Cómo elegir a la persona indicada
NUEVA YORK
CONQUE Harvey Pitt decidió no comunicar a los otros miembros de la Comisión de Títulos y Cambios un pequeño detalle acerca del hombre que había elegido para dirigir la nueva junta supervisora contable, un organismo crucial, tras haberle dado la espalda a otro candidato mucho más calificado... Según informó Stephen Labaton en The New York Times , William Webster presidió el comité de auditoría en U. S. Technologies. Ahora, los inversores de esta compañía le entablaron juicio acusando a sus ejecutivos de haberlos defraudado en varios millones de dólares.
¿Y qué hizo el comité de Webster, luego de que un auditor contratado puso reparos a los controles financieros de la empresa? Acertaron: despidió al auditor.
La reacción de Pitt al trascender esta historia supera la fantasía de cualquier satírico. "Pitt pretende investigarse a sí mismo", anunció un titular. En efecto, su propia junta investigará cómo eligió a Webster.
Entretanto, ¿qué pensaba Webster? Nadie lo cree corrupto. Pero habiendo fracasado de manera tan espectacular al supervisar a los ejecutivos de una compañía pequeña, ¿cómo pudo creerse capaz de imponer una contabilidad honesta a todas las corporaciones norteamericanas?
Sin embargo, no es casual que Pitt haya elegido al hombre inadecuado. Lo prefirió a otros candidatos mejores precisamente porque los lobistas de los estudios contables (grupo al que, es obvio, sigue perteneciendo Pitt) confiaban en su ineptitud.
El principio de Pitt
Llamémoslo "el principio de Pitt". El famoso principio de Peter establece que los gerentes fracasan porque se elevan a su nivel de incompetencia. El principio de Pitt nos dice que a veces la incompetencia es justamente lo que desean los directivos.
En este caso particular, los inversores comunes exigieron medidas enérgicas contra las malversaciones empresariales y Pitt fingió avenirse a ello. Pero este gobierno está dirigido por, y para, gente que ha obtenido pingües ganancias valiéndose de sus conexiones en el mundo de los negocios. (¿Recuerdan a Harken y Halliburton? ¿Y por qué el gobierno no habría de sincerarse sobre aquel grupo de tareas energético?) Así pues, eligió a alguien con un currículum impresionante pero que no venía al caso, en el que podía confiar para que la tarea no se cumpliese.
Este principio explica muchas cosas. Por ejemplo, la tarea del secretario del Tesoro es llevar adelante políticas fiscales y económicas sanas. Si no queremos que se cumpla, nombramos a un destacado ejecutivo manufacturero que entienda poco de presupuestos federales o macroeconomía. Será el hombre ideal para presidir una transición relámpago de un récord en superávit presupuestarios a déficit enormes. Incluso, apenas unos días antes de que la confianza de los consumidores caiga al nivel más bajo de los últimos nueve años, declarará alegremente: "Los últimos indicadores parecen buenos".
La tarea del fiscal general (o sea, del ministro de Justicia) es defender la Constitución e imponer la ley. Si no queremos que se cumpla, elegimos a un ex senador que respete poco la ley o la Constitución, en particular todas esas tonterías sobre procedimientos debidos, separación de la Iglesia y el Estado, etcétera. Será el hombre indicado para responder a una crisis nacional encarcelando a más de mil personas, sin cargo alguno, y no atrapar a un solo individuo que haya cometido un acto terrorista, ni siquiera al que propagaba el ántrax por correo.
El mismo principio puede aplicarse en niveles inferiores. Los expertos en inteligencia y defensa deberían evaluar con criterios realistas las amenazas contra la seguridad nacional y las consecuencias de una acción militar norteamericana. Si no queremos que eso ocurra, encomendamos la tarea a eminentes intelectuales neoconservadores sin la menor experiencia del mundo real. Podemos confiar en que percibirán vínculos terroristas allí donde la CIA niegue su existencia, y nos tranquilizarán alegremente acerca de lo que significa librar una guerra en un área urbana densamente poblada, cuando hasta las Fuerzas Armadas están muy nerviosas.
Pero la aplicación más importante del principio de Pitt se da en la cima. La tarea del presidente es unificar la nación y guiarla en tiempos difíciles. Si no queremos esto, nombramos a un tipo afable, perteneciente a una familia famosa, que ha llevado una vida encantadora en el mundo empresarial y político gracias a sus relaciones y su información confidencial. Será uno de esos que no ven nada malo en intentar aprovechar una crisis nacional con fines partidistas, llegando al extremo de declarar que a los miembros del otro partido no les importa la seguridad nacional.
Así, una oleada de unidad nacional y buenos sentimientos puede convertirse, en poco más de un año, en un desaliento creciente. Cada vez son más los norteamericanos que opinan que el país va por mal camino.
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
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