Un desafío para la universidad
El Covid -19 se presentó casi sin avisar. Sin pensarlo, pues no hubo tiempo, comenzamos a cambiar nuestras costumbres y formas de relacionarnos. El home-office se incorporó de manera espontánea a la rutina diaria. Y esta nueva modalidad arribó a la educación. La universidad es uno de los ámbitos interpelados en este nuevo contexto, en cómo usar la tecnología para seguir cumpliendo sus funciones básicas, especialmente la de formar. Aun cuando se la ha caracterizado como una entidad lenta para el cambio, hoy se la nota ágil de reflejos. Si bien cada una reacciona de acuerdo con sus propios tiempos y realidades, y de modos más o menos formalizados, se observa un norte común: la utilización de plataformas online para continuar con sus tareas.
La educación a distancia no es un fenómeno nuevo en la Argentina. Es una especie que se ha desarrollado desde principios de los 2000. La mayoría de las universidades ofrecen al menos una carrera en línea. El número de alumnos ha crecido a tasas aceleradas, aunque aún son pocos. Alrededor de 160.000 cursan carreras online, lo que representa algo menos del 10% del total. Estos datos muestran la punta del iceberg de esta modalidad.
Más allá de la voluntad particular que cada institución haya mostrado desde el inicio del nuevo siglo, en 2017 hubo una señal clave de todo el sistema universitario, cuando asumió el desafío de acordar reglas comunes que aseguraran la validez y calidad de las ofertas educativas en esta opción. El Consejo de Universidades, que reúne a todas las instituciones universitarias del país, trabajó junto con la Secretaría de Políticas Universitarias (SPU) en un marco normativo que estableció los requisitos para asegurar las condiciones institucionales de calidad para las carreras bajo esta opción pedagógica, las que además deben acreditarse. Cada institución debe crear su sistema institucional de educación a distancia (SIED), que es validado por la SPU a partir de la recomendación de la Coneau.
La situación actual encuentra a más de 90 universidades, de las 132 existentes, con SIED presentados, los que mayoritariamente han sido evaluados y recomendados para validación. ¿Significa esto que las universidades pueden transformarse de un día para el otro en esta situación de pandemia? Claramente no. Sin embargo, cuentan con una base estructural para afrontar la contingencia como ningún otro nivel educativo. En su gran mayoría trabajan contra reloj para comenzar las clases a distancia, adecuando campus virtuales, orientando a docentes, definiendo alternativas para quienes tienen dificultades de conectividad, evitando que los estudiantes pierdan el vínculo pedagógico con sus docentes.
De esta situación, absolutamente circunstancial y de aprendizaje, seguramente sea más lo positivo que los perjuicios. No toda formación podrá ser traducida en el actual contexto a la nueva modalidad. Hay instancias prácticas, en las que es fundamental lo presencial, que deberán esperar. Así, nos vemos empujados a transitar a máxima velocidad y con mucho esfuerzo un camino con pavimento recién colocado, que en su recorrido nos encontrará diferentes a docentes y a estudiantes. Sin cambios drásticos, volveremos a la irreemplazable formación presencial, pero con la experiencia de haber descubierto un complemento democratizador, en la medida en que podamos asegurar a la mayor cantidad de estudiantes iguales niveles de calidad a lo largo y a lo ancho de nuestro país y, por qué no, del mundo.
Rabossi es profesor del Área de Educación de la Escuela de Gobierno Universidad Torcuato Di Tella; Marquina, profesora investigadora UBA, Untref, Conicet