
Cómo es la decadencia del dictador
Muy gordo, casi inmovilizado, con el peligro constante de un coma diabético, el ex hombre fuerte de Chile es custodiado por un doble anillo médico y militar que sólo le permite una o dos visitas al día. Lee biografías de Napoleón y, su favorita, la colección de historietas de Condorito. También escribe, pero nadie sabe qué.
SANTIAGO.- A punto de cumplir 85 años, sin nada del poder que durante dos décadas ejerció a discreción, gravemente enfermo y cercado por la Justicia, el ex dictador chileno Augusto Pinochet Ugarte parece resignado a un futuro que nunca imaginó.
Sin fueros parlamentarios, casi sin aliados políticos, amenazado por 174 causas penales por violación a los derechos humanos, y con la perspectiva de que un tribunal argentino pida a Chile su extradición para interrogarlo sobre el asesinato del general Carlos Prats, el ex senador vitalicio parece cada vez más aislado y hasta se ha desentendido de su propia defensa judicial.
Gordo, con casi 100 kilos, y entrampado en una interna de la que ni sus abogados ni sus cinco hijos son ajenos, el ex hombre fuerte de Chile sigue escribiendo sus memorias, espera que lo visite Carlos Menem, por quien dice sentir admiración y aprecio y, según sus colaboradores, padece las lagunas mentales propias de su edad.
A dos años de su detención en Londres, ocurrida el 16 de octubre de 1998, el otrora temido y sanguinario general Pinochet es sólo un hombre enfermo y acosado que espera el milagro de una salvación por razones de humanidad.
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Aunque la verdad sobre su estado de salud es una herramienta vital para la defensa, y se guarda en Chile como un secreto militar, tanto sus amigos como sus enemigos dicen que la situación clínica del ex dictador haría vacilar la vocación de cualquier estudiante de medicina.
Su presión es inestable; su diabetes está muy avanzada; sus pies están insensibles; la columna, de la que lo operaron en Londres, quedó bien, pero no puede hacer los ejercicios de recuperación prescriptos, y los riñones han empezado a fallar y quizá tenga que comenzar un tratamiento de diálisis.
Además, si los problemas de próstata preocupaban a sus médicos, lo que ahora les quita el sueño son los pequeños infartos cerebrales que han comenzado a repetirse en las últimas semanas.
Desde el 3 de marzo último, cuando regresó de Londres después de una detención de año y medio que cesó por razones de salud, Pinochet vive protegido por un doble anillo de seguridad impenetrable.
Custodiado por un grupo de elite del ejército chileno, cuyos miembros visten de civil, los comandos que lo cuidan están dentro y fuera de su casa del barrio La Dehesa, una zona residencial en las afueras de la capital, y lo acompañan en todos sus desplazamientos.
Cuando lo llevan a los controles en el Hospital Militar o cuando viaja a su finca de Los Boldos, 130 kilómetros al oeste de Santiago, se moviliza en uno de los tres Mercedes Benz negros, blindados e idénticos que componen la comitiva. La caravana la abre una camioneta tipo van , donde viajan los comandos; luego vienen los Mercedes, y al final otra camioneta con más soldados y una ambulancia -a veces dos- que no le pierden pisada.
En la casa de la calle Los Flamencos, además, se ha instalado una suerte de hospital de campaña. En forma permanente hay allí un médico militar que hace turnos de 24 horas, dos enfermeros y dos ambulancias del ejército con su dotación de choferes, camilleros y asistentes. Cada día, en los horarios previstos para los controles, al equipo médico se incorporan un kinesiólogo y un bioquímico.
"Al general se le hacen análisis diarios de sangre y se le toma la presión constantemente, y hay días en que se le aplican hasta dos inyecciones de insulina, que es el doble de la dosis que recibía en Londres", dice Mónica Werthaim.
Ella es una especie de alma máter de la Fundación Pinochet, que hace cinco años fue creada "para preservar y difundir la obra del gobierno militar".
En una oficina adornada con dos retratos del ex dictador, uno en uniforme de gala y el otro en traje de comando, explica que hace dos años que no se toma un día libre y, que, por momentos, la tarea fue agotadora.
Mientras Pinochet estaba detenido en Londres, la labor incluía manifestarse y tirar huevos contra las sedes de las embajadas de Gran Bretaña y de España en Santiago.
"Nosotros lo cuidamos a mi general; lo protegemos", dice Werthaim.
Y es este doble anillo de protección física y de control clínico que el ejército y sus amigos han tendido sobre el viejo militar lo que ha transformado la vida actual de Pinochet en un secreto guardado bajo siete llaves.
