Reseña: Degenerado, de Ariana Harwicz
Si algo distingue la narrativa de Ariana Harwicz –argentina, radicada en Francia desde 2007– es la construcción de una voz desbordada, salvaje. Desde su primera novela, Matate amor, publicada por Paradiso en 2012, reeditada por Mardulce en 2017, traducida y nominada al Man Booker Prize, se mantiene fiel a un mismo programa: explorar a través del monólogo interior personajes atravesados por la violencia de las relaciones familiares. Al menos alrededor de este tema giraba no solo esta, sino también las dos nouvelles que le siguieron: La débil mental (2014) y Precoz (2015).
En Degenerado da un paso más. Está la violencia. Está el paisaje bucólico que se vuelve asfixiante: el bosque, el pequeño pueblo en el corazón de Europa –otra de sus constantes–, pero ya no es solo el tema de la familia entendida como un sismo, sino además la interioridad de un sujeto que incumple una de las leyes más elementales de la vida social. El protagonista es un pedófilo culpable de abusar de una niña. Puesto así el argumento podría resolverse rápidamente; no hay mucho más que declararlo culpable. Y sin embargo, a partir del feroz monólogo del personaje, Harwicz logra poner en cuestión muchos de los supuestos que regulan lo social.
La nouvelle –las novelas de Harwicz son breves– va y viene entre la subjetividad de quien se describe como "un liquidado" y las voces de quienes lo inculpan: los vecinos, la ley. "Dígalo admítalo, no hizo nada por no ser un monstruo", dice la jueza. El protagonista es un monstruo, claro. Sin embargo, a medida que avanza en la narración –y hay cierto detalle sobre los hechos que la autora se encarga de dosificar–, el lector no puede dejar de preguntarse: ¿qué otra cosa podría haber engendrado la Europa que describe? De la experiencia de la guerra que lo marcó, el narrador dice que no queda "ni un solo rastro de los judíos excepto donde hay una placa conmemorativa indicando una fosa común". Sobre la familia, señala: "Cada familia es un apetito incontrolable". Sobre el deseo: "El deseo es el deseo, cómo va a ser legislado, es una puesta en absurdo de vuestra legalidad, de vuestros pruritos". Sobre la vejez: "De la garganta para afuera es todo tan vicioso pasados los setenta cuando el balde con tu excreción te cae, te dicen aquí estamos abuelito, aquí está la sociedad ilustrada para ayudarte porque te amamos".
Es un hallazgo que Harwicz haya pensado en un hombre viejo, algo así como un símbolo de esta Europa política y culturalmente envejecida. ¿Y si la vejez fuese algo más que aceptar los programas de bienestar social ofrecidos por un Estado que no es más que un lobo disfrazado de cordero? ¿Si no hay tal cosa como la imagen del anciano inofensivo y aletargado frente a la chimenea? Justo cuando el lector empieza a empatizar con la crítica social que plantea el personaje, Harwicz recuerda los detalles aberrantes del delito de manera casi taquigráfica y entonces el lector vuelve a acomodarse en la silla, a recordar el marco legal que debe regir la vida en sociedad.
El lenguaje que maneja Harwicz es algo así como el reverso de toda convención social, su lado B. Es al código comunicacional lo que su protagonista es a la sociedad que lo condena. Lo afirma el personaje cuando señala que hablar es "una cuestión de rigor, hay que reprimir, hay que guardarse, hay que ajustar el cinto de las palabras, gobernar el timón"; por eso repite que él habla como si escribiera. Degenerado es la novela más europea de Harwicz, una muestra más de la coherencia de un proyecto narrativo que evidencia el artificio de las formas sociales (el lenguaje, la familia, el amor maternal, la vida en sociedad). La autora suma así otro personaje a ese bestiario que le permite exprimir el lenguaje poético al máximo.
DEGENERADO
Por Ariana Harwicz
Anagrama
128 páginas, $ 495