Cómo logró Donald Trump convertirse en presidente
Un sistema electoral anacrónico y la habilidad del magnate para captar el descontento popular causado por la desigualdad creciente fueron las claves de su éxito
Mi amigo me esperaba leyendo The New York Times. "Escuchá -me tradujo-: «Hay que garantizar que una gran mayoría goce de una mejor calidad de vida. Para esto se necesitan escuelas de excelencia y más igualitarias. Hacen falta leyes impositivas menos favorables a los ricos y a la clase media alta. Es urgente que se reforme la justicia penal. Y hay que poner un fuerte énfasis en la creación de puestos de trabajo dignos y bien remunerados»." "¿Así que se volvieron a ocupar de la Argentina?" "Parece, pero no. Es una columna de David Leonhardt sobre los Estados Unidos tratando de explicar el triunfo de Donald Trump y diciendo cómo enfrentarlo."
Por lo visto, los analistas políticos del Norte han superado sus primeras reacciones, que ejemplificó desde el título un artículo de la revista Foreign Policy: "Trump ganó porque sus electores son literalmente ignorantes". Según esa interpretación, trabajadores blancos de pequeñas ciudades y condados rurales con escasa instrucción, que odian a los inmigrantes y que son sexistas y racistas habrían sido la clave del triunfo de un magnate que usa su oro para darle lustre a su estupidez. No es que todos estos datos sean falsos. Pero las grietas del razonamiento empezaron a verse de inmediato: tampoco la mayoría de los latinos y de los afroamericanos se inclinaron por Hillary Clinton y, a la vez, ésta fue rechazada por amplios sectores populares que antes habían votado a Obama. Es más: hay razones para sostener que Trump no ganó gracias a su racismo o a su desprecio por las mujeres, sino a pesar de ellos.
"Acaban de publicarse encuestas -me interrumpió mi amigo- que indican que una mayoría de los votantes de Trump están en contra de la expulsión de los inmigrantes ilegales. Y que muchos trabajadores blancos piensan que probablemente el tipo sea un idiota, pero que está de su lado. ¿Cómo lo entendés? Porque cosas bastante parecidas están ocurriendo también en Europa."
Creo que una primera reflexión concierne al modo en que opera la democracia republicana en el país más poderoso del planeta, que se jacta de ser un ejemplo en la materia. Claro que, según los manuales, en una democracia los ciudadanos discuten antes el rumbo a seguir y eligen después a los representantes para que ejecuten sus decisiones (es el gobierno del pueblo). Pero jamás fue así -ni allí ni en ninguna otra parte-: cada par de años, los votantes se limitan a escoger entre las propuestas más o menos vagas de un número reducido de políticos profesionales que son quienes luego toman las decisiones (es el gobierno por el pueblo). Nunca fue tan evidente como ahora.
Ante todo, las elecciones presidenciales norteamericanas son indirectas: se elige a los miembros del colegio electoral y es éste el que designa al presidente. Con el agravante de que al partido que obtiene la mayoría de los sufragios en un estado le corresponden todos los integrantes del colegio electoral que le tocan a ese estado. El tema empeora dada la alta abstención electoral, que en estas últimas elecciones llegó al 45%.
Imaginemos un Estado hipotético donde Trump haya ganado por 60 a 40. Dada la abstención, en términos reales lo habría apoyado allí solamente un tercio de la ciudadanía, pero ese tercio bastó para darle el 100% de los representantes en el colegio electoral. Por eso obtuvo un 46% de los votos emitidos (Hillary logró un 48%), pero un 56% de los representantes en el colegio electoral. ¿Cuál fue el origen de esta práctica tan anacrónica (que nosotros imitamos hasta la reforma de 1994)? Cuando los 13 estados de la Unión se reunieron en la Convención Constituyente de 1787, la población del país no superaba los 4.000.000 de habitantes y los medios de comunicación eran muy precarios. Se supuso entonces que las elecciones directas llevarían a los ciudadanos a votar por los candidatos de su propio estado que conociesen, de manera que ningún aspirante a la presidencia obtendría una mayoría suficiente o, en todo caso, dominarían las elecciones los estados más poblados. De ahí la solución de las elecciones indirectas, que hoy carecen de todo sentido.
Si me detengo en estas cuestiones es porque no resulta exagerado decir que está en juego el destino de la humanidad y no sólo el de los EE.UU. Me apresuro a agregar dos cosas. Una, que tampoco Hillary era demasiado representativa del pueblo dada la baja implantación territorial del Partido Demócrata fuera de los grandes centros urbanos. La otra, que, para ensombrecer aún más el panorama, nadie sabe a ciencia cierta qué se propone hacer Trump. Su campaña estuvo plagada de falsedades y contradicciones y sacó buen provecho de las redes sociales, a sabiendas de que en los 140 caracteres de un tuit no hay lugar para fundamentar nada.
¿Es un populista nacionalista y autoritario que embarcará a su país en un proteccionismo trasnochado que va a desatar una guerra mundial de comercio y victimizará a los inmigrantes y a las minorías? ¿Se trata de un republicano ultraconservador que incrementará el militarismo, bajará los impuestos a los ricos, no hará nada por frenar la corrupción y repelerá el emblemático sistema de salud de Obama en desmedro de millones de pobres que lo votaron? ¿O, como ha señalado David Brooks, no estamos ante un national leader sino ante un national show, que va a terminar delegando el manejo del gobierno en su gabinete, en un Congreso ampliamente dominado por los republicanos y en la burocracia civil y militar?
"Pero, dado todo esto, ¿por qué diablos ganó, así las elecciones sean indirectas?" "Porque mucha gente está harta. Manda el capital financiero, la industria se ha achicado, la mayoría trabaja más y cobra menos, el 1% de la población controla el 40% de la riqueza y el 80% tan sólo un 7%, la paga de los CEO es 300 veces superior a la del trabajador medio y el 52% del total de los nuevos ingresos va hoy a engrosar las arcas de aquel 1%. Hillary (bastante conocida por su falta de escrúpulos) y los demócratas se erigieron en paladines de la diversidad (sexual, racial, etc.), pero se olvidaron por completo de la desigualdad. Y Trump, para quien la hipocresía es una virtud, se apropió del tema, con la ventaja adicional que le da no pertenecer al gastado mundillo de Washington".
¿Hay salida a esta situación, que tanto nos concierne? Seguramente no en el corto plazo y menos con la alianza que ya están armando Trump y Putin, con la bendición de grandes corporaciones. Las palabras de Leonhardt que me tradujo mi amigo son más que sensatas, pero resultan sólo buenos deseos. Para llevarlas a la práctica hace falta una revolución, en el sentido que le daba al término Carlos Cossio, el reconocido filósofo argentino del derecho. No se trata de apelar a la violencia. Sí, de romper con lo que él llamaba "la lógica de los antecedentes". Es esta lógica la que ha llevado a los EE.UU. al lugar en que se encuentra y el multimillonario Trump no encarna su ruptura, sino su cara más fea. Por eso se vuelve urgente una discusión crítica en profundidad y sin concesiones acerca de esos antecedentes, que datan de los años 70 y también operan aquí. Un buen comienzo consiste en advertir que el famoso "es la economía, estúpido" forma parte de esa lógica. Y en reemplazarlo ya mismo por "es la cultura, estúpido".
Politólogo, ex secretario de Cultura de la Nación