Con gobiernos no peronistas no hay que dialogar
En la previa del paro Pablo Moyano hizo un aporte muy interesante a la comprensión de la mentalidad peronista que inspira la protesta de hoy. Moyano no la emprendió en forma directa contra Milei, como podía esperarse, sino contra el peronismo moderado. Sus reflexiones fueron estas: “si venís del peronismo, ¿qué tenés que estar en una mesa dialoguista? ¿Qué vas a dialogar? ¿Te entrego el Banco Nación e YPF no? La reforma laboral ¿la mitad sí y la mitad no? Si sabemos que cada vez que viene un gobierno de derecha es para cagarnos”.
Se trata de un modo particular de entender la democracia: el que no es peronista es un enemigo, no importa demasiado cómo llegó al poder. No importan la legitimidad de origen ni la dimensión del respaldo popular que se tuviere ni la imagen positiva mayoritaria, nada de eso. Popular sólo es el peronismo, o sea el pueblo. Nadie más. Los otros, respetando el lenguaje moyanesco para no contaminar con suavizantes la hondura de su pensamiento, están “para cagarnos”. Puesta en boga en 2003 por el kirchnerismo autopercibido de izquierda, la nueva cartografía apelotona en “la derecha” a los no peronistas. Si alguien los confunde con las dictaduras militares mucho mejor.
Del peronismo anticomunista de los años cuarenta se llegó a este menjunje ideológico de hoy (peronismo “atrapalotodo”, según el sociólogo Ricardo Sidicaro), en el que los herederos de la burocracia sindical setentista, menos armados y más millonarios que sus antepasados, confluyen gustosos con la izquierda auténtica, los trotskistas y marxistas que Perón repelía.
Al decir que “si venís del peronismo” con los gobiernos no peronistas no se debe dialogar, Moyano parece haber alcanzado el sumun de la sinceridad. Pero en realidad está dejando una parte soterrada, la que se refiere al funcionamiento de la democracia. ¿Cómo sería una democracia sin diálogo? Cabe una sola respuesta: no sería una democracia. El diálogo es el único camino que se conoce para construir consensos. La Verdad Peronista Número Uno, sin embargo, habla de “la verdadera” democracia. “Es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”. Detalle tácito, pueblo y peronismo son sinónimos.
Hay que agradecerle a Moyano que haya refrescado la matriz política amigo-enemigo original plantada por Perón en 1945 (remake de unitarios y federales del siglo XIX), que el entonces coronel condensó con talento de creativo publicitario en el slogan “Braden o Perón”. Existe en verdad una colección de frases peronistas para evocar la ambientación doctrinaria del Movimiento: “al enemigo ni justicia” o “por cada uno de los nuestros caerán cinco de ellos” (“cinco por uno” abreviaban los Montoneros). Algunas frases tuvieron que ser recauchatadas porque el rodamiento las arruinó. Cuando Perón volvió en 1972 con la intención de pacificar el país retocó “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”. Pareció una buena idea reemplazar peronista por argentino, pero a juzgar por la tenaz lucha armada de la guerrilla peronista contra el gobierno peronista y por la Triple A que desde el estado peronista asesinaba a militantes peronistas, el retoque no mejoró las cosas.
Otras frases ni siquiera pudieron ser aggiornadas. Hubo que mandarlas a desguace. Como la que decía que “no existe para el peronismo más que una sola clase de hombres: los que trabajan”. Se le podría haber agregado que además de hombres hay mujeres que trabajan (también las había cuando se inventó este viril apotegma) pero arreglar la segunda parte y meterse con los que trabajan, los que no trabajan pero igual son dignos peronistas y los que reciben planes, en fin, hubiera sido flor de lío. Demasiado engorroso desde el punto de vista sintáctico hasta para inclusivistas fervorosos. Alguien todavía iba a pensar que el peronismo tuvo algo que ver con la generación de la marginalidad multitudinaria a duras penas sostenida por el Estado. Y con los lastimosos datos de la indigencia llegando al 10 por ciento y la pobreza por arriba del 40, si bien para los niños es del 56,2 por ciento. “Los únicos privilegiados son los niños”.
Reflexiones como las de Moyano resultan eficaces entre quienes sintonizan con el minimalismo retórico. Argumentos claros, sencillos, de bajo espesor, contundentes: los gobiernos no peronistas siempre te cagan. Con ellos no se dialoga. Se los combate. De mínima se les hacen paros nacionales. Y para quien ose inquirir por los costos institucionales de la intransigencia, para el que pretenda revolver conflictos teóricos con la democracia, siempre está el antídoto: se le espeta ¡gorila!, y listo. Gorila funciona como el crucifijo blandido frente al vampiro.
