Combatiendo a la Capital
"Primero vinieron por la Capital, pero a mí no me importó porque no era porteño. Ahora vienen por mi provincia, pero ya es tarde". Esta paráfrasis de la afirmación apócrifamente atribuida a Bertolt Brecht debería servir de admonición a gobernadores y diputados "opositores" de provincias "opulentas" que avalaron el saqueo a la Capital. Con esa desfachatez impune que consienten el todoeslomismismo y la doble vara, el cuarto gobierno kirchnerista financia al gobierno central quitándole recursos a uno de los veinticuatro distritos federales del país… en nombre del federalismo. Maestros del Relato y la Leyenda, abusan de un sentido común que han logrado imponer, según el cual el federalismo no es una cuestión de unitarios contra federales sino de porteños contra provincianos. Inmunes a la realidad, ni la Leyenda ni el Relato registran el hecho de que los unitarios más salvajes de los últimos tiempos llegaron al gobierno desde La Rioja y Santa Cruz, dos de las provincias más alejadas de la Capital Federal. ¿Para qué, si basta elevar a epopeya nacional a Obligado, una batalla librada por Buenos Aires contra las provincias por el control de la Aduana, y colgar retratos de Rosas en el despacho del gobernador de Parque Chas?
Después de todo, ¿quiénes son los federales? ¿Los que con Menem les tiraron por la cabeza la educación y la salud a las provincias, sin darles los recursos? ¿Los que gobernaron doce años en pleno boom sojero y dejaron dieciséis provincias en rojo en 2015? ¿Los que han vuelto a poner de rodillas a los gobernadores y a discriminar a los argentinos según hayan votado por el oficialismo o la oposición? ¿O serán los verdaderos federales los que les devolvimos los catorce años de recursos que Cristina les había robado a las provincias con la excusa de las AFJP; los que gobernamos sin látigo ni chequera y entregamos el poder con las cuentas provinciales en superávit?
Pero no basta con el falso federalismo. Los muchachos se autoadjudican también el monopolio de la solidaridad. Es egoísta la CABA, dicen, que aporta el 25% de los recursos coparticipables y se llevaba un 3,5% (siete veces menos); así que se lo vamos a reducir a 1,4% (dieciocho veces menos)
Pero no basta con el falso federalismo. Los muchachos se autoadjudican también el monopolio de la solidaridad. Es egoísta la CABA, dicen, que aporta el 25% de los recursos coparticipables y se llevaba un 3,5% (siete veces menos); así que se lo vamos a reducir a 1,4% (dieciocho veces menos). Generosas y solidarias son, en cambio, la Chaco de Capitanich, que aporta 0,35% y se lleva quince veces más, y la Formosa de Gildo Insfrán, que aporta 0,19% y se lleva veinte veces más. Matemática peronista. La realidad es una opinión.
En un país federal, es lógico que los distritos ricos ayuden a los pobres, pero distorsiones de semejante dimensión son un abuso y establecen una dependencia insana. Además, ¿en qué se gastaron la plata recibida los gobernadores, en generar desarrollo en sus provincias o en empleo público para favorecer el control social y sus relecciones? De 2015 a 2019, Cambiemos disminuyó 59.553 puestos en el sector público nacional, mientras que las provincias y los municipios aumentaban en 69.738 y 30.184 –respectivamente– sus planteles. Gracias a los muchos años que lleva esta aberración en la Ciudad de Buenos Aires hay 11,9 empleados estatales por cada 100 privados registrados; mientras que son 117 en Santiago del Estero, 146 en La Rioja, 167 en Formosa y 171 en Catamarca. Un país stalinista y medieval.
Rara paradoja, si los muchachos se dieran una vuelta por la Capital se sorprenderían de ver que Buenos Aires es la ciudad de todos los argentinos. En sus hospitales se atienden los que no tienen hospitales en Formosa, La Pampa, La Rioja, San Luis y Santa Cruz; cinco provincias en las que desde 1983 ha gobernado siempre el peronismo. Y si recorrieran las villas porteñas, integradas al tejido urbano y provistas de servicios como no se hace en ningún distrito peronista, descubrirían que viven en ellas compatriotas de Jujuy, Misiones, Salta, Tucumán y Santiago del Estero, otras cinco provincias en las que el peronismo gobernó más de treinta años. Es a sus comprovincianos desesperados por los pésimos servicios que reciben de sus gobernadores que vienen a educarse, a atenderse y a vivir a la Capital a quienes les sacan los recursos. Para no hablar del trabajo en una ciudad que todos los días ve duplicar su población por la llegada de los habitantes de otro feudo gobernado por el Pejota durante treinta años: la provincia de Buenos Aires. Gente que viene de Almirante Brown, Berazategui, Ezeiza, Florencio Varela, Hurlingham, José C. Paz, La Matanza, Malvinas Argentinas, Merlo y San Fernando; diez municipios que suman 5.700.000 habitantes y en los que desde 1983 solo gobernó el peronismo, con consecuencias que no hace falta mencionar.
La mayoría de los porteños estamos orgullosos de nuestros aportes al país. Por eso no aceptamos que quienes hundieron en la pobreza a sus comprovincianos nos digan egoístas, ni que se digan solidarios los que los han reducido a la marginalidad. Y nos parece bien que todos los argentinos accedan a la salud y la educación donde prefieran. Pero también es hora de que la cuenta de la atención de sus propios ciudadanos la paguen las provincias mediante una compensación regulada a través de un sistema de aportes y descuentos aplicado automáticamente sobre las partidas de la coparticipación federal. Hay proyecto de ley.
En cuanto a la opulencia: Buenos Aires no es opulenta sino próspera. Desde que no votamos peronismo. No era próspera en 2007, cuando la gobernaba Aníbal Ibarra gracias a un acuerdo con Néstor Kirchner que intermedió Alberto Fernández. La Buenos Aires de Ibarra era una ciudad oscura y sucia, sin Metrobus, ni bicisendas, ni viaductos; ni insumos en los hospitales, ni gas y computadoras en las escuelas. Una ciudad que se inundaba y en la que la corrupción causaba tragedias. La Buenos Aires de la progresía paleolítica ibarrista y el peronismo medieval kirchnerista era la ciudad de Cromañón. Es desde entonces que cambiamos y por eso tenemos hoy el Paseo del Bajo, mientras que quienes tomaron otras decisiones electorales tienen las rutas inconclusas de Lázaro Báez.
Por donde se lo mire, el único plan económico de este gobierno es quitar recursos a quienes no los votaron para dárselos a sus clientes, geográficos y corporativos; en tanto su programa político es hablar de unidad mientras se alimentan falsas grietas: pobres contra ricos, morochos contra rubios, campo contra industria, interior contra Capital, pymes contra grandes empresas, trabajadores contra clases medias. Lo hacen para ocultar la grieta verdadera; la que separa a los honestos de los corruptos, a los que saquearon el país de quienes los denunciamos, a los autoritarios de los republicanos, a los que viven de su trabajo y sus inversiones de los que viven colgados de ellos, reducidos a súbditos por los gobernadores feudales del norte, los barones del conurbano y los jeques petroleros del sur.
De combatir al capital a combatir la Capital. No se les puede negar la coherencia. Así, la verdadera grieta es simple de entender. De un lado estamos quienes queremos que la prosperidad de la Capital se extienda al Gran Buenos Aires y la de las provincias del centro se contagie al Norte y al Sur. Del otro lado están quienes creen que la pobreza se elimina combatiendo la riqueza e intentan convertir a la Argentina en un inmenso conurbano en el que imperen el clientelismo, las mafias, el sometimiento y la marginalidad.