Con la potencia de una nación próspera
Estamos viviendo, más que un tiempo de cambios, un cambio de tiempo. En medio de las turbulencias globales, nuestro país vive un proceso político intenso. Los frutos de este amplio y necesario debate pueden ser determinantes para la configuración de una nación próspera, con un firme liderazgo global. Los riesgos de posponerlo, un nuevo pasaporte a la frustración y a la pérdida de oportunidades. ¿Queremos los argentinos proyectarnos al mundo con toda nuestra potencia o autocondenarnos a la insignificancia marginándonos del progreso?
Los empresarios, nuestra voz, ideas y visión, son fundamentales en este debate. Es necesario reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia y el propósito de nuestras acciones. Sugiero ser guiados por la idea de generar bienestar con dignidad para la mayor cantidad de individuos, pero sin resignar la búsqueda de la excelencia, la ampliación de las opciones mediante mejores productos y cambiando el conformismo de cumplir con lo urgente con el desafío de conquistar lo importante. Es decir, colaborar para que las personas seamos mas libres, autónomas, empleables, emprendedoras, saludables y solidarias.
Lograr el desarrollo de esas capacidades requiere nuevas soluciones; las de ayer no necesariamente lo serán en estos nuevos tiempos. La dinámica de la globalización requiere empresarios y empresas más integrados al mundo, que participen de la dinámica de los flujos de capital, conocimientos y bienes, empresarios innovadores, productivos, eficientes y con un liderazgo que les permita construir el futuro; también de empresarios más integrados a los procesos sociales.
Las políticas industriales deben revisarse a la luz de las experiencias globales. En tiempos de flujos dinámicos, el proteccionismo debe utilizarse para facilitar las transformaciones con inclusión y no para conservar estructuras productivas poco competitivas que afectan a los consumidores. Las políticas deben ser acompañadas por una inteligente apertura de mercados en el marco de la reorganización mundial del comercio , integrados a la región y, desde allí, al mundo. Los nuevos tratados deben permitirnos vender productos diversos y no sólo materias primas. Pero consideremos seriamente que la deseada idea de agregar valor puede ser una utopía en un país que no pueda conectarse al mundo.
Ya se aprendió que la apertura de mercados boba no le sirve a nadie y que el proteccionismo automático priva a las sociedades de la franca evolución. Por eso los nuevos consensos requieren tanto nuestras capacidades como nuestra voluntad.
Los empresarios, además de las funciones propias de una empresa, como son generar riqueza y trabajo, pagar impuestos y cumplir con las leyes, tenemos nuevos desafíos. Durante las últimas décadas, a través de la filantropía, y en tiempos más cercanos, bajo el concepto de la responsabilidad social empresaria, dedicamos recursos y esfuerzos a tratar las consecuencias de los problemas. Los nuevos tiempos requieren trabajar más sobre las causas.
Hay que colaborar para crear un Estado de este tiempo, presente, al servicio de los ciudadanos, facilitador, generador de bienes públicos de calidad; debemos crear empresas de este tiempo, más transparentes y porosas, integradas a redes, liderando los procesos de transformación social, creando capacidades en los grupos de interés y trabajadores de este tiempo, más emprendedores, más productivos, dispuestos a transformarse y adaptarse a los cambios, con el sueño de ser dueños.
El denominador común de todos estos procesos es el conocimiento para integrarnos, para innovar, para incluir, para aprender, para vivir en un mundo donde la sustentabilidad esté asociada con el cambio y no con la conservación.
Tulio Halperin Donghi escribió sobre el proceso que dio origen a la generación del 80 llamándolo "Una nación para el desierto". Frente a las transformaciones de carácter global y los tiempos por vivir, esta generación de argentinos deberíamos plantearnos el desafío de construir una nación para el mundo.
Empresario, presidente de Grupo Los Grobo
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