Con la complicidad oficial, Rojkés dice lo que siente
No se desprendió del inmenso y variopinto universo kirchnerista una sola voz no ya que criticara, sino que por lo menos pusiera en duda la actitud de la senadora Beatriz Rojkés de Alperovich, esposa del gobernador de Tucumán, José Alperovich, cuando trató de "vago de miércoles" y "pedazo de animal" a un comprovinciano que le había solicitado obras y maquinarias para que la zona donde vive no volviera a ser arrasada por las inundaciones.
Justo ante quienes poco tenían y encima lo habían perdido todo, la senadora también consideró, y se los hizo saber en tono de reto, que deberían agradecerle que se hubiese trasladado hasta el lugar de la tragedia cuando podría estar en una de las diez mansiones que dijo tener.
Los Alperovich pertenecen al círculo de gente muy allegada a la Presidenta y muy querida por ella. Tanta es la consideración que Cristina tiene por ellos que, en 2013, no dudó en ordenarle a su tropa del Senado que ungieran a Rojkés de Alperovich como presidenta provisional de la Cámara alta, colocándola así segunda en la línea de sucesión, un puesto que por esos tiempos cobraba una importancia singular debido a que nadie sabía qué pasaría con un vicepresidente que moría políticamente y empezaba a tener cuitas con la Justicia.
¿Es posible imaginar ahora una escena en la cual la Presidenta estuviese ordenando que dentro del kirchnerismo no se alzara una sola voz siquiera que cuestionara la actitud de Rojkés de Alperovich? Si así fue, efectivamente, ¿es posible que la supuesta orden de Cristina incluyera una adenda, según la cual la senadora tucumana debía ser arropada por gente del espacio? ¿O no hubo orden alguna y el arco oficialista todo, de cabo a rabo, supo perfectamente qué hay que hacer cuando alguien importante mete la pata?
Especialista en la defensa de causas perdidas, Aníbal Fernández rápidamente justificó la reacción de Rojkés de Alperovich: "Hubo un provocador que la fue a buscar; lo bueno es que se disculpó...".
De pronto, así como a Nisman desde el Gobierno se lo sigue matando, Cristian Bulacio, el hombre de El Molino insultado por la senadora y al que no le había quedado ni una de las pocas sillas que tenía, recibía sal en la herida. Todavía sufriendo por el agua, había sido tratado de vago y animal y, ahora, de provocador.
Sin embargo, el jefe de Gabinete esta vez se quedó corto a la hora de hacer los deberes y lo suyo terminó reducido a cenizas frente a la defensa de la senadora que hizo Gustavo Díaz Fernández, delegado del Inadi en Tucumán: "Betty es así, y eso nos gusta de ella. Que da la cara, dice lo que piensa y siente".
Ante semejante definición de Díaz Fernández y con Bulacio sentado en el banquillo de los acusados, casi ni hacía falta que tallara en la cuestión el mismísimo gobernador, pero igual lo hizo y habló para dejar en claro que él y su esposa son, como Francis y Claire de House of Cards, un verdadero equipo en las buenas y en las malas: "La veo cuando llega a la noche a casa y me dice que tenemos que ayudar a la gente y llora".
No debe de haber sido ésta la primera vez que el gobernador debió confortar a su esposa. Seguramente tuvo que hacerlo no hace mucho, cuando ella volvió arrepentida de haber dicho, tras la violación y asesinato de una nena de seis años, que "no podemos tener al señor Estado a la par de una familia que está borracha y permite que la criatura esté sola", o cuando volvió a su casa luego de creer que consolaba a una madre cuyo hijo adicto a las drogas se había suicidado diciéndole que por lo menos el chico ya no iba a estar más en la calle.
Los Alperovich ya habían sido noticia fuerte allá por mediados de 2013, cuando se conocieron fotos y videos que los mostraban por los Emiratos Árabes, paseando en camello, disfrutando de bailes de odaliscas y durmiendo en hoteles que, según deslizó entonces la senadora con esa sinceridad que parece brotarle desde lo más profundo de su alma, costaban entre 5000 y 20.000 dólares la habitación.
Si efectivamente dio la orden de hablar sobre Betty sólo para defenderla o, en su defecto, hacer silencio, Cristina debe de estar muy feliz de ver cómo le responden sus soldaditos, aun cuando se acercan vertiginosamente los días en que su poder sufrirá una gran merma, cualquiera que sea la arquitectura que arme para las elecciones de octubre. Pero la Presidenta debe de estar mucho más satisfecha aún si no hubo indicación alguna y la tropa se autodisciplinó y demostró cuán bien aprendió las lecciones de ciega obediencia debida que comenzaron con su difunto esposo y continuaron y se profundizaron con ella en el poder, con tal éxito que incluso hasta convirtieron en aplaudidores de primera fila en el Salón Blanco a empresarios que en ese mismo instante eran zamarreados por cadena nacional.
Orden de arriba o autodeterminación. No parece haber otras opciones en el medio y esto seguramente es más trascendente que la impudicia de la senadora Rojkés de Alperovich, porque viene a demostrar, una vez más, hasta qué punto la sumisión a la jefa y el miedo que ella provoca genera una parálisis que alcanza a jóvenes y veteranos, funcionarios importantes y de poco rango; legisladores, gobernadores, candidatos y aspirantes a serlo. Todos. Todos en una misma bolsa que no es justamente de gatos a juzgar por el orden que hay dentro de ella.
Si no fuera porque muchos de ellos, centenares, miles, manejan los resortes del Estado y se supone que deberían pensar y al menos poder decir lo que piensan, todo esto hasta podría ser visto como un divertido juego de títeres.
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