Cómo estar cerca del verde aunque se viva en la jungla de cemento
Desde plantar especies nativas hasta observar aves o impulsar la biodiversidad, cada vez más personas demuestran que es posible traer más naturaleza a la ciudad; aquí, tres ejemplos
- 7 minutos de lectura'
Quizá pocas personas sepan que si plantan especies nativas en su patio o balcón podrán atraer fauna como mariposas y pájaros. Resulta que estos últimos no dejaron la ciudad por el ruido o la contaminación como se cree, sino que se alejaron porque no tienen dónde alimentarse. Fabio Márquez, licenciado en Diseño de Paisaje y docente universitario, mejor conocido por su cuenta de Instagram Paisajeante, nos saca de dudas: “soy un promotor permanente de la flora nativa por una cuestión de sostenibilidad ambiental y de favorecer la presencia de mariposas y pájaros, que es más probable que los tengas cuando tenés la flora que les da de comer”. Y, desde @paisajeante se encarga de retratar los vestigios de naturaleza “original” perdidos en el cemento.
Márquez asegura que en la Ciudad de Buenos Aires, el 98% de la flora en las veredas es exótica, “de cualquier parte del mundo menos de acá”, aclara y aquellos espacios verdes que tienen vegetación autóctona son pocos, como el Parque Quinquela, el Parque de la Estación o la Reserva Ecológica.
“Dimos por sentado que la fauna de esta zona no se veía más porque en las grandes ciudades no se ve y eso es falso porque incluso la contaminación no incide tanto para que se vean menos animales”, dice. De hecho, el especialista en biodiversidad urbana sostiene que si en la ciudad se promoviera la flora nativa podríamos llegar a tener unas cien especies diferentes de mariposas en todo CABA, que son las que actualmente se ven en la Reserva Ecológica de Costanera. “Se podrían desparramar por toda la ciudad si los parques, las plazas, los jardines privados e incluso las macetas que uno tiene en el balcón tuvieran plantas autóctonas, hay muchas muy lindas, solo hay que conocerlas”, señala.
Ecosistemas
El origen de la desaparición de la flora y fauna propias de esta zona se debe a la inmigración europea, porque justamente los inmigrantes plantaban lo que conocían de sus lugares de origen, “pero esas plantas no tienen vínculo ecosistémico con esta zona”, asegura Márquez. De todas formas, en la década de los 90 se comenzó a motorizar la recuperación de la flora original.
“Hay mucho desconocimiento sobre este tema, pero una vez que la gente se entera cambia su forma de ver lo natural en la ciudad y se logra un paisaje cualitativamente distinto cuando incluís animales que son muy gratos de tener”, sostiene. Incluso son plantas que necesitan menos abono y agua. ¿Dónde encontrarlas? En la ciudad quedan relictos como las reservas ecológicas de Costanera Sur, Costanera Norte, Lago Lugano; las aves y mariposas que habitan estos sitios dan vueltas y donde encuentran flora nativa van a comer y reproducirse. Además, según el paisajista, cada vez más viveros incluyen estas especies nativas: pueden ser aquellas hospederas de mariposas como las enredaderas mburucuyá o pasionaria, herbáceas para balcón o jardín pequeño como canario rojo, taperibá mirí, margarita punzó, yerba de la víbora. O algunos arbustos como chilca de olor, sen del campo o malvavisco. Entre los árboles nativos están el aromito, la anacahuita, tala o ingá.
Los seres humanos nos ocupamos de modificar los espacios para que se vean más lindos, pero en esta “belleza estructurada”, en estos escenarios controlados, queda poco lugar para que lo natural se manifieste. Detrás de este objetivo está Paula Alvarado (@paualvarado), periodista y activista ambiental, que recientemente publicó el libro Flora espontánea (editado por BAI Cultura Ambiental). Sus páginas invitan a repensar los paisajes que nos rodean y a la vez reflexionar sobre la condición del ser humano y su vínculo con la naturaleza.
