Con la pelota envenenada y sin arquero
Los encargados de campaña de Daniel Scioli andaban esta semana con el alma inquieta. Tenían una obsesión nueva, cualitativamente distinta de ésas a las que parecen habituados, como el rol que podría tener Axel Kicillof en un eventual próximo gobierno o cómo resistir a los sutiles hostigamientos de Cristina Kirchner. La gran tribulación bonaerense es, desde el miércoles, una foto más o menos reciente que ya deambula en las redes sociales y que exhibe al gobernador sentado a la mesa y comiendo medialunas con Luis Segura, presidente de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), y Alejandro Burzaco, líder de Torneos, ejecutivo involucrado en el reciente escándalo de la FIFA por el pago de sobornos. No hay peor pesadilla que la generada por uno mismo: la imagen, que fue tomada el 24 de enero pasado y enviada enseguida a los medios por el propio equipo de prensa de la provincia de Buenos Aires, espanta ahora en La Plata, donde la imaginan publicada tamaño póster en todos los diarios o tapizando las calles en tiempo electoral.
Hay que decir que, por lo menos en esos escrúpulos, el kirchnerismo y Scioli se parecen bastante. No es casual que el candidato tenga en estos momentos 200 personas trabajando en cuestiones de comunicación. O que en algunos ámbitos del gobierno nacional estén pensando, por ejemplo, en intervenirle esa área a Julián Domínguez, el aspirante a gobernador que no consigue superar hasta ahora el 30% de nivel de conocimiento de los votantes. Imitar, más que innovar: intentan insuflarles a los equipos de Domínguez el profesionalismo y la sagacidad que sobran entre los marketineros bonaerenses.
Los alcances de la bomba que acaba de explotar en la FIFA son todavía incalculables en todo el mundo. Particularmente en la Argentina, país que no ha podido resolver todavía cuestiones de organización bastante más elementales como el ingreso del público visitante a los estadios, uno de nuestros récords mundiales: ése fue, entre otros, el tema de aquella reunión entre Scioli, Burzaco y Segura. "A partir de junio o julio comienzan a jugarse partidos de fútbol con hinchadas locales y visitantes, especialmente en los municipios que ya cuentan con policías locales", se entusiasmó el gobernador hace diez días. Mientras tanto, la sola posibilidad de nuevos reverberos del cimbronazo de la FIFA viene carcomiendo los nervios no sólo de funcionarios del Gobierno, sino de una porción importante de hombres de negocios. Desde ambos entornos admiten que lo que pasó esta semana en Suiza resultó, antes que nada, un hecho político que probablemente reconfigure muchas relaciones en múltiples sentidos.
Son suposiciones que van bastante más allá de si, con la investigación, la justicia de Estados Unidos podrá condicionar el futuro de naciones como Rusia o Qatar, sedes de los próximos mundiales: se trata de un salto cualitativo que acaparó aquí las conversaciones entre miembros del Grupo de los Seis, entidad que reúne a los sectores más representativos de la economía, y que consiste en el regreso de Estados Unidos, el país más poderoso de la tierra, a una posición de administrador de justicia mundial que, para colmo, resulta creíble. Algo así como un homenaje en vida a Joseph Nye, el prestigioso profesor de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard que acuñó hace más de 20 años el concepto de soft power: el modo en que un Estado puede incidir en el mapa de relaciones internacionales a través de aspectos culturales e ideológicos. Nye propone esa alternativa -ejercer influencia a partir de valores como libertad, justicia o república- en contraposición a la tradicional utilización de la fuerza militar de los Estados Unidos (hard power).
La incógnita será ahora dilucidar si se trató de una iniciativa aislada o si, por el contrario, el gobierno de Barack Obama ha decidido posicionarse en ese estrado. "La gran pregunta es por qué Estados Unidos decidió meterse en una ONG Suiza", murmuraba anteayer ante este diario un ejecutivo vinculado con el mundo del fútbol. Si se entiende como estrategia, es natural entonces que la cuestión perturbe en cámaras empresariales argentinas poco acostumbradas a tratar con el Poder Judicial más implacable del mundo. O a funcionarios que pensaban que con Thomas Griesa bastaba y sobraba. Un miembro del Grupo de los Seis dibujaba esta semana castillos en el aire: reflexionaba, por ejemplo, sobre la investigación que la Securities Exchange Commission (SEC), Comisión de Valores de Estados Unidos, lleva adelante sobre la renegociación del contrato de concesión en el yacimiento Cerro Dragón, que opera Pan American Energy en Chubut, o las causas de supuesto lavado en el estado de Nevada que involucrarían a miembros del poder. "¿Usted cree que Bulgheroni y De Vido anoche durmieron bien?", preguntó.
Hasta ahora, más allá de los involucrados directamente y con nombre y apellido, los primeros perjuicios parecen políticos antes que jurídicos. Será difícil neutralizar el impacto sobre, por ejemplo, Aníbal Fernández, candidato a gobernador bonaerense, influyente en la AFA a través de Fútbol para todos y el funcionario que asumió desde un primer momento la defensa pública de ese programa. El jefe de Gabinete, que definió en 2010 el gasto para transmisiones de partidos como "una mera transferencia contable, como si uno dejara dinero en el cajón de la cómoda y se usara el que está en el cajón cocina", dijo anteayer que el Estado podía pedir la intervención de la firma Torneos. Lo venía analizando la Jefatura de Gabinete desde la tarde del día anterior.
El asunto interpela aquí en realidad a una generación entera de dirigentes que, en vida, jamás cuestionó seriamente a Julio Grondona. Y compromete sin dudas a lo que quedará del kirchnerismo en los próximos años. Alcanza con consultar a empresarios de cualquier rubro. Son ellos, los encargados de pagar y enriquecerse, quienes admiten en voz baja que, en montos y en metodología, la corrupción ha proliferado en los últimos años acaso como nunca en democracia. Usos y costumbres que le valieron al billete de 500 euros un sobrenombre en la plaza financiera regional: "El Argentino". Así lo bautizaron, dada su proliferación local, lejos de los escrúpulos por sospechas de lavado. ¿Cuántos Charles Gordon Blazer, ex miembro del comité ejecutivo de la FIFA que decidió colaborar con la justicia norteamericana a cambio de una reducción de penas, podrían aparecer en la Argentina?, se preguntan en la plaza financiera local. "Imagine lo que podría ser ahora Boudou: ¡un Blazer azul con botones de oro!", sonrió el presidente de una cámara.
Hace diez años, cuando tuvo que lidiar con el caso Skanska, su primer gran escándalo de corrupción, la Casa Rosada contestó con una frase sugestiva: "Es un problema entre privados". La fórmula podría aplicarse calcada en todo el planeta futbolístico, con una excepción: la Argentina, único país del mundo donde este deporte es al mismo tiempo entretenimiento, negocio y panfleto propagandístico estatal.