Cómo nació el esquí andino en la Argentina
En 1887, ingenieros nórdicos fueron los primeros esquiadores
Los primeros esquiadores aparecieron en los Andes en 1887. Eran ingenieros nórdicos contratados para el trazado del ferrocarril trasandino. Dos años después, catorce esquiadores noruegos fueron contratados para llevar correspondencia desde Chile a la Argentina y viceversa. También poco antes del novecientos algunos técnicos que integraban las comisiones de límites utilizaron esquíes en sus desplazamientos. Uno de ellos, el ingeniero argentino de origen suizo Emilio Enrique Frey, nacido en Baradero y que fue el principal auxiliar del perito Moreno y también del ingeniero norteamericano Bailey Willis en sus exploraciones, guardó un par de tablas primitivas cuando se aquerenció en Bariloche -matrimonio mediante- en 1913, esquíes que volverían a ser usados en 1930, cuando una gran nevada sepultó toda la región del Nahuel Huapi.
Bautismo y casamiento
En esa zona, un tal Ernesto Ricketts, mayordomo de una estancia de la península Huemul, se desplazaba en esquíes en 1910. Otro tanto sucedía con muy pocos pobladores cordilleranos. Otros adhirieron al naciente deporte en Europa. Precisamente en el Centenario, la edición de Caras y Caretas del 29 de enero de 1910 publicó una página con fotografías de mendocinos en vacaciones con esquíes en Suiza. Habían pasado la Navidad y el Año Nuevo en Engelberg sobre esquíes y trineos, algunos habían llegado desde Inglaterra, donde estudiaban, y entre ellos estaban Emma Day -retratada sobre dos largas tablas- y Emilio López Frugoni, padre del titular del centro de esquí Los Penitentes y abuelo de dos competidores federados.
Muy cerca de Los Penitentes, en Puente del Inca, donde ya existía un hotel de altura, comenzó la práctica organizada en el nivel de club del esquí cordillerano. Sucedió en 1927 y a instancias del Club Andino presidido por Luis F. Barbet. Para la temporada de 1928, el club importó esquíes de madera desde Italia y Francia y proveía el equipamiento -menos la vestimenta- a los socios.
Tuvo quien lo arrastrara
El club adoptó como presidente honorario a un teniente coronel montañés: Edelmiro J. Farrel, presidente de facto entre 1944 y 1946. Resultó el primer militar aficionado al tema y luego creador de los cuerpos militares de esquiadores, enseñanza que encabezó otro futuro presidente (Perón), pero el que instruía era el residente barilochense de origen alemán Gustavo Kammerer.
Kammerer, que en su casa de Bariloche frente a la plaza Belgrano rememoró años atrás aquellas épocas pioneras, mostró su archivo de fotos y correspondencia con su contratante. También fue primer vencedor de la torre principal del Catedral, pionero de las escuelas de esquí en ese cerro e instructor activo hasta después de sus setenta vigorosos años.
Cuando Farrel se iniciaba en el vertiginoso deporte y lo envanecía presidir el Club Andino, lo entrevistó en plena montaña el periodista Federico Quevedo Hijosa, el primero que se ocupó del tema. A estos deportistas los contagiaba cierto romanticismo. Farrel se sentía como una gacela y aseguró que "he podido deslizarme a más de 50 kilómetros por hora", mientras que el paisaje inspiraba al cronista para que lo describiera como una "sinfonía de blanco mayor" y así parafrasear a Rubén Darío.
Ya en 1928, la temporada deparó un noviazgo tan ferviente que el club auspició durante el invierno siguiente la boda concretada en esas alturas. En momentos menos etéreos, Farrel había hecho una requisa de perros vagabundos en los suburbios de Mendoza para forzarlos a arrastrar trineos.
Para 1930, las socias del Club Andino imponían un estilo deportivo y la abrigada moda inicial todavía no afectada por los colores estridentes. Las adelantadas eran Blanca Lastricat de Vax, María L. Milleiro de Barbet y un grupo de señoritas encabezadas por Mary Godwing. Ese invierno, a meses del estallido de la crisis económica mundial, ellas esperaban ansiosas la llegada de la tenista española Lily de Alvarez -en esos momentos en los courts de Buenos Aires-, una vigorosa deportista que también dominaba las técnicas del golf y el esquí.
A pesar de tanto fervor, el club tuvo corta vida, mientras que en la lejanía austral de San Carlos de Bariloche, en cambio, aparecían ejemplos individuales y esporádicos que sustentarían lo que vendría a principios de la década del 30, bueno y perdurable.
Otto Mühlenpfordt construyó a principios de los años veinte el primer par de esquíes nativo del que se tenga noticias. Era un ingeniero naval contratado por Aaron Anchorena para atender la isla Victoria y su astillero, de la que aquel acaudalado expedicionario y pionero del cruce en globo del Río de la Plata era adjudicatario.
En ese paraíso del lago Nahuel Huapi donde Mühlenpfordt cepilló las tablas de los primeros esquíes nativos, el ingeniero náutico aprovechó para esquiar en la isla junto al recién llegado viverista Otto Alberti durante el invierno de 1924. Para esos tiempos, en la zona residían otros audaces de la nieve: el noruego Freed y un tal Garten, además del encargado del hotel de frontera en Puerto Blest, Gerardo Fichbach, que aprendió la técnica del deslizamiento nórdico para unir el hotel con la laguna Fría.
Monseñor y la nevada
Un caluroso día de enero de 1930, el tren -que sólo llegaba hasta unos cuantos kilómetros de Bariloche- dejó a la buena de Dios a un bávaro joven (28 años) que llegaba a la región de los lagos con un bote plegable y la idea de cruzar la Cordillera hasta las colonias alemanas del sur chileno. A Otto Meiling, que así se llamaba, lo embrujó el gran lago y apenas se enteró de que en el mismo tren había viajado una importante comitiva con monseñor De Andrea. La visita del clérigo fue breve, pero suficiente como para subir el cerro Campanario -a la vera del camino al Llao-Llao y ahora con aerosilla- donde rezó misa y plantó una cruz perdurable. Se ignora si alguien le pidió un ruego para lograr precipitaciones, pero lo cierto es que sobrevino el invierno más nevador que se recuerde. Meiling acudió entonces a pedirle a Emilio E. Frey el par de esquíes que guardaba de la comisión de límites y esquió hasta el mismo muelle del lago. Otro paseante -que había aprendido a deslizarse en Suiza- fue el médico Juan Neumayer. Inevitablemente trabó amistad con Meiling y dedicaron esos meses a lanzarse barranca abajo por la nieve. En el verano treparon a todos los cerros circundantes.
Los esquíes que había construido Mühlenpfordt también fueron útiles. El invierno siguiente, Frey, Meiling, Neumayer y el transportista Reynaldo Knapp fundaron el Club Andino Bariloche, que el 13 del mes próximo cumple 70 años de vida, un bastión de los primeros tiempos del deporte blanco.