Con la fuerza del poder moral
Es necesario revertir la naturalización de conductas que tanto en lo social como en lo político socavan la vida en comunidad
A lo largo de la historia, los grandes movimientos sociales surgieron y se desarrollaron a partir de la necesidad de dar respuesta a crisis de valores que padecía la humanidad, o una parte de ella. Es un rasgo común que es fácil advertir en el origen de las grandes renovaciones espirituales, como es el caso de las religiones monoteístas; de las transformaciones socioeconómicas más significativas, como por ejemplo la Revolución Industrial, o de los cambios políticos de gran magnitud, entre los que se podrían mencionar la Revolución Francesa y los procesos de independencia de nuestra América.
Actualmente, no son pocas las voces que se alzan para sostener que el mundo está atravesando una verdadera crisis moral, cuyas expresiones van desde lo personal y familiar hasta abarcar también, y principalmente, lo social, lo político y lo institucional.
Hace tiempo que observamos en gran parte del mundo, especialmente en los países latinoamericanos, una crisis de valores que se manifiesta en reiterados casos de corrupción, que llevan al escepticismo y hasta el descreimiento en la política de parte considerable de la población, a una menor participación ciudadana y, con todo ello, a una merma en la calidad democrática de la vida institucional.
Si bien muchos sostienen que a los políticos se nos debe juzgar por los resultados, lo que incluso ha llegado a pergeñar esa cínica frase de "roba, pero hace", lo cierto es que esos resultados jamás serán buenos si la acción política no está guiada y sustentada por principios éticos. El político que desarrolla su actividad con el objetivo de acaparar poder, para enriquecerse o con fines egoístas, no puede servir a la comunidad.
Quisiera destacar que esa crisis alcanza dimensiones culturales. En diciembre de 1990, siendo vicepresidente de la Nación, en mi discurso con motivo de la visita del entonces presidente norteamericano George Bush, resalté ya la pérdida de valores esenciales y el creciente proceso de deshumanización que sufre el mundo contemporáneo. Decía entonces que el reemplazo de las formas de producción y transmisión de la cultura por "nuevos emisores que endiosan el materialismo, el consumismo y el utilitarismo" llevaba a desplazar al hombre creativo y productor, con la consiguiente proliferación de males sociales. A esto se agrega la necesidad de una "revolución ética, que implica el desarrollo de los valores del espíritu", desarrollando un "poder, hoy adormecido, pero consustancial con el hombre: el poder moral".
Por cierto, no se trata de una cuestión novedosa, y mucho menos en nuestro continente. Hace casi dos siglos, ese gran patriota americano que fue Simón Bolívar propuso la creación del Poder Moral como institución destinada a la formación ciudadana y a asegurar que el acceso a los cargos públicos y su ejercicio estuviesen vedados a quienes careciesen de principios éticos. Su propuesta, formulada al Congreso de Angostura, que en 1819 iba a organizar constitucionalmente a los pueblos por él liberados, tomaba en consideración la experiencia histórica: "Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza, y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición". Y, con prospectiva de estadista, agregaba apuntando al porvenir: "Sin moral republicana no puede haber gobierno libre. Para afirmar esta moral he inventado un cuarto poder que críe a los hombres en la virtud y los mantenga en ella".
Sería bueno detenernos en nuestro país a reflexionar sobre esas palabras. Si en la Argentina contamos con la capacidad intelectual, con los recursos naturales, con todas las circunstancias para crecer y desarrollarnos, ¿qué nos está faltando? Posiblemente, la respuesta sea: una verdadera revolución moral.
La sociedad argentina ha sufrido y sufre casos de corrupción, de los que lamentablemente no está exenta ninguna sociedad. Pero, como sucede en general con el delito, la inacción o la falta de medidas adecuadas para prevenirla, sancionar a sus autores e impedir su reiteración, con el paso del tiempo han llevado a que la corrupción se transformase en un fenómeno casi estructural.
Con mucho pesar, observamos que en las últimas generaciones hemos perdido lo que hizo grande a la Argentina: los valores del trabajo, de la honestidad, de la familia, de la solidaridad. Una pérdida que nos ha llevado a muchos desencuentros sociales. Para evitar que se sigan ahondando, es hora de que desarrollemos en nuestro país un poder moral, para retomar la expresión de Bolívar, que nos permita construir una sociedad más equilibrada, democrática y republicana.
Es un convencimiento que extraigo de la experiencia y de la reflexión desde hace bastante tiempo. En Humanización o megabarbarie, mi libro de 2011, dediqué muchas páginas a tratar y reflexionar sobre el poder moral. Y todo lo acontecido desde entonces no ha hecho más que reforzar esa convicción y, en especial, la necesidad de hallar las vías para su realización.
Con ella se vincula, también, el esfuerzo que he dedicado a proponer un sistema de cogobierno con miras al futuro. Una política de este tipo, de acción mancomunada entre diversas fuerzas partidarias en favor de los intereses colectivos de la Nación, inexorablemente requiere un componente ético fundamental, un poder moral ya instalado y común a todas, que descarte la posibilidad de que sobre alguna de ellas sobrevuele la corrupción. A modo de ejemplo, recuerdo que cuando asumí como gobernador de la provincia de Buenos Aires, iniciando la primera práctica efectiva de una política de cogobierno en nuestro país, exigí a todos los funcionarios la firma de un compromiso ético, documento que se hizo público y reguló la conducta de todos mis colaboradores.
El tiempo transcurrido desde entonces ha permitido enriquecer con otras experiencias los mecanismos disponibles para ir concretando en la práctica el poder moral. Así, seguramente será necesario que de aquí en adelante incorporemos las normas de transparencia internacional, como lo hacen muchos gobiernos del mundo.
El poder moral debería abarcar a toda la política y la sociedad argentinas. Es necesario revertir esa "naturalización" de conductas que, más temprano que tarde, socavan los cimientos del edificio institucional y de la vida en comunidad.
Estoy convencido de que hay que retomar tradiciones y valores que hemos descuidado o, a veces me temo, incluso abandonado. Sigo creyendo que el ADN de la sociedad argentina está en la familia, en el espíritu de servicio y el esfuerzo del trabajo, que promueven y permiten que se desarrollen las virtudes humanas, las virtudes morales para que la sociedad crezca sana.
En síntesis, es necesario un firme compromiso con esos valores y crear sólidos mecanismos que aseguren su cumplimiento, asumidos por los políticos y la sociedad argentina en su conjunto, para que, ya sea individualmente o en un proyecto colectivo como es el cogobierno, todos estemos ceñidos por la fuerza del poder moral.
Ex presidente de la Nación