Con esperanza responsable
No ha pasado siquiera un semestre desde que las nuevas autoridades nacionales han asumido sus funciones. En poco tiempo se han llevado adelante numerosas iniciativas y se solucionaron graves problemas como la salida del cepo cambiario y el arreglo de la deuda con los holdouts, lo que permite crear las condiciones para atraer inversiones que generen más puestos de trabajo. Se respiran nuevos aires que abrigan expectativas favorables, aunque también es verdad que subsisten y nos aquejan dificultades estructurales en varias áreas.
La realidad del país nos mueve a exigir con prontitud soluciones que satisfagan múltiples inquietudes y necesidades. Los primeros cien días de "luna de miel" se agotaron, las dificultades nos apremian, y la inmediatez que parece dominar todas nuestras expectativas vitales nos predispone a querer ver los resultados ahora mismo.
Sin embargo, no debemos olvidar que hace apenas algo más de seis meses, en una histórica y novedosa elección de segunda vuelta, la ciudadanía decidió un cambio de gobierno.
El drama de la pobreza estructural, que se había agudizado tras la crisis de 2001, permanecía todavía irresuelto. El país estaba casi al borde del colapso. ¿Alguien puede en su sano juicio pensar que saldríamos velozmente de esta situación y en tan sólo unos pocos meses disfrutar de las mieles de la abundancia y la prosperidad? El presidente de la República ha dicho reiteradamente, tanto durante la campaña electoral como en estos primeros tiempos de su gestión, que los cambios no nos llevarían mágicamente en el corto plazo al bienestar deseado, pero que cada día estaríamos un poco mejor.
Aunque siempre podrá discutirse la oportunidad o pertinencia de alguna decisión, o si la comunicación es la adecuada, debe reconocerse que la actual administración parece manejarse con sensatez y racionalidad, con un equipo de gobierno que privilegia la eficiencia en la gestión, la capacidad técnica y la honestidad, lo cual no es poco a la luz de donde veníamos.
Por esta razón creo que en estos momentos corresponde fomentar lo que llamaría una "esperanza responsable". Tener la certeza y la aspiración de que viviremos mejor, pero que ello requiere un tiempo de camino en la buena senda. Esta actitud presupone de los ciudadanos una cierta dosis de paciencia y comprensión mientras los gobernantes muestren una diligente actividad para solucionar los problemas de fondo, diciendo la verdad, privilegiando el interés general y cuidando de modo especial a los más débiles. No se trata de vender la ilusión de que el mañana traerá por sí solo el crecimiento, sino de asumir que un futuro mejor será el fruto de sostener buenas y duraderas políticas.
Los clásicos enseñan que la prudencia es la virtud principal del obrar político, y ella debe ser ejercida principalmente por los que mandan aunque también por los gobernados. Tenemos derecho a exigir a quienes gobiernan una mejor calidad de vida para todos. Pero también corresponde, desde la prudencia política ciudadana, secundar la gestión de las autoridades dando lo mejor de cada uno desde el propio lugar de trabajo. No nos dejemos llevar por la crítica constante, y a veces maledicente, que nos conduce al desánimo. Tampoco se trata de dejar de defender los derechos que puedan verse amenazados a través de los medios legítimos que brinda una sociedad democrática.
Acabamos de recordar la gesta del 25 de Mayo y nos acercamos a la magna fiesta del bicentenario de la Independencia. Es un momento propicio para celebrar y reafirmar con un sano optimismo nuestro compromiso con el futuro y con el bien común.
Abogado y licenciado en Ciencias Políticas; procurador general de la CABA