Templos de la belleza y el conocimiento
El Museo del Prado cumple 200 años este mes y el Museo Nacional de Bellas Artes habilitó hace poco dos salas dedicadas a nuestras civilizaciones precolombinas. Fruto de una visión burguesa y humanista, nacieron en Europa los primeros museos abiertos al público: en 1769, la Galería de los Uffizi, en Florencia; en 1793, el Louvre, en París, y en 1819, el Prado, en Madrid, en coincidencia temporal -no geográfica- con la Revolución Industrial (1770-1820).
No por casualidad estas instituciones germinaron en Occidente: están inspiradas en una concepción igualitaria del acceso a la belleza, para mostrar al hombre común -aunque en aquel contexto, con carácter restrictivo- lo que hasta entonces estaba reservado a muy pocos (la realeza, los nobles y los clérigos). Si bien el Prado fue concebido en tiempos de Carlos III de España a finales del siglo XVIII originariamente como museo de ciencias naturales, que era el símbolo de la modernidad en la época, culmina su construcción y se inaugura durante el reinado de Fernando VII. El cambio de destino hacia el arte se debió a la influencia de Isabel de Braganza, esposa de Fernando VII, y a la conciencia general en España acerca de la importancia de las colecciones reales.
Primero los Habsburgos (en especial Felipe II) y luego los Borbones tuvieron una fuerte vocación por el coleccionismo. Su condición de soberanos en otros reinos de Europa les permitió acceder a lo mejor de la producción artística de su tiempo. Por eso la colección es tan rica en pintura italiana, flamenca y española, así como en otras escuelas europeas. Las colecciones reales fueron la base del Prado, a la que se sumaron luego las del disuelto Museo de la Trinidad, en el que habían confluido colecciones de órdenes religiosas (conventos y monasterios que cerraban sus puertas) muy ricas en arte sacro.
Partiendo de la premisa de que la pintura ocupa un lugar preponderante en el terreno de las bellas artes, el Prado está en un punto privilegiado como faro de la cultura de Occidente, desde donde solo compartiría sitial con los tesoros del Vaticano. Alcanza con mencionar la Capilla Sixtina y las salas de Rafael como creaciones excelsas de la humanidad. La colección del Prado está coronada por obras emblemáticas y al mismo tiempo de gran formato que son íconos de la cultura universal, como las "Meninas" de Velázquez, El triunfo de Baco o La rendición de Breda. El jardín de las delicias, de El Bosco, es otra obra fundamental. O Los fusilamientos del 3 de mayo, de Goya (y todos los otros Goya). Y los fabulosos Greco (36 en total), o los colosales Tizianos, los Botticelli, los Rubens...
Comparar museos es complejo, ya que por lo general no coinciden en sus focos de interés. El Louvre es un museo multidisciplinario -como lo son el Metropolitan de Nueva York y el Hermitage de San Petersburgo-, en cambio el Prado está consagrado fundamentalmente a la pintura clásica y a los grandes maestros. Y si la National Gallery de Londres tiene por foco la pintura antigua, también incluye el impresionismo. En estos dominios probablemente el Prado tenga la mejor colección a nivel mundial, seguido por los Uffizi y el Louvre. En ambos casos, estas colecciones tuvieron nobles orígenes: el acervo de la familia Medici en Florencia, y las colecciones reales de Francia en el Louvre. Los Uffizi, con obras tan excepcionales como sus Botticelli (El nacimiento de Venus y La primavera); La Anunciación, de Leonardo da Vinci; los maravillosos Rafael. Del mismo modo, el Louvre, con La Gioconda, de Leonardo da Vinci, o las majestuosas telas de Veronesse (Las bodas de Canaa). O los increíbles cuadros de Ingres (El baño turco), o la Costurera de Vermeer.
Un gran museo es la conjunción de muchos factores, aunque el más importante es obviamente la calidad de sus colecciones y el modo en que están presentadas y expuestas. En cuanto al edificio del Prado, si bien fue construido en los albores del siglo XIX, luce a la vez clásico y moderno, y sus salas son espaciosas -la mayoría- y bien proporcionadas. Y ha soportado con hidalguía la explosión de público que se ha producido en las últimas décadas hasta llegar a los tres millones de visitantes al año en la actualidad.
Sin embargo, hay situaciones en las que se pueden otorgar ciertas licencias a esos otros aspectos, como es el caso del Museo de El Cairo, un museo monotemático dedicado al arte y la cultura egipcia antiguos. Es tan fabulosa su colección -incluye las piezas de la tumba de Tutankamón-, de lejos la más importante del mundo en esta materia por la abrumadora cantidad y calidad de piezas y objetos, que se puede tolerar que los objetos no estén expuestos de la manera adecuada (aunque se halla en ejecución un proyecto de relocalización y modernización).
No es el caso del Museo Antropológico de la Ciudad de México, seguramente el más importante de América Latina (si bien el MASP de San Pablo puede presumir de tener la mejor colección de impresionistas en América Latina, hay una gran cantidad de museos en Europa y Estados Unidos que lo superan en ese terreno). El Antropológico, por la excepcionalidad y vastedad de sus colecciones de las culturas precolombinas (formada por objetos creados con fines prácticos, funerarios o religiosos, pero singulares y bellos) y la manera tan didáctica en que están expuestas, puede decirse que ocupa el primer lugar a nivel mundial en esta especialidad.
Esta referencia nos remite a la brillante iniciativa que han tenido las autoridades del Museo Nacional de Bellas Artes (creado en 1896 a instancias de Eduardo Schiaffino) de incorporar dos salas para mostrar nuestras culturas prehispánicas. Si bien nuestros pueblos nativos se mantuvieron siempre en la periferia de las civilizaciones del continente americano, las piezas y los objetos que nos legaron son de una particular estética y originalidad.
Sin la magnificencia de las piezas del Museo Antropológico y de otros del interior de México (o de museos del Perú o de Colombia), los vestigios de las culturas Tafí, del Alamito, Condorhuasi, Santa María o la Aguada (del centro noroccidental de la Argentina), al igual que las piezas testigos de la cultura Maracá de la desembocadura del Amazonas en Brasil (tan lejana de los núcleos civilizatorios de América), con sus urnas funerarias en terracota de formas humanas, constituyen objetos únicos y de valor museístico en cualquier lugar del mundo. En el caso argentino, entre las piezas exhibidas en las nuevas salas se destacan las obras en bronce -únicas en el continente- o las figuras de piedra conocidas popularmente como "Suplicantes", o las máscaras, también de piedra de la cultura Tafí, que parecen la producción de artistas que formaron parte del modernismo.
Empresario y licenciado en Ciencia Política