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¿Cómo pasa los días el ex senador vitalicio en su vigilado ostracismo de La Dehesa? Aislado, rodeado de un pequeño grupo de colaboradores fanáticamente leales, y rumiando lo que parece su caída libre hacia un futuro negrísimo.
"Después de cincuenta años de vida de cuartel, mi padre ha conservado dos manías: la puntualidad y el orden", dice Marco Antonio Pinochet.
Marco Antonio tiene 43 años, la barba rala, un celular que suena sin tregua y un aspecto de yuppie de Las Condes, bien alejado del mundo militar. Con Lucía, la mayor de sus hermanos, es de los que más visita a su padre.
"Desde luego, lleva una vida muy rutinaria. Se levanta a las 9 o 9.30 con la ayuda de un enfermero, lee en El Mercurio los artículos que hablan sobre él, y empieza la sesión con el kinesiólogo. Después hace ejercicios, debe caminar mucho porque casi no tiene sensibilidad en las piernas, y almuerza temprano. Más tarde se va a dormir la siesta, y cuando se levanta lee un poco, ordena sus libros o escribe."
-¿Recibe visitas? ¿Quiénes van a verlo?
-Recibe una o, a veces, dos visitas por día. Con más gente ya se cansa, y no puede concentrarse. Casi siempre los que van son los mismos: ex funcionarios de su gobierno, empresarios, militares.
-¿Qué está escribiendo?
-No sé... El siempre está escribiendo, pero no nos dice qué. Yo creo que deben ser los resúmenes de sus memorias.
-¿Y qué libros lee?
-Bueno, mi padre es un intelectual; no como yo, que me gusta el deporte... Lee libros de historia. La historia de Roma, por ejemplo, o alguna biografía de Napoleón, una figura con la que se identifica mucho.
El ex dictador también tiene otras lecturas preferidas. Además de la historia y las biografías, a él lo pierde Condorito, un personaje de historieta que hace gala de una picardía simplona. Mónica Werthaim era la que le mandaba las revistas mientras él estaba preso en Londres, y aunque lo hacía anónimamente, Pinochet sabía que era ella porque el ex general y la militante compartían un secreto.
"Una vez, mientras era presidente, me llamó a su despacho de La Moneda, me dio una gran caja cerrada y me dijo que eran unos documentos reservados que había que mandar a encuadernar. Yo misma llevé la caja a la imprenta; me sentía como el correo del zar. Cuando la abrieron y vi que era la colección completa deCondorito, me quise morir. La encuadernamos en tomos de cuero, con rótulos en los lomos que decían Historia de Chile, y los tuvo siempre en su despacho, en la biblioteca detrás del escritorio", contó a La Nación .
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Además de los ex funcionarios, empresarios y militares, quienes más visitan a Pinochet en su casa, mezcla de búnker y hospital, son sus cinco hijos, sus 24 nietos y sus dos bisnietos.
Esta familia numerosa no ha quedado al margen de las internas, y durante la detención del ex senador en Londres, las diferencias de criterio entre hermanos fueron por momentos la comidilla de muchos chilenos.
De Marco Antonio Pinochet se dice que, en la interna está alineado con Lucía, la mayor de los cinco hermanos, y que la dupla es el sector con más cintura política.
El acepta la división, pero le quita dramatismo: "La verdad es que nunca fuimos una familia muy unida. Entre los hermanos somos bien distintos, porque pertenecemos a generaciones diferentes, y los que nos aglutinaban eran mis padres. Ahora ya ni siquiera comemos juntos. Nos cuesta reunirnos..."
Aunque la interna entre los cinco hermanos (Lucía, Augusto, Verónica, Marco Antonio y Jacqueline Pinochet) tomó estado público tras el apresamiento del ex dictador en Gran Bretaña, el tema entre ellos ya venía desde antes y la crisis, en todo caso, sólo hizo que cada uno definiera mejor su rol familiar.
Lucía y Marco Antonio son los que tienen la mejor imagen publica; Augusto, el de los pinocheques , es la que la tiene peor y aun así quiere ser senador; María Verónica ostenta el perfil más bajo de los cinco, y Jacqueline (de 40 años, nueve hijos y dos matrimonios) es una bomba siempre a punto de estallar.
Hace tres semanas, en una entrevista que dio a la revista chilena Caras, se despachó a gusto sobre la situación de su padre: "Para Lagos, la solución sería que mi papá estuviera muerto; que se hubiera muerto en el viaje o que bajándose del avión le hubiera dado un infarto, y así se habría acabado. Mientras tanto, le hacen una estatua a Allende..."