Déjalo ser
“Flora espontánea es una observación y celebración de los paisajes ‘no diseñados’ de la ciudad, tanto los parches de biodiversidad que surgen en baldíos, canteros y veras de vías de tren, como los que se ven en casas particulares en las que las personas sueltan el control”, explica Alvarado. Y, sostiene que la idea del libro es deconstruir las ideas de belleza botánica instalada, “un jardín prolijo tipo Versalles”, y también poner en jaque el deseo de control que tenemos los seres humanos, que muchas veces nos juega en contra. “Por lo general, un jardín prolijo es un monocultivo de una especie de pasto, un desierto de biodiversidad, mientras que algunos baldíos deberían considerarse reservas naturales por la cantidad de flora y fauna que albergan, otorgándole a la ciudad un montón de beneficios”, explica.
Para la ambientalista, los seres humanos tenemos que enamorarnos de otros estándares de belleza y bienestar. En ese sentido, considera oportunas las palabras del escritor estadounidense David Foster Wallace, quien dijo que la forma en la que hacés cualquier cosa es la forma en la que hacés todo. “Creo que algo de eso hay, porque si no podés respetar a una planta que tiene millones de años de evolución y que pudo nacer prácticamente de la nada en medio milímetro de sustrato entre dos baldosas, difícilmente puedas tener una relación respetuosa con el ambiente en general”, enfatiza. Siento que en lo forzado, uniforme y sosegado de algunos jardines tradicionales hay energía reprimida, mientras que en lo espontáneo, diverso y salvaje hay vida que fluye. Hay que dejarla fluir”, concluye.
Muchas veces funcionamos en piloto automático y nos cuesta apreciar la naturaleza que se abre camino en la jungla de cemento. Sin embargo, no importa cuán ajetreado sea nuestro día, siempre es posible hacer un alto y observar, descubrir y sentir a la madre tierra a nuestro alrededor. Una de las actividades que creció notablemente en los últimos años es el avistamiento de aves. En diferentes puntos de la ciudad existen clubes que recorren parques y espacios verdes porteños en busca de especies nativas.
Ojos en el cielo
Según Natalia García, bióloga, investigadora del Conicet en el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, y parte del Club de Observadores Aves (COA) de Parque Centenario coordinado por la ONG Aves Argentinas, se estima que hay 10.000 especies de aves en todo el mundo y en la Argentina unas 1000. En CABA se registran un 30% de ellas, y es posible observarlas en los espacios verdes amplios, como la Reserva Ecológica Costanera Sur o la del Lago Lugano, pero también en el Parque Saavedra o en los bosques de Palermo.
En general, se pueden observar palomas, la doméstica que es la más conocida, que fue introducida de Europa, así como el gorrión, pero también está la paloma picazuró, que es un poco más grande, la torcaza y la torcacita. También pájaros, como el zorzal colorado, que es el que escuchamos cantar en la madrugada, el chingolo, benteveo o tordo renegrido. Si uno se acerca a lugares con cuerpos de agua como las reservas, es posible observar patos, gallaretas y garzas. “Otro grupo de aves que cada vez se ve más y todavía estamos estudiando por qué es el de las aves rapaces como el carancho, el chimango o el gavilán. No tenemos un estudio formal, pero la gente que observa aves hace cuarenta años reconoce que antes no se veían y ahora es común ir por la calle e incluso por esquinas transitadas, mirar al cielo y verlas”, explica García. Y aclara que hay un mito acerca de que estas aves rapaces fueron introducidas para controlar la población de palomas: asegura que no es cierto. “Probablemente, lo que pasó es que cuando se construyó la ciudad se fueron y ahora están empezando a volver porque en la superpoblación de palomas encuentran una fuente de alimento”, añade.
El avistamiento de aves se considera una actividad turística, y en CABA es posible sumarse a los COA que organizan encuentros abiertos y gratuitos. “La gente se engancha cada vez más, incluso hay quienes viajan lejos para ver a alguna especie rara. Desde los COA siempre tratamos de hacer actividades, no para que las personas se vuelvan expertas sino para que tengan el ojo un poco más entrenado para disfrutar de lo que hay alrededor”, finaliza.
Estas experiencias ponen de manifiesto que lo natural no es ajeno a las grandes ciudades. Como puede o como la dejamos, la naturaleza se abre paso en distintos espacios a nuestro alrededor. Educar y conocer más sobre fauna y flora nativa puede representar un cambio en nuestro vínculo con el lugar que habitamos y un paso significativo hacia la biodiversidad.