Cómo reconstruir la alianza entre los chicos y los mayores
La toma de 40 escuelas técnicas de la ciudad durante semanas, cuyo levantamiento se anunció para hoy, refleja un déficit de los adultos, que no supieron encauzar el conflicto y sumar a los alumnos a la construcción de una escuela mejor
Hace un tiempo, al terminar una conferencia en una escuela, le preguntaba a un grupo de padres si estaban educando a sus hijos "como querían" o "como podían". La mayoría se inclinaba por la segunda opción. Y describían la distancia entre sus deseos y la realidad con cierto dejo de frustración por sus condicionamientos de horarios, tareas y, fundamentalmente, por la permanente negociación con sus propios hijos. "Uno quisiera que no tomen, pero terminás negociando que lo hagan algunos días, algunas bebidas"; "uno quisiera que no se la pasen en la computadora, pero hacés lo que podés", decían.
Los chicos están en problemas. Los adultos no podemos garantizarles la mejor educación que imaginamos para ellos, aquella en la que creemos, la que quisiéramos darles. Ellos merecerían tenerla, pero nos cuesta "gobernar" la relación, direccionarla hacia los valores y las conductas que quisiéramos que aprendan.
En las últimas semanas, asistimos a la toma de 40 escuelas secundarias técnicas en la ciudad de Buenos Aires, cuyo levantamiento se ha anunciado para hoy. En su protesta, los chicos reclamaban participar de la discusión del nuevo diseño curricular.
¿Es bueno que participen? Escuchar sus opiniones puede ser interesante si hacemos de ese proceso una experiencia educativa, no un mero ejercicio de catarsis. Sin embargo, es evidente que escucharlos no implica que participen de la toma de la decisión. Eso sería "estafarlos". Porque las decisiones deben ser definidas por un equipo de especialistas capacitados, para garantizarnos a todos que estaremos llevando a nuestros chicos por el camino correcto.
¿Por qué no hemos podido transformar esta discusión en una instancia educativa? Precisamente, porque hemos perdido el gobierno de esa discusión y, en consecuencia, la protesta de los chicos no ha encontrado del otro lado un "bloque adulto" capaz de escucharlos, reflexionar y buscar un camino interesante.
Proponerles a los chicos lecturas adecuadas, trabajos, discusiones sobre los objetivos de la escuela técnica, las demandas del mercado de trabajo, los cambios de la sociedad, el sentido de un currículum podría haber sido un interesante ejercicio. Y realizarlo en las propias escuelas, fuera del horario de clase para los que estén interesados, en un debate informado, conducido por sus docentes y directivos, podría ser una experiencia poderosa.
Por un lado, hubiéramos aprovechado la motivación de ellos mismos para generar una rica situación de aprendizaje. También les hubiéramos explicado que a un derecho le sigue una obligación, y que hay que prepararse para ejercerlo. Así se podría haber sacado la discusión del modelo de la "asamblea" para llevarlo al de grupos de trabajo que elaboran, fundamentan y proponen. Un proceso de consulta gobernado por los adultos puede permitir que participen todos, no solamente los que militan en las organizaciones políticas, y hacer que los chicos se sientan parte del proceso de construcción de una mejor escuela, la de ellos y la de los que los seguirán.
Pero no logramos hacerlo porque no pudimos hacer lo que queremos, sino lo que podemos. El ministro intentó encontrar un canal de diálogo, el natural, el de las propias escuelas. Intentó que los rectores y profesores se sentaran con los alumnos y eventualmente con los padres. Pero en la mayor parte de los casos no lo lograron. Y entonces, los chicos quedaron "enganchados" en la lógica del conflicto, más que en la de la búsqueda de una solución posible (¿en qué sociedad habrán aprendido eso?)