Sobre las violaciones a los derechos humanos, se preguntó: "¿Pero a quiénes les pasó...? ¿Era gente que estaba en su casa bordando?"
Lo cierto es que, según dicen en Santiago, cada vez que alguno de los hermanos Pinochet habla, los abogados tiemblan.
Y Miguel Schweitzer no lo niega expresamente: "Si dependiera de mí, les pediría que no dieran entrevistas. Qué van a estar unidos... Están peleados y enfrentados entre sí".
Desde su oficina en un piso 15, junto al cerro de Santa Lucía, Miguel Angel Schweitzer maneja lo que quizá sea el caso más difícil de su vida.
La familia le pidió que asumiera la defensa de Pinochet apenas quedó preso en Londres, y para él fue como un retorno a las fuentes: entre 1979 y 1983 había sido embajador de la dictadura en Gran Bretaña, y durante los dos años siguientes fue el canciller del pinochetismo.
"No cobro honorarios por esta defensa", se apresura a decir, y lamenta que en los dos últimos años se haya tenido que dedicar a ella a tiempo completo.
-¿Pinochet podría ser extraditado a la Argentina por el caso Prats?
-Nosotros no aceptamos la jurisdicción de los tribunales argentinos. Todavía no hay ningún pedido de extradición, pero si llega, contestaremos y veremos qué pasa. El criterio es el mismo que expusimos en Londres.
La estrategia de Schweitzer y de Hernán Felipe Errázuriz, su socio en el estudio, es impedir que a Pinochet se le hagan análisis mentales, y conseguir que se le practiquen los exámenes físicos.
La argumentación es sencilla: "No lo queremos hacer pasar por loco. Los análisis psicológicos están en el código para proteger al procesado, y en este caso el procesado renuncia a ese derecho", dice Schweitzer.
-¿Y cómo está verdaderamente Pinochet?
-Yo hablo únicamente de la defensa.
-Pero para la defensa, el estado de salud es fundamental.
-Sólo le voy a decir que el general Pinochet no está en capacidad de defenderse en un juicio.
-¿Hace alguna autocrítica?, ¿admite algo de lo que se le imputa?
-¿Usted me pregunta si asume alguna responsabilidad? Por supuesto: asume toda la responsabilidad política de su gobierno, pero no asume ninguna responsabilidad penal.
-¿El se reúne con sus abogados para analizar su situación?
-Sí... Participa un poco de las reuniones, pero ha dejado todo en manos nuestras. Está preocupado, pero no ansioso. Yo diría que está resignado.
-¿Por qué el juez Juan Guzmán no lo interrogó todavía?
-El no estaba obligado a hacerlo. Pero le voy a decir una cosa: no vale la pena estar esperando, porque Pinochet no se va a morir pronto.
-¿Con qué frecuencia lo ve usted?
-No es fijo. A veces nos reunimos tres veces por semana, y a veces hay semanas en que no nos reunimos.
-¿Y quién lo ve más?
-Ya le dije: yo hablo únicamente de la defensa.
-¿Es cierto que el ex presidente Carlos Menem intentó visitar una vez a Pinochet?
-No; una vez, no. Dos veces. La primera fue en Londres, mientras el general estaba detenido y Menem había ido de gira con Zulemita. No estoy seguro de lo que pasó, pero creo que las autoridades británicas le pidieron que no lo visitara.
-¿Y la segunda vez?
-La segunda vez fue aquí en Santiago, en marzo de este año, cuando Menem había venido a Chile invitado a la asunción del presidente Ricardo Lagos. Como se imaginará, no era el momento más oportuno para ver a Pinochet, y creo que fueron sus propios asesores, o quizás alguien en la embajada, los que le recomendaron no ir a verlo.
-¿Pinochet va a dar entrevistas periodísticas?
-No, porque los periodistas nunca van a decir lo que le convenga a la defensa.
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"Mire, antes de empezar la entrevista, le quiero pedir una cosa: no ponga en mi boca las palabras ´dictador´ o ´ex dictador´. Para mí, el general Pinochet no lo fue. Para mí, él es ´el presidente de la república´".
El pedido es innecesario. Quien lo hace es el general (R) Guillermo Garín, que entre 1995 y 1997 fue el segundo comandante en jefe del ejército cuando el comandante era Pinochet.
