Simpatía por el fascismo
Aquí vamos de nuevo. Puntual como un tren suizo, predecible como una lluvia otoñal, vuelve como en todos los gobiernos peronistas a levantarse el coro: ¡el peronismo es la cosa más democrática jamás vista en la Argentina! Entrevistas, artículos, editoriales: el viejo estribillo siempre encuentra nuevos cantores. El peronismo es "democrático y popular", claro. No tiene nada que ver con el fascismo, obvio. Pero qué raro, porque nadie les preguntó, es un tema viejo y podrido. ¿Mala conciencia acaso? ¿Una sombra molesta? Al igual que Emilio Gentile, quien del fascismo es el mejor estudioso, yo también estoy harto: el fascismo es cosa antigua y cosa italiana, que descanse en paz. Pero no nos lleven por la nariz.
Eso es lo que pretenden algunos. La del peronismo hacia el fascismo, cuentan, fue una leve "simpatía" inicial. Tal cual: una "simpatía", como la mía por Paulo Dybala. Vaya simpatía: "fascista" era la comunidad organizada, "fascista" el sindicato único, "fascista" el partido-Estado, "fascista" la liturgia política, "fascistas" las veinte verdades y el adoctrinamiento en las escuelas, "fascista" el monopolio de los medios, "fascista" el destino manifiesto argentino. ¿Continúo? "Fascista" era, sobre todo, la idea peronista de "pueblo", de un cuerpo homogéneo basado en la identidad más que en la legalidad, en la fe más que en la Constitución. No era imitación, sino afinidad electiva, álbum familiar. ¿Se lo enseñan a los jóvenes argentinos?
Lo dudo. Algunos les cuentan que los "fascistas" son Donald Trump y Jair Bolsonaro. Así leí y no paro de reír. "Pobre" Mussolini: se revolverá en su tumba. "Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado", decía. Planeaba, ordenaba, quería que los italianos fueran un puñado de guerreros. Todo inútil. Ante la pandemia, invocaría Dios y patria, impondría cuarentenas y encerraría los infectados: ¡nada más lejos de la indiferencia cínica de Bolsonaro, de la obtusa incompetencia de Trump! Me parecen detestables y sería ideal que no figuraran en el mapa político, pero vamos: no mezclemos peras con manzanas. Ningún tribunal habría impuesto límites al Duce, ninguna autoridad local, ningún diario. Es verdad que la historia es un supermercado donde todos encuentran lo que les sirve con la etiqueta que quieren: "fascista", "comunista", "populista", "neoliberal". Pero no hay que ser ridículos.
Los neofascistas italianos tienen ideas claras al respecto: Perón y Eva dominan en su panteón. Se entiende: antiburgués y revolucionario, plebeyo y antiliberal, el fascismo era una costilla nacionalista del socialismo, un apéndice social del nacionalismo, como el peronismo. El peronismo era un "fascismo de izquierda", dicen muchos historiadores. Era una "dictadura propueblo", un "comunismo de derecha", explicó un jesuita, que fue su ideólogo. Como sea, el pedigrí democrático no es su fuerte.
Pero no, nos dicen que pasada –no sé cuándo– la "simpatía" fascista, la oruga se convirtió en mariposa, el patito feo en cisne blanco, el peronismo vistió la ropa "democrática y popular" de los populismos. Muy bien. ¿De qué democracia estamos hablando? ¿El "populismo" adulto no tiene nada del "fascismo" de los orígenes? Como entre los ejemplos se menciona a Venezuela, la pregunta es necesaria.
Ya sé, la licencia democrática no se le niega a nadie. Desde que desapareció el absolutismo y floreció la soberanía del pueblo, no hay poder que no sea "democrático y popular". "Democracias populares" se llamaron los satélites de Moscú; "democracias orgánicas" los regímenes de Franco y Salazar. Incluso las feroces dictaduras militares invocaban la democracia: ¡decían salvarla de sus enemigos! Fidel Castro fue el mejor de la clase: la mía es la democracia más perfecta del mundo, decía. Tenía la misma idea de Giovanni Gentile, filósofo fascista: el fascismo, escribió, "es la forma más pura de democracia si el pueblo es concebido, como debe ser [...] como una sola conciencia y voluntad". Como se ve, el fascismo no era ni se creía menos "democrático y popular" que el peronismo
Volvemos así a la "democracia" peronista. Es un concepto moral más que una forma institucional. Como invoca a los "pobres" y al "pueblo", se sienta en un pedestal de superioridad moral desde el cual considera legítimo ocupar el Estado, colonizar la Justicia, manipular los textos escolares, amenazar con expropiaciones, tergiversar los datos de la pandemia hoy como los del Indec ayer. Como si los "pobres" y el "pueblo" exigieran su tutela, fueran eternos menores, sujetos de la benevolencia del Estado incapaces de convertirse en expresiones autónomas de la sociedad. ¿Qué le vamos a hacer?, nos explican, los populismos son así: un poco democráticos y un poco autoritarios; que es como estar un poco embarazada y un poco no. Son "democráticos" con los suyos y autoritarios con los demás, toleran la democracia si ganan y la pisotean si pierden: Chávez docet, Morales también. Son "democracias iliberales", se dice; un oxímoron: "liberal", reducido al hueso, es la doctrina que niega la concentración de poder, que protege el pluralismo. Si es "iliberal", ¿qué democracia es?
La Argentina, solía comentar un célebre politólogo, nunca derrotó al fascismo. Desacralizador, le gustaba provocar. Hoy, afortunadamente, el problema ya no se plantea: siempre habrá fascistas, pero fascismos no, pertenecen a la historia, dejemos de dar nombres incorrectos a cosas diferentes. De ahí, sin embargo, a celebrar la democracia peronista y negar la profunda vena autoritaria que atraviesa su historia, hay un abismo. Mientras los peronistas se nieguen a lidiar con sus lados oscuros y los tiñan de rosa, la grieta no cerrará y los fantasmas del pasado seguirán dando vueltas. No es difícil de entender.
Ensayista y profesor de Historia de la Universidad de Bolonia