Conflicto universitario: el peligroso juego de fomentar violencia anunciándola
“Tenemos en claro que ellos (los estudiantes) atrás de esto van a ir con molotov, van a ir con una cantidad de cosas a propósito, para intentar ir in crescendo, y nosotros no vamos a permitirlo porque no somos tontos, sabemos cuál es su objetivo”, aseguró la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, en una entrevista radial. No conforme con su vaticinio, agregó: “Sabemos qué buscan. Lo que están buscando es algo muy pesado. Ellos tienen en la cabeza el modelo chileno, que fue el descontrol total a partir de un grupo de estudiantes, con revueltas, con muertos”. Una pena, porque si esa es la lectura que hace el Gobierno libertario del conflicto universitario estamos demasiado lejos de resolverlo.
Vale agregar que la comparación con el conflicto de Chile en 2019 no sería conveniente para el Gobierno ya que los chilenos desataron una revuelta social con 8% de pobreza, hoy es del 6,4%, y casi sin desempleo,. En aquel entonces se reclamaba por el aumento del transporte público pero enseguida se sumaron peticiones latentes simplificadas en más derechos e igualdad ante el Estado; por ejemplo, dejar explícitos en una reforma constitucional algunos derechos cercenados en la constitución dictada por la dictadura de Augusto Pinochet, como el acceso a la educación universitaria. Protestas que habían comenzado una década atrás con las famosas “marchas de los pingüinos”, donde jóvenes de escuelas secundarias exigían un trato igualitario apara acceder, sin aranceles, al sistema de educación superior, algo que finalmente consiguieron y lograron una explosión significativa en la matriculación en educación superior. El actual presidente de Chile, Gabriel Boric, es un emergente de aquellas protestas.
Decíamos, la comparación no ayuda al gobierno de Milei porque con un 53% de pobreza la situación social local es considerablemente peor que la de Chile en 2019, pero, y aquí es donde hay que prestar atención, con más del 40% de los alumnos universitarios provenientes de hogares pobres y con todo lo que representa la universidad pública como motor de movilidad social en nuestra historia. Que el conflicto se haya desatado en la comunidad universitaria no debería ser sorpresa, con la oposición atomizada y confundida, con los sindicatos esperando que el PJ resuelva su interna, es el único sector con capacidad de dar pelea, de demandar y poner en duda la veracidad de las máximas que imponen los libertarios, ya que el kirchnerismo pulverizó, con la cooptación partidaria, la credibilidad y la representación social de los sindicatos y las organizaciones sociales -sobre todo éstas últimas- que fueron protagonistas de la crisis de 2002.
En medio del debate sobre el conflicto, ya trasladado a la conversación pública, el gobierno hace alarde de su fortaleza, o al menos sobre algo que esgrimen como una necesidad y la sociedad demandaba, como es el orden público. El problema es cómo lo exteriorizan. En ese sentido las palabras amenazantes de Bullrich no ayudan porque entran en concordia con algunas manifestaciones violentas que hacen apología de la represión en manos del Estado de parte de militantes, comunicadores y supuestos intelectuales que aportan discurso al ideario libertario. Se pudo leer en las redes sociales, por ejemplo, a Nicolás Márquez, biógrafo del Presidente y uno de los intelectuales donde abreva su círculo más cercano, postear en X una foto sobre la toma de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional del Litoral, acompañada de una frase repudiable: “¿Vieron que al final ‘La Noche de los Bastones Largos’ no fue un error?” en alusión al 29 de julio de 1966, cuando la dictadura encabezada por el General Juan Carlos Onganía decidió desalojar distintas facultades de la Universidad de Buenos Aires y reprimir a las autoridades, los profesores y alumnos que reclamaban en defensa de la autonomía universitaria.
Es curioso, la ministra Bullrich tan perspicaz para detectar incitaciones a la violencia en el discurso estudiantil o en manifestaciones sociales con reclamos genuinos, como fue la protesta en favor de los jubilados, no se alerta por comentarios tan desubicados y violentos como hacen los suyos, porque lo de Márquez no fue lo único: se pudo leer en las redes sociales y escuchar manifestaciones públicas en distintas entrevistas a dirigentes, youtubers disfrazados de periodistas y comunicadores partidarios hacer apología del terror y la represión como solución a la demanda de la comunidad universitaria. No se puede soslayar que, más allá de la coincidencia en el reclamo, la universidad no es una única voz y no se puede identificar en una sola forma de protesta, como siempre existieron y existen grupos más radicalizados que otros, por eso hay que ser más responsable a la hora de declarar o justificar violencia.
