Comunicador, ¿quién es tu prójimo?
Por Jorge Mario Bergoglio Para LA NACION
LA profesión de comunicadores y la tecnología de los medios de comunicación social permiten hoy llegar muy lejos y muy dentro del corazón humano, allí donde se toman las decisiones importantes. Esto se debe a la poderosa potencialidad de la imagen para penetrar, conmover, mover, motivar y afectar nuestra conducta. La imagen nos mueve, motiva nuestras opciones y decisiones. Organiza interiormente la estructura de significado y sentido de la existencia. A semejanza de la Palabra creadora de Dios, los comunicadores con la sola palabra pueden recrear o crear una imagen de la realidad. Y la tecnología actual globaliza y hace simultáneo este poder de la palabra.
Por eso es tan fascinante y poderosa la acción y la influencia de los medios en la sociedad y en la cultura. Pueden ayudar a crecer o a desorientar. Pueden recrear las cosas, informándonos sobre la realidad para ayudarnos en el discernimiento de nuestras opciones y decisiones, o pueden crear, por el contrario, simulaciones virtuales, ilusiones, fantasías y ficciones que también nos mueven a opciones de vida.
Los medios de comunicación social son hoy instrumentos principales en la creación de la cultura. Gracias a los medios, los comunicadores llegan a enormes audiencias. Me gusta categorizar este poder que tienen los medios con el concepto de projimidad. Su fuerza radica en la capacidad de acercarse y de influir en la vida de las personas con un mismo lenguaje globalizado y simultáneo. La categoría de projimidad entraña una tensión bipolar, acercarse-alejarse, y a su vez en su interioridad también está tensionada por el modo: acercarse bien o acercarse mal. En el ejercicio de los medios hay una manera de aproximarse bien y otra de aproximarse mal.
Teniendo en cuenta esto, entramos de lleno en nuestro tema con la pregunta: "Comunicador, ¿quién es tu prójimo?", que nos sitúa en el ámbito de la parábola del buen samaritano. La pregunta que nos hacemos es la que aquel escriba (comunicador) le hizo a Jesús: "¿Y quién es mi prójimo?" Como diciendo: "El mandamiento de amar es claro para todos. El problema se da en lo concreto: ¿quién es el que tengo que amar?" ¿Cómo se da la projimidad en el uso de los medios de comunicación social? ¿Cada prójimo individualmente, la totalidad de los hombres, los grupos...? ¿Puede darse simultáneamente un mensaje evangélico que no sólo sea altamente personalizado sino también "global"? ¿Cómo se ama a través de los medios?"
El hombre apaleado junto al camino
Aunque la imagen del hombre apaleado por los ladrones que quedó tirado al costado del camino apunta al proceder evangélico -ético y moral-, es lícito trasponer lo que se dice del bien al terreno de la verdad y de la belleza. Más aún, bien, verdad y belleza son inseparables cuando nos comunicamos: inseparables por presencia o también por ausencia, y en este último caso el bien no será bien, la verdad no será verdad ni la belleza será belleza. Actualmente hay una "mayoría invisible" de excluidos que están al costado del camino, apaleados y robados, ante los cuales pasan los medios de comunicación. Los muestran, les dan mensajes, los hacen hablar... Entra en juego aquí la projimidad, el modo de aproximarse. El modo de hacerlo determinará el respeto por la dignidad humana.
Cuando las imágenes y las informaciones tienen como único objetivo inducir al consumo o manipular a la gente para aprovecharse de ella, estamos ante un asalto, ante una golpiza. Es la sensación que se tiene muchas veces ante el bombardeo de imágenes seductoras y de imágenes desesperanzadoras. Sentirse bombardeado, invadido, conmocionado, impotente para hacer algo positivo son sentimientos equivalentes a los que se tienen en un asalto, en un acto de violencia, en un secuestro.
Y precisamente detrás de una estética desintegradora que instala la desesperanza de poder descubrir la verdad y de poder hacer el bien en común, es necesario saber discernir y poder desenmascarar la existencia de intereses políticos y económicos de algunos sectores que no apuntan al bien común.
