Con los chicos, más empatía y menos desborde
El 25 de abril se conmemoró el Día Internacional de la Lucha contra el Maltrato Infantil, y dadas las circunstancias de tanta hostilidad que estamos viviendo, es oportuno compartir una reflexión. El propósito es sumar en el acompañamiento de los chicos en este momento, sobre todo para los que están en casa una vez más, y después de un año tan difícil. Acercarles una llamada a la templanza, a reflexionar sobre una crianza con respeto, donde haya lugar para la diferencia, sin avasallar la individualidad del otro, sin ignorar o socavar las necesidades y espontaneidad de los niños.
Los niños aún no saben regular sus emociones, y cómo logren o no ese desarrollo depende muchísimo de nosotros como cuidadores. El estrés afecta la maduración del sistema nervioso central y el inmunológico. Las experiencias tempranas en relación a esto condicionan nuestra salud mental de por vida, así como en algunos casos, nuestra salud física.
El maltrato no es solamente la violencia física o la verbal, ni tampoco los abusos en cualquiera de sus formas siniestras o el trabajo infantil. El maltrato tiene muchísimos matices mucho más silenciosos e invisibles. Es violento castigar sin la palabra o sin la mirada, no respetarlo, ignorarlo, burlarlo, hacerle bullying, no escucharlo, la negligencia en sus cuidados, exponerlo a situaciones que no son adecuadas para él, el abandono, el sometimiento, exigirle cosas que están fuera de su alcance, el autoritarismo, entre muchas otras. Cuestiones que muchas familias lamentablemente tienen naturalizadas.
Recordemos que un niño es un psiquismo en constitución y que nosotros, sus cuidadores, somos las manos que lo modelan.
El aislamiento ha incrementado el maltrato infantil en muchas de sus formas, y al no haber escuelas y ante un menor contacto con el exterior, no tenemos quien denuncie.
Tratemos de no gritar, de contener. Siempre es mejor un abrazo que un grito. Si hay desborde, hablarlo en vez de actuarlo, de validar la frustración y lo difícil que es para todos lo que estamos viviendo. Nadie estaba preparado para esto. Seamos flexibles, demos espacios al diálogo y a la escucha.
Los padres o cuidadores no tenemos que ser omnipotentes, eso no sirve porque mostramos un ideal ficticio e inalcanzable. Si nos enojamos alguna vez, y no podemos controlarnos, es bueno pedir disculpas y explicar que hay muchos otros factores por fuera de ellos que nos ponen nerviosos y mal, y que ellos no son la causa de semejante desborde. Que nosotros perdamos el control alguna vez habilita a que ellos también puedan hacerlo. No somos perfectos, no exijamos hijos perfectos, acompañemos y aprendamos juntos.
No somos más débiles por expresar lo que sentimos, sino todo lo contrario. Así enseñamos el valor de decir lo que nos pasa, de registrar nuestras emociones y no reprimirlas. Ofrezcamos un lugar para sentir y donde apoyarse. Escuchemos. Construyamos ¨confianza¨ y los chicos entonces tendrán y buscarán la contención en su familia. Sin juzgamientos ni censuras, pero sí con explicaciones y reglas claras. Esto no quiere decir que pueden hacer lo que quieran, aunque sí sentir lo que quieran y compartirlo, mostrarles que hay espacio para eso. Luego bajaremos la línea que nos parezca a cada uno, pero desde el respeto y la empatía, sin exigirles lo que no es posible. La contención son los famosos límites, es como una vasija que sostiene, que marca los bordes para que no ocurra el desborde. Aunque pueda ocurrir alguna vez.
Criemos desde el respeto, la escucha y los buenos tratos. El maltrato humilla, ataca la autoestima, violenta, aísla, mancha su infancia y corrompe su salud mental. Intentemos educar desde el amor, aunque nos dé trabajo e implique más esfuerzo.
Psicóloga Clínica Infanto juvenil