Militantes políticos, sindicales, algunos padres, los medios de comunicación, la Justicia los fueron llevando a la posición de "queremos hablar con el ministro" y "no queremos ser consultados, queremos participar de la toma de la decisión". Unos y otros los impulsaron al ring, se "corrieron" y los dejaron sin una voz adulta que los ayudara a encontrar un camino constructivo. Los medios de comunicación los entrevistaron como si estuvieran hablando con comandantes de un ejército y perdieron de vista que estaban hablando con chicos de 16 y 17 años. Algunos padres los apoyaron, en tanto que otros se distanciaron del conflicto.
Lo cierto es que los adultos tomaron posiciones en función de sus intereses, su ideología, de su posición relativa en relación con los chicos, sus responsabilidades o, simplemente, de lo que pudieron hacer. Pero lo que parece estar claro es que está rota la "alianza de los adultos", la que ofrece una respuesta colectiva que puede servirles como referencia a los chicos: "Más allá de que yo esté o no de acuerdo, se trata de lo que dijo tu profesor o tu rectora; podés plantearles tu posición, pero ellos son la autoridad en la escuela". La constitución de esa alianza requiere poner a los chicos como una prioridad, por encima de nuestras ideas, valores, intereses.
El escenario ha sido complejo. Algunos chicos de algunas escuelas técnicas las tomaron, mientras que otros se quedaron en sus casas. Algunos chicos de otras escuelas no técnicas las tomaron en solidaridad, en tanto que otros chicos de esas escuelas se quedaron en sus casas. Y la mayoría de las escuelas siguieron teniendo clases. Y la mayoría de nosotros estábamos esperando que los chicos terminaran el conflicto, mientras algunos adultos lo seguían incentivando.
Hace unos días, durante una conferencia en San Nicolás, un delegado de una empresa siderúrgica dijo: " Hace 25 años, cuando yo negociaba algo con la patronal, lo consultaba con algunos y después lo comunicaba a todos en la planta. En los últimos años, los pibes me paran y me piden si les puedo explicar el problema y por qué acordamos esa salida. Al principio, yo sentía que me estaban cuestionando, pero después me di cuenta de que no era así, que querían saber. Hoy termino tomando unos mates con ellos y explicándoles cómo son las cosas".
Detrás de la anécdota, aparece la evidencia de que nos cuesta entender las demandas de estos jóvenes, que no son tal como éramos nosotros a su edad. Cuando los adultos no podemos escucharlos y decodificar, ordenar y direccionar sus demandas en un proceso que les sirva tanto a ellos como a la resolución del propio conflicto, no los estamos ayudando.
Ni en la Argentina ni en otros países del mundo es habitual que los jóvenes sean parte de las discusiones curriculares y, en ese sentido, es lógico que eso no haya sido previsto. Pero que no haya ocurrido en el pasado no quiere decir que no sea conveniente hacerlo hoy.
Ante estos cuestionamientos de los jóvenes, es bueno salir de las respuestas automáticas y plantearse el sentido. ¿Puede resultar una experiencia educativa la consulta a los chicos de un cambio curricular? Puede serlo o no, depende nuestra posibilidad de plantearla en esos términos y poder conducirla así.
Como decíamos antes, si logramos construir un espacio de estudio, de discusión informada, de reflexión, esa consulta puede generar aprendizajes interesantes, y al mismo tiempo permitirnos escuchar impresiones, vivencias y reflexiones de los chicos que pueden resultar muy útiles para el proceso.
Si todo se convierte en una catarsis sin control, en la que, lejos de conducirlos, los mayores los "apoyamos" (tal vez como modo de dejarlos solos o de "usarlos" para otros intereses), el conflicto no les servirá a ellos ni a la sociedad.
Pareciera que llegó la hora de bajar la mezquindad y el egoísmo, y recordar que hay unos chicos que necesitan educarse para tener un futuro mejor. Y que hay unos adultos que podemos tener ideas distintas, intereses diferentes, pero que deberíamos tener una prioridad: mejorar la educación de nuestros niños y jóvenes.
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