Aproximarse bien implica comunicar la belleza de la caridad en la verdad. Cuando la verdad es dolorosa, y el bien, difícil de realizar, la belleza está en ese amor que comparte el dolor, con respeto y de manera digna. Contra todo sensacionalismo hay una manera digna de mostrar el dolor que rescata los valores y las reservas espirituales de un pueblo y ayuda a superar el mal a fuerza de bien, a trabajar hermanados en la voluntad de superación, en la solidaridad, en esa projimidad que nos engrandece abiertos a la verdad y al bien. Por el contrario, "el enfrentamiento y la descalificación como sistema, incluso mediante el uso irresponsable de los medios de comunicación, se oponen a la convivencia plural y madura", como hemos dicho los obispos argentinos.
Aproximarse bien también siempre implica dar testimonio. Contra la neutralidad aparente de los medios, sólo el que comunica jugando su propia ética y dando testimonio de la verdad es confiable para aproximarnos bien a la realidad. El testimonio personal del comunicador está en la base misma de su confiabilidad.
Aproximarse bien es mostrar siempre esa imagen abierta al otro, a la trascendencia, a la esperanza, como nos muestran las imágenes de la Virgen y de las catedrales. Aproximarse bien es todo lo contrario de la propuesta frívola de algunos medios que transmiten una caricatura del hombre. Es mostrar y resaltar su dignidad, la grandeza de su vocación, la belleza del amor que comparte el dolor, el sentido del sacrificio y la alegría de los logros.
Los medios pueden ser, lamentablemente, espejo de la sociedad en sus aspectos peores o en los frívolos y narcisistas. Pero también pueden ser ventana abierta por donde fluye sencilla y animadoramente la belleza del amor hermoso de Dios en la maravilla de sus obras, en la aceptación de su misericordia y en la solidaridad y justicia con el prójimo.
El aceite y el vino
Las imágenes de la parábola del aceite y el vino con que el buen samaritano comunica su amor al herido son dos imágenes muy decidoras para un comunicador. Lo que hay que comunicar debe ser aceite perfumado para el dolor y vino sabroso para la alegría. La belleza del amor es alegre sin frivolidad.
En el Jesús roto de la cruz, que no tiene apariencia ni presencia a los ojos del mundo y de las cámaras de TV, resplandece la belleza del amor hermoso de Dios que da su vida por nosotros. Es la belleza de la caridad, la belleza de los santos. Cuando pensamos en alguien como la madre Teresa de Calcuta, nuestro corazón se llena de una belleza que no proviene de los rasgos físicos o de la estatura de esta mujer, sino del resplandor hermoso de la caridad con los pobres y desheredados que la acompaña.
Del mismo modo hay una hermosura distinta en el trabajador que vuelve a su casa sucio y desarreglado, pero con la alegría de haber ganado el pan de sus hijos. Hay una belleza extraordinaria en la comunión de la familia junto a la mesa y el pan compartido con generosidad, aunque la mesa sea muy pobre. Hay hermosura en la esposa desarreglada y casi anciana, que permanece cuidando a su esposo enfermo más allá de sus fuerzas y de su propia salud. Aunque haya pasado la primavera del noviazgo en la juventud, hay una hermosura extraordinaria en la fidelidad de las parejas que se aman en el otoño de la vida, esos viejitos que caminan tomados de la mano. Hay hermosura, más allá de la apariencia o de la estética de moda en cada hombre y en cada mujer que viven con amor su vocación personal, en el servicio desinteresado a la comunidad, a la patria; en el trabajo generoso por la felicidad de la familia, comprometidos en el arduo trabajo anónimo y desinteresado de restaurar la amistad social. Hay belleza en la creación, en la infinita ternura y misericordia de Dios, en la ofrenda de la vida en el servicio por amor. Descubrir, mostrar y resaltar esta belleza es poner los cimientos de una cultura de la solidaridad y de la amistad social.
El cardenal Jorge Mario Bergoglio, s. j., es arzobispo de Buenos Aires. El texto que antecede es un fragmento de la conferencia de apertura del Tercer Congreso de Comunicadores organizado por la Conferencia Episcopal Argentina.