Primo Levi, un legado vigente que nos llama a la reflexión
Es notable cómo algunas mentes muy sensibles atisban los laberintos de la condición humana. En medio de la locura que significó la Segunda Guerra Mundial, sin dejarse arrastrar por fanatismos, Primo Levi, ese humanista ejemplar, pudo percibir algunos matices profundos de los hombres. Consiguió diferenciar la biología de lo estrictamente humano. Su pregunta trascendente derivada de lo que percibía en los campos de concentración procedía de captar al hombre biológicamente vivo, pero que había perdido su condición plena. Por eso la pregunta que se desprende del mismo título que dio celebridad a su obra –Si esto es un hombre– es por demás elocuente.
Primo Levi nació hace cien años, el 31 de julio de 1919. Se graduó en Química, pero debido a las nuevas leyes raciales del régimen de Mussolini tuvo muchas dificultades para encontrar trabajo. La influencia nazi en Italia era ya profunda y la situación de los judíos en ese país había ido deteriorándose con rapidez. En 1943 se incorporó a un grupo de partisanos que protagonizaban la resistencia antifascista. Al ser arrestado, se identificó como judío. De haber comentado su condición partisana, lo habrían fusilado inmediatamente. Pero los italianos lo entregaron a los nazis y estos lo derivaron al lager Monowitz, campo de concentración anexo a Auschwitz. Allí ingresó en un proceso de degradación profunda y pudo advertir no solo cómo sus compañeros prisioneros eran hundidos en el infierno, sino también cómo los funcionarios nazis dejaban de comportarse como seres humanos. Estos ejercían el mal de una forma fría y mecánica, como si fuera su oficio.
Conviene resaltar la partición del ser humano entre su condición anímica y la meramente biológica. La pregunta que genera este texto es la siguiente: ¿alcanza con que las funciones biológicas se mantengan activas con un mínimo de vitalidad haciendo posible la supervivencia (tal como lo advirtió Levi durante sus días en Monowitz) o es que, por el contrario, existen determinados "estados límite" en los que la humanidad de las personas desaparece incluso cuando los instintos vitales permanecen activos?
Primo Levi llamó experiencia del fondo a lo que había padecido en Monowitz. Él mismo reconoció que esa expresión no alcanzaba para describir de forma clara lo experimentado. Los prisioneros no tenían ni ropas, ni zapatos, ni cabellos, ni nombre. Nos dejó una frase ejemplar: "Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido dirigirse a los hombres libres habría sido este: no hagan nunca lo que nos están haciendo aquí".
Tiempo después, en una entrevista que concedió a un canal italiano, Levi reconoció el efecto que le había producido el cruel invierno y viajar durante días en un tren sellado. Aunque los años habían pasado, estas circunstancias revivían con intensidad máxima sensaciones paralizantes.
"La tentación de odiar nació en mí, pero yo no la dejé crecer porque no soy fascista", afirmó. La asocio con la actitud de otro humanista, Simon Wiesenthal, aquel hombre que, luego de recuperar su libertad después de haber sufrido en otro lager, también dedicó sus días a buscar criminales nazis y hacerlos comparecer ante la Justicia. Ambos casos son similares porque se esforzaron por evitar la venganza. Esto suena ideal, pero anhela algo lógico y verdaderamente humano.
Hace poco leí una investigación realizada por científicos checos de la Universidad Masaryk. Allí describen el daño que provocó la tortura asestada a los prisioneros. Se descubrió que los sobrevivientes y su descendencia quedaron afectados en su materia gris y no solo en su espíritu. La corteza orbitofrontal, la corteza insular y el giro frontal superior fueron algunas de las zonas cerebrales dañadas por el maltrato físico.
También es notable la reflexión de Levi en cuanto a la capacidad de adaptarse incluso en circunstancias desesperadas que tienen los hombres. Esta característica era uno de los rasgos que más lo asombró durante sus días en el infierno del lager.
Levi afirmaba con notable precisión que en toda sociedad moderna podían existir gérmenes fascistas, aunque la guerra hubiera terminado. Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, "el fascismo estaba muy lejos de haber muerto, solo estaba escondido y mutaba de piel". ¿Cuáles serían los datos que nos llevarían a descubrir los gérmenes de una nueva eclosión fascista? En todo el mundo en donde se empieza negando las libertades fundamentales del hombre y la igualdad, se va hacia el sistema concentracionario.
Para Primo Levi, narrar lo padecido era un imperativo ético que se extendió durante todo su padecimiento. Consideraba obligatorio transmitir lo sufrido como una penosa enseñanza. Por eso, al recuperar la libertad se puso a escribir hasta llegar a convertir esa tarea en la única que absorbería todas sus obras. Por suerte, en poco tiempo consiguió ser admirado por un vasto público. El afán testimonial y la necesidad de contar lo sucedido y que los otros supiesen fue el motor de su escritura. Su estilo respondió a su deseo ético de no martillar enseñanzas. Aseveró que "el lenguaje mesurado y sobrio del testigo y no el lamentoso lenguaje de la víctima ni el iracundo lenguaje del vengador" era el adecuado para llegar a la profundidad del espíritu.
Hoy, a cien años de su nacimiento, lo recordamos con gratitud. Su legado continúa siendo un llamado a la reflexión. Es necesario conservarlo porque la humanidad sigue manteniéndose lejos del nivel de justicia que produciría la hermandad entre los hombres. También nos obliga a descubrir en nuestras sociedades democráticas y modernas los rasgos que denuncian los gérmenes del autoritarismo que aún nos envenenan. Sus siguientes libros (La tregua, Los hundidos y los salvados, entre otros) ahondaron en la misma dirección. Primo Levi no se alejó de esta senda y por eso la literatura le agradece desde el punto de vista ético su contribución y su afán de brindar testimonio.