Un sosiego en la Avenida de Mayo
Entre los periodistas, hay una especie de axioma que se hace real en casi todos los medios. Dice que "avión que llega no es noticia".
Un caso ejemplificativo es el eje de las siguientes líneas. Anteayer se conmemoraron los 125 años de la apertura oficial de la Avenida de Mayo, y pronto se cumplirán 11 años de la colocación de bancos en la histórica Avenida.
Sin embargo, en esta década larga solo se ha hablado de esos emplazamientos de hormigón cuando ha habido escenas patéticas con algunos energúmenos aplicados a la tarea de romperlos. Se trataba nada menos que de obtener trozos de buen hormigón para arrojarlos contra la policía. Como he vivido todas las etapas previas al nacimiento de los bancos de la Avenida de Mayo, experimenté angustia y malestar cada vez que ocurrían incidentes de tamaña naturaleza. Los vándalos consiguieron mutilar algunos bancos, pero sin poder destruir ninguno, por lo sólidos y bien construidos que estaban. Apenas se produjeron aquellos ataques recibí el llamado de un noticiero de TV para tratar el tema. Lo dicho: solo se habla del avión caído.
Asumí el cargo de director general del Casco Histórico de la ciudad de Buenos Aires en enero de 2008. El ingeniero Hernán Lombardi me honró con esa designación y, pese a no haber ocupado con anterioridad funciones públicas, me entusiasmaba una tarea que incluía la gestión y protección de un territorio que abarca los barrios de San Telmo y Montserrat.
Una de las primeras decisiones adoptadas, con los precedentes de mi prédica de larga data, fue dotar de asientos a la legendaria Avenida de Mayo. Les expliqué a colegas y vecinos que un área peatonal importante como son las anchas veredas de la Avenida no podía carecer de lugares de descanso, encuentro y contemplación.
Es una estampa conocida la imagen de mesas pobladas por célebres personalidades en la vereda del Café Tortoni. Por suerte, sigue habiendo bares con espacios al aire libre, pero nuestra idea era que debíamos ocuparnos del peatón cansado o el turista que quiere observar el paisaje edilicio o que quiere detenerse para consultar un mapa.
Con la pericia de Diana Cabeza para diseñar mobiliario urbano, se pudieron dibujar dos unidades. Una, con respaldo, y otra sin él, a fin de verificar cuál era el mejor proyecto. Hubo algunos reparos: el arquitecto José María Peña, adalid del Casco Histórico que acumulaba larga experiencia en la materia, me dijo que no arriesgara recursos con aquellos propósitos: él había hecho colocar bancos que habían sido robados al poco tiempo.
Pero no se cumplieron esas conjeturas. Los bancos, de líneas suaves y armoniosas, son de hormigón armado y vibrado. Tienen una superficie lisa y brillante, un color arena que los asimila a las fachadas del entorno y la resistencia para soportar el vandalismo que suele azotar lo que está más a mano en el centro de la ciudad.
Fue notable comprobar dos cosas respecto de los bancos: era raro verlos vacíos, y la gente los percibía como si hubieran estado allí desde siempre. Su presencia se identificó con el paisaje urbano, sin llamar la atención de quienes caminan por la Avenida.
Un dato infrecuente hasta entonces, pero constante en el gobierno de la ciudad a cargo del hoy Presidente, sería el corto lapso que transcurriría desde la idea hasta la instalación de más de cien bancos en una vía ciudadana de celebridad internacional. Plazo que incluyó el relevamiento de ocho cuadras para ubicar las paradas de transporte público, los aún entonces existentes teléfonos públicos y otros obstáculos posibles. Después se eligieron los lugares para sentarse: frente a edificios emblemáticos y de incuestionable belleza, como el del viejo diario La Prensa o el Palacio Barolo, o La Inmobiliaria, lo mismo que otros importantes frentes de la Avenida que ahora pueden contemplarse con comodidad.
En la ciudad, salvo raras excepciones, no hay bancos en las peatonales que se diseñaron para su zona céntrica. ¿Es comprensible, por ejemplo, que la calle Florida no tenga un solo asiento a lo largo de todo su trayecto? Quien lea estas líneas podrá opinar que se trata de una nota autorreferencial. Y tendrá razón al decirlo, porque no tuve otro recurso a fin de aclarar a los vecinos de la Reina del Plata el origen y la historia de un centenar de bancos que se dieron de verdad a conocer solo a partir del momento en que se los usó como cantera para obtener cascotes que luego se emplearon, en forma maligna, como proyectiles. Una pena.
Arquitecto