Singularidades y percepciones al final de la campaña
Concluye una campaña electoral que tuvo dos características singulares. La primera es que por obra de una elección primaria desnaturalizada -muy propia de la irracionalidad política argentina- se prevén con alta probabilidad los resultados. Eso se debe a la contundencia de la ventaja obtenida por una fuerza sobre el resto, que se estima irremontable. La segunda característica es que el candidato presidencial del partido presuntamente ganador fue designado por la candidata a vicepresidenta, que en el momento de tomar la decisión era la depositaria de los votos y el liderazgo. Con un agregado desconcertante: ambas figuras, que en el pasado formaron parte del mismo gobierno, se distanciaron después en términos inamistosos. Estas insólitas peculiaridades tuvieron efectos evidentes en los principales candidatos, que a lo largo de la campaña representaron papeles -explícitos o implícitos- claramente condicionados. Por el resultado anunciado, en el caso de Macri. Y por la extraña designación, en el caso de Fernández. Así, el Presidente se aferró al voluntarismo propio de un enfermo terminal o del jefe de un ejército derrotado que resiste -el célebre "no te des por vencido ni aun vencido" de Almafuerte-, mientras el desafiante marcó sutilmente las diferencias con su mentora, construyendo un capital propio que no se sabe aún si le alcanzará para ejercer el rol esperado de un mandatario en una cultura presidencialista: que posea sin discusión la suma del poder.
Más allá de los condicionamientos distintos que soportan, una mirada freudiana puede descifrar un rasgo común en estas dos figuras en pugna: la admiración filial que profesan hacia la figura paternal de Raúl Alfonsín como numen de la democracia. La larga gira oficialista culminará hoy con un acto que pretende ser el émulo del multitudinario cierre de campaña del líder radical en 1983, que según las crónicas convocó a un millón de personas. Alberto Fernández, por su parte, hizo referencias elogiosas a Alfonsín y escenificó en La Pampa uno de sus gestos icónicos ante las masas: "Por favor, un médico ahí". Un psicoanalista aficionado a la política podría coincidir con un analista político aficionado al psicoanálisis: si el acatamiento a la legalidad de la figura paterna evita el incesto, acaso la admiración por Alfonsín evite transgredir las reglas de la convivencia democrática, una tentación siempre vigente en tiempos de crisis y divisiones. No es una cuestión menor. Al contrario, se trata de un límite crucial para una cultura política con tradiciones autoritarias en las que han incurrido tanto populistas como republicanos. Con cuchillos que se afilan a ambas orillas de la grieta, nos hace bien saber que el próximo presidente -sea uno u otro- se inspira en un político que tuvo defectos, pero una gran virtud: confiar en que el pluralismo es la única herramienta para resolver los problemas de la sociedad.
Estas son las singularidades de la campaña. Si se analizan ahora las percepciones que suscita, empezando por las de la opinión pública, se concluye en primer lugar que no variaron significativamente desde las PASO. Las preferencias se distribuyen según las proporciones que se mencionaron la semana pasada en esta columna: un tercio opta por el oficialismo; dos tercios, por la oposición. En segundo lugar, se observa que los pocos cambios registrados tienden a favorecer al Frente de Todos. Los indicadores muestran que después de un leve repunte en septiembre volvieron a caer en octubre la aprobación del Gobierno y la imagen presidencial, y aumentó la percepción del empeoramiento de la situación del país. Eso es atribuible a la crisis posterior a las primarias, en especial debido a la inflación, que arrojó uno de los valores más altos de los últimos meses. Está claro, como se presumía, que el electorado iba a responsabilizar por los problemas antes al Gobierno que a la oposición. Por otra parte, se verifica una sustancial mejora de la imagen de Alberto Fernández, que contrasta con una opinión sostenida sin variantes en los últimos dos años: tanto Macri como Cristina son rechazados por el 50% de la población. El único indicador que creció es la percepción de que la situación del país mejorará el próximo año. La confianza en el futuro es impulsada en primer lugar por los que votarán a Fernández y en segundo término por los que apuestan a la reelección del Presidente.
Para concluir, debe sumarse a la percepción de la mayoría lo que piensan las minorías intensas, conformadas por los que militan, asisten a las manifestaciones, participan en las redes sociales y los debates intelectuales. Ellos enriquecen la política con su pasión y compromiso, mientras no descalifiquen al que piensa distinto. Vienen tiempos muy difíciles. Después de votar, cualquiera sea el que gane, regresaremos a un país al borde del colapso. Para rescatarlo será imprescindible intentar lo que nunca se ha logrado, más allá de la retórica: consensos básicos y obligatorios sobre el rumbo de la política, la sociedad y la economía.