La ministra de Seguridad entiende los momentos políticos, sabe de qué está hablando, es una protagonista importante de la reciente historia política argentina, conoce a casi todo el arco político por pertenecer a esos espacios en determinados momentos de su vida, fue peronista de izquierda, peronista clásica, menemista, ministra de la Alianza, fundó su propio partido, estuvo en la Coalición Cívica y hasta hace poco presidió Pro. Al igual que el tan criticado Sergio Massa, sus convicciones no parecen durar en el tiempo, y tiene todo el derecho a cambiarlas, pero adoptar una posición amenazante, asustar a la sociedad hablando de revueltas y bombas -sin antes actuar en consecuencia- cuando las tomas de las facultades con clases abiertas siempre fueron protestas clásicas del estudiantado desde el retorno de la democracia, aparece como algo desmedido, como una enorme irresponsabilidad. Mucho más si eso está acompañado de las manifestaciones de los acólitos del Gobierno, fanáticos con un discurso violento amparados en la misma violencia verbal que lamentablemente caracteriza al propio Presidente.
Las tomas de las facultades no caen bien en general en la sociedad y en la mayoría de los alumnos que no militan en ningún espacio político, pero forman parte del folclore universitario, a veces exagerado y otras veces como único recurso de protesta visible. Esto último parece estar sucediendo hoy, con un presidente que los agrede discursivamente, que los trata como delincuentes y no como estudiantes o docentes y viendo, muchos de ellos, cómo sus representantes parlamentarios -en las universidades se midió un alto porcentaje de votos para Juntos por el Cambio- cambiaron su propuesta de “defensa acérrima de la educación pública” y votaron en favor de sostener el veto al ajuste presupuestario. Ante tal desamparo, cuando los representantes fallan de manera tan evidente, quizás, y muy a pesar de gran parte de la sociedad que atraviesa uno de los momentos más duros de nuestra historia social, no quede otra opción que la protesta. Muchos recuerdan cuando en plena campaña electoral, hace apenas un año, Patricia Bullrich, candidata de Juntos por el Cambio, junto a su compañero de fórmula, el radical Luis Petri – ambos convertidos en ministros de Milei- posaba en la facultad de Derecho de la UBA y decía: “Necesitamos educación universitaria gratuita, calificada y preparada para enfrentar los desafíos del mundo que se viene. Hoy nos comprometimos a trabajar por eso con Luis Petri y 16 rectores de diferentes universidades del país. Sin educación no tenemos futuro, sin educación no tenemos nada”.
Todo esto en un contexto donde el debate que propone el Gobierno para hacer más eficiente la universidad pública se hace sobre mentiras y postulados ideológicos que rompen con una tradición, y se ensucia la discusión hablando del costo exagerado de los alumnos extranjeros, de la falsa tasa de pobreza que cursa en universidades públicas, sobre gastos de choferes que se desmienten con facilidad o sobre minimizar que con un 67% de pobreza en menores de 15 años ajustar en educación es un crimen y no una necesidad. Son todos datos amañados y posturas que buscan la provocación permanente.
La estrategia comunicacional del Gobierno, utilizar la falta de “auditorías” para justificar el recorte presupuestario, le rindió. Gran parte de la sociedad no quiere que el Estado gaste en vano y quiere que cada peso gastado sea auditado, y eso está muy bien, todos deberían acompañar esa iniciativa si es lo que verdaderamente se busca, incluso los protagonistas de las decisiones. El problema es que para el Gobierno “hay curros” (que hasta ahora nunca llevó a la justicia) en la universidad, pero no en la SIDE, dependencia que premió con más presupuesto injustificadamente, en los gastos de sus viajes -¿si Milei viaja al Reino Unido a reunirse con Mick Jagger lo pagará de su bolsillo o será un viaje oficial no auditado?- o en áreas cercanas a su competencia. Por algo se restringió el acceso a la información pública.
Directamente se expuso a la universidad pública, donde seguramente hay cosas para corregir y transparentar, incluso para denunciar e investigar, algo que los mismos estudiantes hicieron varias veces, como fue con la tercerización de servicios ¡hasta producciones televisivas!, para lo que se utilizaron algunas casas de altos estudios durante el kirchnerismo, todo eso fue un foco de corrupción de lo que aún se está encargando la justicia. Nadie duda de eso, pero no podemos dejar de lado que, al mismo tiempo, los diputados libertarios, asociados al kirchnerismo, frenaron esta semana por tercera vez un proyecto para democratizar los sindicatos favoreciendo a la burocracia sindical representada por decenas de dirigentes “obreros millonarios” que llevan décadas administrando sus gremios. El Gobierno eligió su enemigo, en este caso, optó por enfrentar públicamente a la comunidad universitaria y pactar con los sindicatos peronistas garantizándoles sus privilegios en contra de los mismos trabajadores. Signo de época, para Milei el “castódromo” funciona selectivamente y de acuerdo con su conveniencia.
Todo forma parte de un juego perverso, donde los funcionarios, por su responsabilidad institucional, deben ser más cuidadosos que el ciudadano de a pie con sus palabras, porque alertando sobre violencia al punto de presagiar “revueltas y muertes”, puede terminar provocándola. Ya vivimos este tipo de situaciones trágicas, aprendamos de nuestra historia, además, no les vendría mal recordar también que la mejor vacuna contra la violencia sigue siendo la educación.