzo. “No queremos caer en la trampa del Gobierno de discutir pasado y futuro. Queremos discutir el presente”, subrayó Gabriel Katopodis, intendente de General San Martín y otro de los que también respaldan una candidatura del ex ministro del Interior y Transporte del gobierno kirchnerista.
Conocedor de la estrategia del macrismo de dejar “pegados” al kirchnerismo duro a quienes se planten contra las políticas del gobierno nacional, Randazzo se desvive, por ahora sólo a través de sus voceros, para persuadir a quien quiera oírlos de sus diferencias con Cristina Kirchner. Paradójicamente, necesitará de los votos kirchneristas si aspira a descollar en las elecciones bonaerenses. Un desafío complejo.
Cerca del massismo, también se advierten problemas. Se advierte allí una incipiente polarización del electorado y saben que eso puede matar al que está en el medio. “La sociedad sigue estando quebrada. La polarización es posible y quien se quede parado en el medio puede terminar impactado por las balas de ambos lados”, confesó el ex jefe de Gabinete kirchnerista Alberto Fernández.
No obstante, Fernández sostiene que es un error del Gobierno estar discutiendo la recuperación de la calle, en tanto que el hecho de que la sociedad no logre superar la polarización constituye una derrota.
En el seno del gobierno macrista, más allá de la euforia que desató la movilización del 1-A, no se deja de señalar que la competencia no puede darse en la calle, sino que se dará en las urnas y que el secreto del triunfo no estará en el poder de convocatoria callejero, sino en la eficacia de las políticas.