Con patriótica contención y sin revanchismos
Ante el cierre de un ciclo marcado por un gobierno que alentó el enfrentamiento y la descalificación, el país debe encaminarse hacia una etapa de diálogo y de acuerdos, y mirar más al futuro que al pasado
El retroceso del kirchnerismo resulta inocultable. Hasta en sus cuadros más fanatizados se expande el temblor de la derrota. Terminan los años de sus excesos y arbitrariedad. En algunos de sus cuadros, como consecuencia de esta catástrofe, se enciende el anhelo de la venganza; también crece el anhelo por ocultar o lavar las manos sucias. Por negar la propia alienación, que es lo más difícil. Hacen cálculos, pergeñan nuevos derroteros, buscan salidas y escondites. Quienes son demasiado jóvenes o carecen de memoria suponen que la violencia les devolverá protagonismo. Épica. Ignoran que la violencia es el peor de los remedios. La Argentina la ha padecido y ya está cansada de ella. Cansada incluso de los discursos violentos. La mayoría quiere otro aire, con paz, progreso, inversión, trabajo, techo y seguridad reales. Quiere una gestión honesta y eficiente, no arengas narcisistas, amenazadoras y grotescas que se emiten con voz enronquecida.
Quedé mudo en un bar al escuchar que en la mesa vecina estallaban risas por comparar el final del kirchnerismo con las figuras de Calígula y Nerón. Un despropósito, sin duda. Pero tan grave que decidí escribir este artículo. Una "patriótica contención" nos hará falta a partir del cambio de gobierno que vendrá en contados días. La deberán practicar tanto el nuevo oficialismo como la nueva oposición. Ambos tendrán que ordenar sus tropas y disponerse a jugar en un tiempo diferente. En primer término, ni uno ni otro deberán apelar a la violencia. Por el contrario, sus líderes tendrán el deber de descalificarla con firmeza, con irrefutable convicción. ¡Basta de grietas y desencuentros estériles! Hará falta negociar, acordar, poner los ojos en el largo plazo. Quienes mejor se desempeñen en el esfuerzo por encarrilar nuestro país tendrán más posibilidades de futuro. Quienes lo saboteen pronto sabrán que se han saboteado a sí mismos.
La campaña sucia o del miedo giró en contra de sus autores. Ha sido el producto de la desesperación y se cae en pedazos. Fue un recurso nacido de la incapacidad para ser democráticos y entender que es buena la alternancia del poder. Por las redes circulan textos luminosos sobre esta lamentable campaña, como el que transcribo a continuación: "En lo personal, señora Presidenta, Macri no me asusta. Puede que no sea un estadista maravilloso ni el salvador de la patria. Pero ¿por qué habría de asustarme? Lleva años gobernando la ciudad de Buenos Aires y ¿qué hizo para que me diera miedo? En cambio, más me asusta cuando usted sale del país y deja a cargo del gobierno a su vicepresidente, con causas por corrupción. Me ha dado y sigue dando miedo la persecución a técnicos honestos del Indec, las amenazas abiertas o solapadas contra jueces y fiscales que no apoyan su «relato», y que usted y su círculo de fieles se hayan enriquecido indebidamente. (...) No olvide que, al jurar como presidente, aceptó la frase «que Dios y la patria me lo demanden». Quédese tranquila: se lo van a demandar".
Pero no de inmediato. Que primero reine la patriótica contención.
El final de este ciclo, con más defectos que virtudes, permite que irrumpan en la conciencia los recuerdos de escandalosos abusos. Pero no se deberá apurar a la Justicia. El cambio de gobierno influirá en todos los espíritus. Y la Justicia optará por el camino de su independencia. A partir de esa plataforma, el avance hacia la transparencia y la equidad serán irreversibles. Entonces comenzarán los desfiles por Comodoro Py. Y el desenmascaramiento de un "modelo" cuyo núcleo reza: acumular dinero y poder, más poder para tener mucho dinero, mucho dinero para multiplicar el poder. Pero todo esto sin apuro, sin torpezas. Como se repite que dijo Perón, primero será la patria, después el partido y por último los hombres. Con calma, paso a paso. Igual que un médico frente a un paciente con graves y complejos trastornos.
Si le tocara a Macri encabezar el nuevo gobierno, con la experiencia recogida durante sus años de gestión en la ciudad de Buenos Aires se esmerará por mantener -y acrecentar- los éxitos que atesora: un crecimiento sostenido, sin parálisis económica ni conflictos sindicales, a pesar del sabotaje kirchnerista. Realizó obras notables, puso en marcha la Policía Metropolitana, mejoró la educación, elevó el servicio en decenas de hospitales, agilizó la circulación callejera, multiplicó los espacios públicos, jerarquizó el abandonado Sur, enriqueció la actividad cultural. Y esto fue conseguido gracias a una buena capacidad de diálogo y la destreza para nadar en una Legislatura mayoritariamente hostil. Ahora deberá nadar en un Congreso plural. Sus miembros -en especial los opositores- deberán aprender a lucirse por las iniciativas positivas, no las del sabotaje. De lo contrario, el pueblo los repudiará.
Le herencia kirchnerista viene cargada de explosivos. Algunos podrán desactivarse rápido, otros no. Será necesaria una labor conjunta de casi todos los ciudadanos para entender que nuestro país fue objeto de un sistemático robo. Que se vaciaron las arcas. Que se solidificaron la pobreza y el desempleo mediante la trampa de los subsidios. Que se desactivó la inversión por el maldito cepo cambiario, ya que nadie pondría un dólar donde le cortarán la mano si intenta recuperarlo. Así de absurda fue esa medida. Como fueron absurdas tantas otras. Tantas, que forman listas imposibles de reproducir en una nota.
Pero la Argentina es un país de novela, como vengo pregonando desde hace mucho. Es decir, tiene la capacidad de generar sorpresas y alcanzar un final inesperado. También de mantenernos con la respiración agitada mientras avanzan los capítulos. Nuestra contribución consistirá en avivar la esperanza y la alegría que empezó a despuntar hace tan poco. Abrazarnos al proyecto común de sacar el país adelante. Mostrar que somos capaces de asociarnos tras medidas sensatas. Para que lleguen masivas inversiones que aumenten los puestos de trabajo. Y llegarán porque habrá un Indec profesional y confiable, porque reinará la legalidad, porque no se tolerarán trampitas a la Constitución, porque no se usará Fútbol para Todos con fines de propaganda oficial. La educación será motivo de un progreso notorio, como se ha logrado en la ciudad de Buenos Aires. La Argentina volverá a ocupar un sitio de admiración en el mundo, como lo tuvo a principios del siglo XX. Se ha dicho que los argentinos queremos ser como Messi, pero somos Maradona. Convirtamos en realidad ese deseo. Seamos como Messi. Sólo depende de nosotros.