Cómo evitar una guerra comercial
Al borde de una guerra comercial global como estamos, los líderes mundiales harían bien en repasar el antecedente de la "guerra del pollo" (the chicken war), un costoso intento de Europa occidental por evitar la importación de los sobrantes de la producción masiva de aves de corral que comenzó a generar Estados Unidos a principios de los 60.
Francia y Alemania, en plena recuperación de posguerra, lideraron la imposición de aranceles externos a los pollos estadounidenses para proteger a sus avicultores, así que después de debatir, incluso, si retiraba las tropas que habían ayudado a liberar a los europeos de los nazis, Washington tomó represalias económicas, un primer aviso de que el virus proteccionista estaba siempre listo para contagiar la economía internacional.
Semanas atrás, en Berlín, debatí las perspectivas de una guerra comercial generalizada durante la cumbre anual de Global Solution Initiative, un foro de asesoramiento al Grupo de los 20 (G-20), en un panel del que participan expertos de primer nivel, entre ellos, el francés Pascal Lamy, director general de la Organización General del Comercio (OMC) entre 2005 y 2013.
Lamy reivindicó la actuación de la OMC en la serie de conflictos comerciales que acentuó especialmente la administración Trump desde Estados Unidos. Sin embargo, lo cierto es que la organización, establecida en 1995, está paralizada y asiste impotente a la escalada proteccionista.
Esta situación de bloqueo solo puede ser superada con un acuerdo político entre los principales actores del comercio mundial y el G-20, que entró en la recta final de su próxima cumbre de noviembre en la Argentina, puede resultar el marco para superarla.
El G-20 fue concebido como una respuesta a la crisis financiera de los 90, que golpeó a una periferia vulnerable (México, en 1994; Tailandia, Indonesia y Corea del Sur, en 1997; Rusia, en 1998; Brasil, en 1999; la Argentina y Turquía, en 2001). Pero en 2008 estalló una nueva crisis, esta vez originada en el centro, y el G-20 se transformó en un foro de jefes de Estado y de gobierno cuya función fue evitar nuevas crisis financieras.
Hoy, la emergencia es comercial, precipitada por el irrefrenable ascenso de la economía de China, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y la ruptura de Gran Bretaña con la Unión Europea (UE), todos síntomas de un conflicto comercial generalizado.
Las posibilidades de que estalle una guerra comercial son ciertas y el riesgo es grande, considerando que la actual debilidad política de la OMC, patente en el rotundo fracaso de la última cumbre ministerial de la organización celebrada en Buenos Aires.
En la actual coyuntura, el G-20 puede proporcionar la salida política necesaria para evitar una guerra comercial convocando a los grandes protagonistas del conflicto, Estados Unidos, China y la UE, pero sumando al bloque de las naciones emergentes, que, sin dudas, tendrán un peso específico determinante en el comercio global del siglo XXI.
En aquella guerra del pollo, a través del GATT, el Acuerdo General de Tarifas y Comercio que precedió a la OMC, se llegó a un armisticio en el que el Mercado Común Europeo logró relativizar las pérdidas norteamericanas, pero Estados Unidos validó sus represalias y el presidente Lyndon B. Johnson impuso aranceles de 25% a otros productos, como el brandy francés, las papas holandesas y la dextrina.
La lista se completaba con los camiones livianos alemanes. Lo que Estados Unidos nunca previó es que las automotrices japonesas, afectadas de rebote por la guerra del pollo, terminarían llevando sus fábricas a suelo norteamericano, un histórico giro productivo que arrolló las marcas locales y obligó a la administración Obama a rescatarlas en plena crisis de 2009.
En resumen, ninguna de las partes ganó y, en cambio, perdió el comercio. Los aranceles de la guerra del pollo siguen vigentes. Hubiesen caído si avanzaba la Asociación Trans-Pacífico firmada por el presidente Barack Obama, pero boicoteada por Trump.
El virus proteccionista se demuestra resistente. Un acuerdo político sostenido por el G-20, que permitió superar la crisis financiera global de 2008, cuyos miembros representan ahora las tres cuartas parte del comercio global, puede ser el último antídoto a la mano por mucho tiempo para la guerra comercial que nos amenaza.
Presidente de la Fundación Embajada Abierta. Autor del libro ¿Quién gobierna el mundo? El rol del G-20 en el nuevo orden mundial