Unidad no es lo mismo que unanimidad
La Argentina ha sido invadida, una vez más, por el delirio de unanimidad. Al grito de "no es momento para la política" y "tenemos que encolumnarnos detrás del Presidente" muchos pretenden suprimir la democracia y la pluralidad.
Es cierto que es obligación de toda oposición apoyar al gobierno en las horas difíciles. Habría sido bueno que los oficialistas de hoy lo hubieran entendido cuando fueron oposición y sus principales autoridades hacían declaraciones incendiarias ("hay vacío de poder", "estamos en default", etc.) y su legión de periodistas militantes llamaba a retirar depósitos de los bancos, pero ya está. Sin embargo, ¿en qué consiste "apoyar al Presidente"? En opinión de quienes creemos que la superioridad de la democracia sobre las dictaduras vale siempre, apoyar al Presidente consiste en compartir los anuncios y respetar y pedir respeto por las decisiones tomadas por el Gobierno. Todos los miembros de la oposición lo hemos hecho. Del primero al último. El expresidente se ha expresado contundentemente sobre la necesidad de respetar las medidas de cuarentena dispuestas por el Ejecutivo, nuestros gobernadores han compartido los anuncios y los han aplicado en sus distritos, sin excepción, y nuestros interbloques de diputados y senadores han estado en contacto permanente con las autoridades de ambas cámaras, haciendo llegar propuestas sanitarias y económicas que antes debatimos digitalmente en estos tiempos de coronavirus y aislamiento social.
Pero apoyar al Gobierno no consiste en suprimir la democracia, que implica la crítica a lo que se está haciendo mal o se hizo mal. No es un daño al país ni un intento de dividirlo ni de sacar ventaja política. Es la mayor contribución que puede hacer una oposición. Doy ejemplos.
Nuestro exembajador en China Diego Guelar pidió controles estrictos en Ezeiza para los viajeros que llegaban desde aquel país desde enero. Y luego, para los de Italia y otras zonas afectadas. Pero el ministro de Salud subestimó el problema, sostuvo que el coronavirus no llegaría en verano y después admitió que lo sucedido "lo había sorprendido". Por eso, cuando se hizo algo en Ezeiza, se hizo tarde y mal. ¿Cuántas vidas nos va a costar?
Otro ejemplo: el ministro de Educación declaró un viernes que no se cerraban las escuelas, y fue la presión de la oposición y la opinión pública en las redes la que lo hizo cambiar la decisión el domingo por la mañana, una semana antes de que el Gobierno sancionara la cuarentena total ¿Cuántas vidas se salvaron gracias a que siguieron funcionando la crítica y la democracia?
Uno más. El Gobierno prohibió los vuelos de retorno que no fueran de Aerolíneas, dejando varados a miles de argentinos en el exterior. No todos habían salido esa semana, como la vicepresidenta. Pero lo único que se les ocurrió fue montar una campaña laudatoria de Aerolíneas para tener que revertir luego la medida, después del papelón del canciller con Iberia. También en esto se movieron solo ante las críticas, e hicieron y siguen haciéndolo tarde y mal.
Lo más importante: se perdió un tiempo precioso para comprar respiradores y reactivos. El Gobierno tuvo tiempo de ver lo que pasaba en Italia y España, pero subestimó el impacto, no lo hizo cuando era posible y centralizó los controles en el Malbrán. Solo ahora, por las críticas, revirtió la medida. Pero hoy los respiradores escasean en todo el mundo y se compraron pocos reactivos. Que el Presidente haya anunciado el número exacto de infracciones a la cuarentena sin mencionar un solo dato del número de tests realizados es una pésima señal. ¿Hay que callarse la boca para no dividir al país?
La Argentina tiene hoy uno de los índices más bajos de testeo por habitante. Eso hace que subestimemos el problema. Y saber quién está enfermo y quién no está enfermo es una información vital para cuando, tarde o temprano, haya que levantar la cuarentena. Para tener esa información imprescindible es necesario trabajar bien hoy, y no se ve que el Gobierno lo esté haciendo. El papel de la oposición, también aquí, ¿es aplaudir?
Fueron la falta de democracia y el silencio totalitario los que provocaron Chernobyl, y probablemente -como argumentan varios expertos- esta pandemia venida de China. Por eso, la democracia no se suspende en las emergencias. Es más necesaria que nunca. E implica crítica y libertad de opinión. No se le gana al virus con totalitarismo y alineamiento, sino con ciencia, información y cooperación.
Es creencia extendida que el mal que nos aqueja es la falta de unidad. Pero la historia muestra que, por el contrario, nuestras peores tragedias han sido fruto de nuestros delirios de unanimidad; del militarismo verticalista disfrazado de unidad nacional. Ya vimos esta película. En los setenta había que alinearse con la revolución socialista, cuya llegada era inminente. Luego, con los que tenían que matarlos a todos porque así no se podía seguir. Más tarde, con Galtieri. Vamos ganando, traigan al principito. En los noventa, con la convertibilidad, que el 80% de la población apoyaba en noviembre de 2001. Después, con Duhalde y los Kirchner, salvadores de la patria. Además, el gobierno que los argentinos votamos con más entusiasmo (1973, Perón-Perón, 62%) fue el peor gobierno democrático de la historia. Para entonces, la Argentina llevaba diez años de crecimiento y había duplicado su producción industrial, y en dos años tuvimos el Rodrigazo, primer gran shock económico-social regresivo de nuestra historia, y el recrudecer del terrorismo, las listas negras, los exilios y las primeras desapariciones. En 1975, no en 1976.
En todos esos episodios, quienes no estábamos de acuerdo y alertábamos del peligro éramos considerados traidores a la patria por los que confunden unidad con unanimidad y disfrutan convirtiendo al presidente en un jefe militar. No estoy de acuerdo. No soy diputado para callarme si veo que se toman decisiones malas y tardías que cuestan vidas y daños económicos innecesarios. Apoyaré lo que crea que corresponde y criticaré lo que crea que tenga que criticar. Mejor harían el Presidente y el gobernador de la provincia de Buenos Aires en suprimir los mensajes partidarios que cuelan en sus discursos al mismo tiempo que llaman a encolumnarse detrás de ellos.
Los que aman hacer la venia no cuenten conmigo. Un país no es un regimiento militar. La cooperación no es silencio ni acatamiento ciego, y la libertad no se negocia. La democracia no admite la verticalidad.