Como un alma en pena
Sobre ¡Llegaron!, de Fernando Vallejo
"Éramos el tifón, el huracán, el tornado, y habíamos llegado a destruir. Lo que estaba bien lo dañábamos, lo que mal estaba lo empeorábamos y lo que estaba aquí lo poníamos allá." Así le refiere Fernando, el narrador de ¡Llegaron!, a su vecino de asiento en el avión en el que viaja, no a Medellín, ciudad a la que él cree dirigirse, sino a Río de Janeiro, cómo se comportaban él y sus hermanos al llegar a Santa Anita, la finca familiar -cifra ésta de la infancia- a la que Vallejo vuelve, una y otra vez, "como un alma en pena", según quedó dicho en El desbarrancadero (2001).
Lo cierto es que esa caracterización que hace el narrador de él y sus hermanos, además de ser un alarde de iconoclastia, también funciona para describir los afanes literarios del colombiano Fernando Vallejo (Medellín, 1942). Es que la suya es una literatura vociferante y torrencial que socava, que injuria y maldice, y que estalla de a ratos en una "risa que sangra", como diría Leónidas Lamborghini.
Su estrategia narrativa es aparentemente sencilla: se trata, para él, de contar por "asociación de ideas y rabietas". "Ya me perdí, una cosa me lleva a otra cosa y otra cosa me lleva a otra otra cosa", dice Fernando mientras intenta devanar los reverberos y caprichos de la memoria. En efecto, durante la lectura de ¡Llegaron! puede tenerse la impresión de que el propio Vallejo está perdido, desnortado en la profusión de digresiones, pero eso responde más bien a un efecto buscado e incluso a cierta coquetería del autor, que en rigor lleva tensas las riendas del relato.
Relato que va y viene, zarandeándose, entre los recuerdos de infancia, que eluden hábilmente la autoconmiseración y apuestan en cambio por un patetismo burlón y desenfadado, y el lanzamiento -por momentos de ribetes deportivos, por no decir de disciplina olímpica- de dardos ponzoñosos de los cuales son objeto sus blancos de siempre (el Papa y la Iglesia Católica, el islam, la patria, los políticos y la democracia, los narcotraficantes, los pobres, su madre y las mujeres en cuanto paridoras, la Real Academia, Octavio Paz y García Márquez e infinitos etcéteras) y los de coyuntura (la línea aérea colombiana Avianca y su personal, por ejemplo).
"Nací para llevarla la contraria al mundo", afirma -por si al lector le quedase alguna duda- el narrador. Se suceden pues, relampagueantes, los recuerdos de los días pasados en Santa Anita. Fernando cuenta, entre otras cosas, cómo su hermano Silvio, temerario entonces y suicida a la postre, hacía explotar portentosos petardos ("pedos químicos") de fabricación casera en la casa; cómo por las noches salían a sacudirse las pulgas que, tras haber parasitado a los perros -el gran de amor de Vallejo, por otra parte-, hacían de las suyas con niños y adultos; y cómo su hermano Carlos le robó, a despecho de las posibles consecuencias, al abuelo Leonidas la dentadura postiza, a los efectos de darle brillo a un espectáculo que los niños denominaron "el sainete de la Muerte dientona". Pero vuelve también a contar, con las variaciones del caso, dos momentos míticos de la literatura de Vallejo: por un lado, la noche de "felicidad absoluta" en que, mientras el abuelo tocaba en la dulzaina la canción "María Cristina", el tío Ovidio y Fernando y sus hermanos la cantaban; por el otro, cuando la abuela Raquel le leía a Fernando, en el corredor delantero de la finca, páginas de Heidegger.
La tensión entre memoria y olvido, por supuesto, está muy presente en ¡Llegaron!. Acaso Vallejo suscribiría esto que Beckett escribió en su libro sobre Proust: "El hombre con buena memoria no recuerda nada porque no olvida nada". Entre tanto, el narrador cambia de avión y, por lo tanto, de vecino de asiento e interlocutor, que resulta ser un psicoanalista del Círculo de Viena que "cura en vuelo". Buena oportunidad para ahondar en el proyecto que es para él motivo de dicha: la Libreta de los muertos. En ella incluye a todos aquellos muertos a los que haya visto al menos una vez en persona. Verbalmente lujoso y no exento de pasajes plenos de malicioso ingenio, ¡Llegaron! no muestra, sin embargo, al Vallejo más agudo sino a uno preocupado por satisfacer a sus lectores incondicionales.
¡LLEGARON! Por Fernando Vallejo. Alfaguara. 176 páginas, $ 179