Como ciegos en Gaza
No es posible leer los inmortales versos de Milton sobre la desgarradora imagen de un Sansón otrora poderoso, al que los filisteos han ahuecado los ojos y sometido junto a otros esclavos judíos a empujar en círculos sin fin y cual bestias la piedra de un molino en Gaza, sin parangonarlos con el agobio que padecen hoy los argentinos que viven de su trabajo, conminados a un esfuerzo abrumador, sin réditos ni ilusiones, mientras una casta de dominadores disfrutan de lo producido.
Si se juzgase excesiva esta analogía, bastaría recordar que mientras antaño se prohibía la “tracción a sangre” animal, hoy, la tracción a sangre humana de miles de personas de todo sexo y edad, a toda hora y, para asombro del mundo, en los barrios más elegantes de la capital de uno de los países más ricos del planeta tirando carros con basura como si fuesen bestias es considerada un “trabajo digno”, cuando en rigor constituye un símbolo elocuente de una sociedad postrada ante un sistema de indignidad, pues allí donde se justifica ostensiblemente lo más se incentiva discretamente lo menos.
Un régimen de explotación de los que trabajan y producen, por parte de los amos de la administración pública, en el que el monopolio del poder y la violencia ya no se ejerce mediante inofensivas Fuerzas Armadas y de seguridad, sino de ejércitos de concesionarios de la amenaza pública, como recaudadores, inspectores, gremialistas, voceros, artistas, maestras, procesados, malhechores, mendigos, presidiarios, trapitos, traficantes, vándalos de silobolsas, barrabravas, piqueteros y agitadores, todos bajo el sutil amparo de cúpulas estatales sufragadas por sus propias víctimas: los contribuyentes.
Tan absurda paradoja se enmascara tras el perverso recurso de disfrazar su verdadera naturaleza, pues mediante porfiadas argucias, se ha logrado inculcar relatos fantásticos para justificar personajes y sucesos funestos como héroes y epopeyas legendarias, a las que analistas desconcertados o malintencionados han convertido en obras maestras de la paradoxografía, aquel género helenístico que exaltaba fenómenos fabulosos e inexplicables.
El sustrato metafísico de esta ceguera intelectual radica en que se ha naturalizado el desprecio por las incertidumbres metódicas de la razón moderna y su reemplazo por el culto a las certidumbres de la sinrazón posmoderna, lo cual no es ocioso aunque sí paradójico recordar, constituye un procedimiento filosófico político que, aduciendo ser novedoso y liberador, ha cumplido un siglo sustentando totalitarismos varios. Sin embargo, las miserias del sistema argentino no se reducen a acrobacias intelectuales ni a supercherías literario-sociológicas, sino que se fundan en macizas columnas, ornadas con atractivos placebos para oprimidos y seudoprogresistas, pero erigidas desde hace años por filisteos de toda laya, como cimientos de una sólida construcción estructural destinada a lucrar con la esclavitud de todo un país.
La Argentina no se liberará de este yugo especulando ingenuamente con que este régimen caerá solo, con buena voluntad, nuevos ministros y planes, creyendo que sus constructores sufren con los daños que causan cuando lucran con él, que no aciertan cuando en realidad lo hacen espléndidamente bien para sus intereses, o que podrían colaborar como si fuesen suicidas, sino hasta que se comprenda que antes de derribar los pilares de este edificio populista se trata de acabar con la artera resistencia a abatirlos, como hizo Sansón con las columnas de un sistema precisamente diseñado para mantener en Gaza a esclavos ciegos que continúen empujando al gran molino que alimenta al país.
Diplomático de carrera y miembro del Club Político Argentino y de la Fundación Alem