Cómplices de una maniobra desleal
Los ascensos diplomáticos estarían tornando, "silenciosa y casi subrepticiamente", a efectuarse "lejos de los cánones de idoneidad y transparencia recomendados y, una vez más, utilizando al servicio exterior en beneficio de la política partidaria". Tal es la descripción que la nacion hizo en su editorial del 16 de diciembre, con buen sentido de la oportunidad.
El sistema de ascensos siempre padeció fuertes embates políticos. Los encargados de calificar a los candidatos sufrieron enormes presiones para ignorar los méritos y acatar favoritismos que venían de afuera. Huelga decir que, invariablemente, esas presiones se jugaban en favor de quienes no habían obtenido calificaciones altas.
Ello no sorprende a nadie capaz de evaluar el nivel ético de muchos miembros de nuestra nada ejemplar clase política, y el editorial comentado hace bien en reclamar que se impida su continuidad. Con todo, debe repararse en que hay delitos que no pueden perpetrarse sin cómplices: detrás de cada político sugiriendo un ascenso siempre hay un diplomático que le ha pedido que lo haga.
En la jerga se conocen los "ascensos de aeropuerto". Cuando un funcionario o influyente se dirigía en viaje no necesariamente oficial al destino donde prestaba servicio, algunos avispados diplomáticos se afanaban en acudir a recibirlo a la estación aérea y facilitarle paseos y hotelería mucho más allá de sus obligaciones profesionales. A cambio, ese contacto después servía para solicitar una recomendación a la hora de los ascensos. Otras maneras de obtener padrinazgos también se practicaban en Buenos Aires. Ni qué decir de muchos casos en que, por razones de servicio, interactúan con gobernadores, otros ministerios o empresarios y personajes influyentes.
Este mecanismo corrupto solo puede combatirse desde dos puntas. Una, las autoridades de la Cancillería, rechazando de plano cualquier intento, incluso desde el elenco gobernante. La otra, desde el sindicato de diplomáticos (Apsen) sancionando gremialmente a los miembros que incurran en una conducta tan desleal para con sus colegas de la carrera. Los diplomáticos son gente prudente y por lo general prefieren trabajar de manera recoleta, pero no se advierte que ante estos evidentes abusos motoricen acciones proactivas, como no sea quejarse solo de los políticos y no tomar medidas contra los colegas responsables de tan innobles maniobras.
En su momento, ofrecimos a la conducción del Apsen enviarle la abundante colección de cartas de recomendación que llegaban al ministerio, para que tomaran nota del nombre de sus afiliados en favor de quienes habían sido redactadas y poder evaluar las medidas éticas y gremiales que correspondieren. Todavía estamos esperando una respuesta. La gran mayoría de nuestros diplomáticos de carrera conforman una corporación admirable y han sido siempre personas de bien, comprometidas con un código de conducta, que hace rato necesita una defensa de compromiso más efectivo. Limpiando la propia casa, el justo reclamo de que los políticos limpien la suya obtendría el respaldo que surge de la ejemplaridad de las propias acciones.
En su momento, Guido Di Tella tomó medidas muy eficientes. El mecanismo legal dispone que la junta calificadora -formada exclusivamente por diplomáticos- estudie cada caso y aconseje luego al canciller, quien por ley tiene la última palabra. Ante las alarmantes advertencias provenientes de la junta por crecientes presiones desde la política, puso a su vicecanciller a cargo de coordinar ese organismo y entre los dos se ocuparon eficazmente de filtrar las recomendaciones de terceros. A partir de entonces, los pliegos de candidatos que se enviaron al Senado para su aprobación eran los mismos que la junta aconsejaba al canciller, quien por ley tiene derecho a alterarla según su criterio, pero entiendo que ello no ocurrió u ocurrió mínimamente en esos años.
La presión fue exitosamente contenida, pero no desapareció, ni mucho menos. En la última década y media los ascensos en la Cancillería corrieron la misma suerte que en el resto de la administración pública, donde se volvió a premiar la militancia antes que la idoneidad. Ese régimen ya no está, pero todavía en el último año de Di Tella pudo verificarse su fuerza: negándose el canciller a presiones que provenían incluso de la bancada oficialista, en su último año como canciller las propuestas enviadas por el ministerio no fueron aprobadas en el Congreso, cero ascensos. Lo que pasó después es otra historia.
El cuerpo diplomático argentino casi siempre fue un modelo de profesionalismo y excelencia que, con buenos gobernantes, habría servido como ejemplo a extender a toda la administración pública. Hagamos votos para que, dentro de un año, la nacion pueda editorializar celebrando que, al menos en este caso, sonó un tiro para el lado de los buenos.
Exvicecanciller de Guido Di Tella