Garín recibe a La Nación en el living de su casa, a doscientos metros de un lugar que para los pinochetistas fue emblemático: la embajada británica, sobre la avenida Apoquindo.
Desde hace más de un año, Garín es una especie de jefe de estado mayor del ex dictador. Coordina las actividades de la Fundación, de los abogados y los adherentes, organiza los actos del pinochetismo, y empieza a ocuparse de los contactos con la prensa.
Amable, no deja sin embargo de decir lo que piensa: "La mayor parte de la prensa está en manos del marxismo internacional, y fueron ellos los que le hicieron a mi general Pinochet la fama de dictador".
-¿Usted cómo lo definiría?
-Como el hombre que salvó a Chile. En 1973 este país era el caos, y el ejército tuvo que tomar el poder para poner las cosas en orden antes de volver a la democracia plena.
-Llevó su tiempo. Tardaron 17 años en poner las cosas en orden...
-¡Es que no se podía hacer antes! ¡No se podía! Hasta hay gente que dice que nos apuramos, que todavía hoy no se podría devolver el poder.
-¿Qué piensa Pinochet del presidente Lagos?
-No lo hemos hablado con mi general. No sé lo que pensará, porque él nunca hace alusiones personales. Es un estoico, un introvertido. A lo sumo, alguna vez habla de los comunistas; pero lo dice así, en general.
-Pero no se refiere al gobierno...
-No, no creo. Debe ser por los abogados querellantes. Ellos no hacen otra cosa, así que deben estar financiados por alguna ONG, ¿no?
-¿Y cómo está Pinochet de salud?
-Está mal, mi general. Está siempre al borde del coma diabético.
-¿Qué extraña de la vida militar?
-El siente que le falta un staff de estado mayor para enfrentar esto. Está como resignado. Imagínese: después de haber ejercido el mando, tener que depender de los tiempos procesales...
-Me contaron que el ex presidente Menem quiso visitarlo dos veces.
-¿No me diga? Yo no sabía nada, y estoy seguro de que mi general tampoco. El lo respeta mucho a Menem, y lo aprecia. Dice que hizo un gran gobierno en la Argentina, y le está muy agradecido por haber resuelto la cuestión de los límites.
-¿Y qué dice Pinochet de esta amistad entre Menem y la señorita Cecilia Bolocco?
( Sonriendo. ) -Nada, no dice nada...
-Vamos, general. Parecería que no hay en Chile alquien que no tenga nada que decir sobre el tema.
-Bueno, sí... La verdad es que se ríe. Se ríe mucho. Pero simpáticamente, ¿me entiende? Simpáticamente...
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A la una de la tarde del miércoles 11, mientras este enviado estaba en la Fundación Pinochet esperando una entrevista, el búnker de la Comuna de Vitacura se sumió en un clima de crisis.
De pronto, los teléfonos empezaron a sonar enloquecidos, los empleados corrían de aquí para allá, se sentían murmullos y pasos por las escaleras, y las caras se llenaron de preocupación.
"A mi general le ha bajado la presión y no lo pueden mover...", dijo, pálida, Mónica Werthaim. Aquel día Pinochet estaba en su finca de Los Boldos, cercana a Valparaíso, y su esposa Lucía Hiriart había viajado hasta Osorno, mil kilómetros al sur de la capital.
"Yo me lo imaginaba", dijo Werthaim, y contó que cada vez que su esposa no está con él, el anciano se escapa de su enfermero y su mayordomo, se atrinchera en la cocina y devora dulce tras dulce hasta que lo encuentran.
Su hija Jacqueline ha contado una historia parecida: "De repente lo ves pelear con el enfermero para que no lo vea comerse un chocolate. Y dice que uno solo no hace nada, que no tiene nada de azúcar. A veces mi mamá le pregunta: Ô¿Qué comiste?´ ÔUna lechuga´, le contesta él. ¡Mentira! Se acaba de comer un tremendo plato de charquicán (una especie de puchero chileno)... Y mi mamá le pregunta: Ô¿Por qué estás tan gordo?´, y él le responde: ÔNo sé, eso es lo más raro...´"
Esta imagen tierna y conmovedora, explotada, como su estado de salud, por sus partidarios, es el nuevo look de Augusto Pinochet.
Para su estrategia es vital que se lo sepa físicamente enfermo; para su dignidad, sería imperdonable que lo creyeran senil.
Y para este país, que gobernó con mano de hierro durante 25 años, ya no es tan importante y cada vez son menos los que están pendientes de él.
El viejo dictador paradigmático hoy es un anciano enfermo, que está llegando al final de su camino.