Permiso para robar, pero con "códigos"
La expresidenta Cristina Kirchner acaba de publicar un libro titulado Sinceramente, donde expresamente dice que en 2015 decidió alejarse por un tiempo ya que ella sentía cierto hartazgo de los argentinos y, por su parte, los argentinos, en consonancia con el sentir de su alma mater, estaban hastiados de Cristina. Pero ese mutuo empalago parece haber quedado atrás y Cristina parece estar presta para volver al ruedo. En diciembre de 2015, la expresidenta se rehusó al traspaso de mando como enseñan las buenas costumbres y la tradición, y en flagrante desafío al mandato constitucional habría intentado, si hubiera tenido la oportunidad, culminar un proyecto de política hegemónica, a contrapelo de todas las normas en que se inscriben las repúblicas exitosas, pluralistas y perdurables. Macri es "el caos" fustiga CFK, y exige volver al "orden". Pero ¿de qué orden se trata?
Prácticamente al mismo tiempo circuló por las redes un video (que por suerte fue puesto en el aire en radio y en TV) en el que Guillermo Moreno arenga a sus compañeros en una unidad básica de La Matanza "a vivir de lo ajeno, pero con códigos". En un exceso irresponsable de retórica y sin el cuestionamiento de sus interlocutores, Moreno defiende y naturaliza el delito del robo. El triste ejemplo que trae para ilustrar los "códigos" es que no podés robarle a una vieja y que justo tenga la desgracia de caerse y romperse la cadera. Moraleja: asegurate de que no se tropiece mientras forcejea. Vergonzoso. Al mismo tiempo, enaltece los valores de la misericordia y asocia la dádiva al robo; relativiza el delito de la corrupción como si fuese un sesgo endémico e inerradicable de la política argentina. Para desgracia de todos los católicos biempensantes y regocijo de los detractores de Francisco, Moreno asocia el nombre del Papa con esta práctica vergonzante.
Muchas veces se ha dicho que los argentinos tenemos poca memoria, que somos exitistas e inestables; que nuestros humores políticos, como diría Maquiavelo, cambian al ritmo de pasiones y disgustos. No está demás, por lo tanto, tomar conciencia del hecho de que estos dos ejemplos lamentables de la praxis política en nuestro país despertarían del descanso eterno a los grandes teóricos políticos de todos los tiempos.
Baste recordar la virulencia con que Trasímaco, en el primer libro de República (de Platón), defiende que la justicia es el derecho del poderoso y que la fuerza hace la ley, ya que "el hombre feliz" hace todo el mal que quiere, pone a sus amigos y familiares en los puestos públicos y logra salirse con la suya. El cinismo de Trasímaco se encuentra con el buen sentido de Sócrates, quien prefiere sufrir la injusticia antes que cometerla, y que enaltece la justicia como una virtud política esencial, ya que incluso una "banda de ladrones" necesita de códigos. Los ladrones no se roban entre sí, ya que, de ser así, la empresa sería inviable. Este proverbial argumento que desarma a Trasímaco, claramente no apunta a las comunidades justas y bien organizadas, sino a las mafias. Creo que todos podemos consensuar que una comunidad civil no se puede administrar de este modo, porque estaríamos sancionando la bondad de las coimas, del soborno y del apriete. En una palabra, de la corrupción. Robar es un delito y robar para la corona, también.
En segundo lugar, merece la pena recordar que los reiterados desprecios de CFK por la independencia de los poderes y por los mecanismos de frenos y contrapesos fomentan el gobierno de las mayorías irrestrictas. Esos principios básicos, que pertenecen a la honorable tradición republicana -desde el gobierno mixto aristotélico y el control recíproco de los poderes hasta el constitucionalismo actual-, fueron diseñados precisamente como salvaguarda de las minorías y de los derechos de los individuos. Un gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo entraña la peor de las tiranías. Y si el pueblo es una unidad mística encarnada en la voluntad del líder carismático, la república está eclipsada. Como dijo Jon Elster, no hay mandatario sin mandato, y el juego de la democracia peligra precisamente cuando no se respetan las reglas de juego. Las reglas -el derecho, la Constitución- delimitan la cancha y proveen las normas del fair play. La diferencia entre una república exitosa y una democracia irrestricta estriba en que la primera provee las consignas para que el debate y la acción políticos no sean violentos, sino civilizados. La segunda, en cambio, produce mayorías usurpadoras y socava el marco de estabilidad irrenunciable para convivir. La primera, más modestamente, provee el conjunto de reglas que todos suscribimos y nos comprometemos a respetar. La segunda fomenta la aparición de un líder indiscutido e indiscutible, desprecia el debate público como irrelevante, y en el nombre de la soberanía del pueblo socava impunemente la seguridad del marco jurídico.
¿Qué país queremos ser? No reincidamos en los errores del pasado.
Profesora de Teoría Política