Nada de esto es nuevo, pero la extravagancia del presidente elegido hace dos meses así como su pertenencia efectiva a “la derecha” pueden inducir a pensar que el problema es Milei, su costado “loco”, su condición de outsider, la maldita ley ómnibus, el DNU inconstitucional, su tirria a “la casta” o su hermana mandona. Pues no. Moyano lo dijo clarito, conviene escucharlo: el problema son todos los gobiernos no peronistas.
En 77 años -desde que surgió el peronismo- van seis: Frondizi, Illia, Alfonsín, De la Rúa, Macri y Milei. Todos tuvieron su merecido. El peronismo los desestabilizó a su debido turno, si bien uno, el de Macri, consiguió completar el mandato. Bueno, el de Milei está en curso y sólo le tocó hasta ahora -en rigor, le está tocando- un paro nacional. Que no se impaciente, apenas lleva 45 días en la Casa Rosada, el 3 por ciento del mandato, ya vendrán más. El peronismo tiene el repertorio fraseológico preparado: “cuando los pueblos agotan su paciencia hacen tronar el escarmiento”.
Antes los presidentes no peronistas eran desestabilizados por el peronismo con el argumento -cierto- de que el Movimiento estaba proscripto. Arturo Frondizi (1958-1962), el primero, tuvo la singularidad de haber ganado con los votos prestados por el peronismo gracias al pacto con Perón (los frondicistas juran que sin el pacto hubieran ganado igual), lo que para nada inhibió las huelgas salvajes, bombas, petardos, incendios de trenes, plantas industriales, sabotajes. Los nacionalistas acusaban a Frondizi de bolchevique, mientras la resistencia peronista decía que el presidente los había traicionado y se había vendido al imperialismo.
¿Alguien creyó que Pepe Albistur estaba siendo original con su video golpista de hace tres días? En 1960 el periódico peronista Mayoría hacía la tapa con un título catástrofe: “Marzo será la tumba del régimen”. Frondizi finalmente fue derrocado en 1962 por haber permitido que el peronismo fuese a elecciones y ganara, entre otras, la provincia de Buenos Aires. Los peronistas celebraron la caída junto con los militares pese a que en muchos aspectos -la política petrolera, por ejemplo- había retomado la línea del último Perón.
Para resumir la posición peronista frente a Arturo Illia (1963-1966) nada mejor que las declaraciones que hizo Perón en Madrid el mismo día del golpe de Onganía. “Simpatizo con el movimiento militar porque el nuevo gobierno puso coto a una situación catastrófica -declaró el general a la revista Primera Plana-. Como argentino hubiera apoyado a todo hombre que pusiera fin a la corrupción del gobierno Illia. La corrupción, como el pescado, empezó por la cabeza. Illia usó fraude, trampas, proscripciones; interpretó que la política era juego con ventaja; y en política, como en la vida, todo jugador fullero va a parar a Villa Devoto”. A lo mejor hay que repetirlo: esto fue lo que dijo Perón sobre Illia.
El siguiente presidente radical, Raúl Alfonsín (1983-1989) padeció un obstruccionismo más metódico, los catorce paros nacionales que le hizo la CGT. En su primera experiencia como opositor tras una derrota electoral el peronismo estaba dividido. Una parte funcionaba dentro del juego democrático, mientras la pata sindical desafiaba la convivencia. La caída precipitada de Alfonsín fue una mezcla de responsabilidades oficiales por el descontrol de la economía con un empujón al abismo que le dio el peronismo triunfante en las elecciones de 1989. Muchas declaraciones de dirigentes peronistas de la época, sobre todo sindicalistas, parecen calcadas de las que se dijeron luego con aspecto de novedosas contra De la Rúa y contra Macri.
Incluidas las seis semanas y media de Milei, en total los seis presidentes no peronistas gobernaron el país durante 6863 días. Los ocho peronistas (incluidos tres reelectos) sumaron 14.802 días.
Los presidentes peronistas sufrieron dos derrocamientos militares, igual cantidad que los no peronistas. El peronismo logró completar (si se lo cuenta a Duhalde) ocho mandatos presidenciales. El no peronismo uno solo. Si Milei completara el suyo en 2027 sería apenas el segundo presidente no peronista con mandato cumplido en noventa años.