Pseudociencias, pensamiento mágico y el culto a la ignorancia
En la actualidad, la comunidad científica observa atónita el advenimiento de ciertas teorías, carentes de toda lógica y basamento científico, que, sin embargo, reclutan miles de adeptos entre el público desprevenido. Es reveladora la difusión de encuentros de "terraplanistas", aunque el pensamiento mágico y las pseudociencias también florecen en el ámbito de las más diversas disciplinas académicas, desde la astronomía hasta la medicina, pasando por la psicología y las ciencias de la educación, entre otras.
Frecuentemente, esas teorías se enmascaran mediante el uso de una jerga científica, que otorga la falsa impresión de que están respaldadas por investigaciones de laboratorio y evidencia empírica. Es común escuchar a "expertos" respaldando sus "teorías" a través de testimonios de adeptos que apelan a la emocionalidad sin aportar datos concretos y prometiendo un 100% de resultados positivos. Se podría pensar que algunas de estas teorías pseudocientíficas son pasatiempos inofensivos. Sin embargo, la sociedad invierte recursos en investigación científica de calidad y resulta menester hacer buen uso de ellos, así como también evitar que se malgasten esfuerzos públicos en la difusión de disciplinas sin ningún tipo de sustento.
La preocupante difusión internacional de creencias que afirman que las vacunas causan autismo -y que en solo un año ha provocado que se cuadrupliquen los casos de sarampión a nivel mundial, lo que se convirtió en un serio problema de salud pública- es un claro ejemplo del daño que las pseudociencias pueden causar en el campo de la medicina. Otro caso similar es el de los pacientes oncológicos que rechazan continuar el tratamiento tradicional de quimioterapia y optan por la homeopatía, lo que frecuentemente desemboca en muertes que hubieran sido evitables. Cabe destacar que la homeopatía contra el cáncer puede ser perjudicial aun cuando los pacientes opten por ambos tratamientos (el tradicional y la pseudoterapia), dado que quienes se inclinan por esta práctica alternativa tienden a mostrar una menor adherencia al tratamiento tradicional, al abandonarlo o renunciar a algún procedimiento.
Los tratamientos científicos se distinguen de las pseudoterapias por su efectividad, pero también por su validación a través de ensayos controlados, que develan sus mecanismos de acción y bases fisiológicas. Las pseudoterapias, en cambio, extrapolan ciertos conceptos científicos, pero sin fundamento, lo que da la impresión de articular principios explicativos que no permiten ninguna verificación empírica ni la posibilidad de establecer un programa de investigación viable. La refutabilidad es un criterio principal de toda ciencia del cual las pseudociencias carecen. El pensamiento mágico no es falsable, y sostenerlo mediante hallazgos espurios y razonamientos endebles es un camino peligroso hacia la superstición y la irracionalidad. Entonces, ¿por qué la pseudociencia está tan arraigada en nosotros?
Desde un punto de vista emocional, puede haber muchas motivaciones para creer en teorías pseudocientíficas. Quizás una creencia personal en la astrología responda al deseo de ejercer control sobre lo incontrolable, dándole cierto "sentido" a la existencia. Las creencias pseudocientíficas también pueden surgir de la desesperación. Se pueden encontrar ejemplos trágicos entre las numerosas "curas milagrosas" para los tipos de cáncer que aún no tienen cura. La recompensa por la adhesión a esas creencias pseudocientíficas podría ser la liberación de los temores que generan la enfermedad y la muerte. El hecho de que todos somos potencialmente vulnerables a esos temores genera el caldo de cultivo para una explotación desenfrenada del pensamiento mágico y el abuso por parte de charlatanes y cultos.
A veces, los medios de comunicación también promueven el avance de la pseudociencia. Más allá del gran aparato de marketing con que cuentan algunas de estas corrientes, existen también razones de su proliferación que exceden lo puramente económico. Podría pensarse que en nombre de la diversidad y la tolerancia es correcto darle espacio a todo tipo de información y opiniones independientemente de sus fundamentos. Un público inteligente debería poder distinguir por sí mismo un conocimiento válido de la superchería.
El deterioro en la calidad del debate público y el antiintelectualismo ocurren en paralelo a la unión entre política y pseudociencia. Esto se ilustra por el surgimiento en los think tanks de gurúes que se guían por su propia intuición más que por la racionalidad científica. A menudo, en lugar de buscar el conocimiento que muchas veces reside en las universidades e instituciones científicas se autopostulan como expertos en todo lo que hay bajo el sol. De ahí que quienes ocupan posiciones de liderazgo y tienen el poder de generar una distribución democrática del conocimiento terminen contribuyendo al abandono del pensamiento crítico como valor cultural.
Finalmente, en el nivel individual, existe lo que se conoce como sesgo cognitivo. Mediante este se selecciona evidencia que apoya las ideas previamente tomadas como válidas y se ignoran los datos que las contradigan. Ese mecanismo perpetúa la ignorancia. Por otra parte, como sostuvo Charles Darwin, la ignorancia engendra confianza. Cuanto menos conozca uno de un tema más se percibirá a sí mismo como un experto. A la inversa, cuanto más se sepa, más se dudará de la propia competencia. La ignorancia genera una superioridad ilusoria.
Entonces, ¿cómo hacer para ayudar al público a no malgastar sus recursos económicos o incluso su salud en disparates? Tal vez se pueda salvar la brecha entre la academia y el debate público con estrategias prácticas para distinguir entre conocimiento científico y pseudociencia. Para ello, podrían examinarse los argumentos a favor y en contra de determinada teoría, buscar si existe acuerdo ente los expertos, indagar los antecedentes científicos de quien la propone y cuáles son sus intereses y posibles beneficios en promulgar ese cuerpo teórico.
A pesar de algunos valiosos intentos de transmitir el razonamiento crítico, difícilmente se logre derrotar definitivamente el pensamiento mágico. En tiempos de pereza intelectual, en los que se evita detenerse a pensar, y en que, en pos de la inmediatez, los contenidos no se cuestionan, sino que se viralizan como fake news, todas las ideas, sin importar cuán argumentadas estén, tienden a valer lo mismo. El fenómeno fue ilustrado por Isaac Asimov: "Mi ignorancia es tan buena como su conocimiento".
Coodinadora de Investigación de la carrera de Psicología y profesora adjunta en Neuropsicología Clínica de la Facultad de Ciencias Biomédicas
Lucía M. Alba-Ferrara