¿Se entenderán los nuevos gobiernos de Uruguay y la Argentina?
MONTEVIDEO.- Ni argentinos ni uruguayos sienten que cambian de país cuando unos se visitan a otros. Los parecidos son muchos y las diferencias no parecen insalvables. Sin embargo, a lo largo de la historia, las relaciones entre ambos Estados no siempre fueron buenas. Un período particularmente complicado ocurrió cuando en Uruguay gobernaron presidentes de izquierda y en la Argentina reinaban los Kirchner.
Por eso hay cierta intriga sobre cómo serán esas relaciones en un momento en que uno y otro país renuevan presidentes. Los cuatro años del período de Alberto Fernández coincidirán con los Luis Lacalle Pou. Este último no es de izquierda; sí es kirchnerista el presidente argentino, con Cristina Fernández de Kirchner de vicepresidenta, a quien los uruguayos quieren poco y nada. En medio de duras tensiones entre ambos países en 2013, el entonces presidente uruguayo José "Pepe" Mujica se refirió a ella diciendo: "Esta vieja es peor que el tuerto". Un micrófono abierto lo captó sin que se diera cuenta.
Lacalle Pou asumirá el 1º de marzo y viajó junto al actual presidente, Tabaré Vázquez, para la asunción de Fernández. Fue una clara señal de que a Uruguay, por encima del signo ideológico de sus gobernantes, le interesa cuidar las relaciones con sus dos vecinos. La señal importa pese a la desconfianza uruguaya hacia el kirchnerismo porque cuando se construyó una planta de celulosa en el margen oriental del río Uruguay, la hostilidad alentada por Néstor Kirchner llegó a su punto crítico con el largo bloqueo al puente que une la costa entrerriana con Fray Bentos. Esto fue durante la primera presidencia de Vázquez. Recién años después, con un fallo de la Corte de la Haya, la tensión cedió. La Argentina había recurrido a la Corte y su sentencia, si bien redactada en un tono levemente salomónico, decía que la planta de Fray Bentos podía seguir funcionando.
Lo curioso es que la mala relación se dio entre dos gobiernos que se definían como "progresistas". Cuando Vázquez asumió su primera presidencia en 2004 (la primera vez que el Frente Amplio, una coalición de grupos de izquierda, llegaba al gobierno), pretendió que hubiera sintonía entre los países de similar signo en América Latina. El entonces canciller uruguayo, el socialista Reynaldo Gargano, hablaba de un "círculo virtuoso".
Sin embargo, lo de la afinidad ideológica, con los Kirchner no funcionó. Cristina Fernández, al suceder a su marido en la presidencia, tuvo fuertes reproches contra Uruguay en su discurso inaugural en el Congreso por el tema de la planta, estando presente el presidente Vázquez, que mostró con notorio esfuerzo su mejor cara de póker y no se movió de su asiento. Otros mandatarios visitantes se sintieron visiblemente incómodos ante la situación. Es que para los Kirchner, Uruguay era una provincia más, aunque algo díscola.
Uruguay ya tenía una historia de malas relaciones con la Argentina peronista. Cuando Juan Domingo Perón ejerció su primera presidencia, a partir de 1946, en Uruguay gobernaba Luis Batlle Berres, que, al igual que Perón, promovía una economía dirigista con fuerte presencia del Estado, nacionalización de las empresas de servicios públicos y políticas sociales de avanzada. Sin embargo, Luis Batlle era, además, un líder de convicciones republicanas que negociaba, respetaba y toleraba a los políticos adversarios, que creía en la libertad de expresión y de prensa y jugaba según las reglas constitucionales: por eso daba asilo a los disidentes argentinos. En definitiva, no se entendieron. El único encuentro que tuvieron fue en tierra de nadie, o sea en un yate en medio del Río de la Plata. Sin embargo, al regresar Perón a la presidencia en 1973, estableció entre sus prioridades la de recomponer relaciones con Uruguay, y ese noviembre visitó Montevideo por primera vez y solo por unas horas, para firmar el tratado de límites del Río de la Plata.
Luis Lacalle Pou (del Partido Blanco , que gobernará con una coalición de cinco partidos) no cree en las fronteras ideológicas y retomará la vieja tradición uruguaya, enunciada en el siglo XX por un famoso líder de su partido, su tatarabuelo Luis Alberto de Herrera, por la cual a la hora de fijar prioridades las naciones tienen intereses que cuidar por encima de simpatías personales o ideológicas.
En este contexto, para su gobierno, la relación con sus dos grandes vecinos es importante, por ser vecinos y por ser socios en el Mercosur. Ante cierta tensión entre el Brasil de Bolsonaro y la Argentina, el futuro canciller uruguayo, Ernesto Talvi, ha dicho que Uruguay debía ser el equilibrio entre ambos países.
El kirchnerismo responde a una tradición proteccionista que a Uruguay no le sirve. Si Alberto Fernández sigue fiel a esa tradición, en lo comercial las cosas no serán tan fáciles. En ese sentido, la actual política aperturista de Brasil se alinea mejor con los intereses uruguayos.
Es que para Lacalle Pou, Uruguay no puede seguir encerrado en un Mercosur que deberá ser más "ágil y flexible", además de apostar al acuerdo con la Unión Europea, que tantos años demoró en procesarse. Este fue trabajado en Uruguay por las cancillerías previas al Frente Amplio y por las del propio Frente. Al haber consenso, el nuevo gobierno deberá dar una rápida señal de adhesión al acuerdo. Al respecto, la posición kirchnerista es más renuente. En lo político, Alberto Fernández mostró interés en acercarse a países con gobiernos y líderes "progresistas". Habría que preguntarse si el nuevo presidente argentino es realmente de izquierda o si el kirchnerismo alguna vez lo fue. Pero ese es otro tema.
Desde que asumió, Fernández se mostró levemente más moderado. Le dio, sí, asilo a Evo Morales, pero le recordó que eso implicaba no hacer declaraciones políticas. Si lo cumple, es otro cantar. Por otra parte, contra lo que podía esperarse, anunció que no se desvincularía del Grupo de Lima para de ese modo hacer pesar sus puntos de vista que cuestionan, sí, al régimen de Maduro pero reconocen su gobierno.
Lacalle Pou se manifiesta duro contra el chavismo y desconfía de la ola populista en América Latina. A su vez, la estrategia de agrupar países para llevar a cabo políticas específicas no lo entusiasma. En el pasado estuvo Unasur, un mero club de amigos presidentes que se defendían unos a otros (y en especial a Chávez y Maduro). Ahora, el Grupo de Lima busca definir políticas comunes contra la dictadura venezolana, lo cual podría estar bien, pero le quita flexibilidad a cada país. Lacalle Pou es tajante en cuanto a que el régimen chavista de Nicolás Maduro es una dictadura, pero quiere espacio para diseñar su propia estrategia ante esa situación.
Pese a algunas expresiones de tono ortodoxo en su lealtad kirchnerista, Alberto Fernández se define como pragmático y se interesó en acercarse a Lacalle Pou, aunque en sus visitas a Uruguay antes de asumir solo se vio con dirigentes frentistas, cuando todo ya indicaba que habría un cambio de gobierno. Si mantiene ese pragmatismo y dada la buena predisposición del presidente electo uruguayo, se puede esperar algo bueno para ambos países. Pero si al final predomina el ya conocido estilo y la visión hostil de la vicepresidenta argentina respecto de Uruguay, las cosas pueden complicarse.
Periodista, analista político y docente uruguayo