Paradojas del vodevil político argentino
Con la designación de Miguel Pichetto como candidato a vicepresidente del oficialismo y la constitución del binomio Lavagna-Urtubey, concluyó el armado de las principales ofertas para la elección presidencial. En épocas de desfallecimiento de los partidos y predominio de los liderazgos personales, el proceso estuvo caracterizado por sorpresas y golpes de efecto propios del vodevil, un género frívolo y atrapante. Al cabo, no se cumplió la hipótesis que postulaba una polarización absoluta, completándose un cuadro sazonado con al menos cuatro ingredientes: predominaron las decisiones tácticas sobre las estratégicas; menos Lavagna y Urtubey, los demás no resisten el archivo; se quebró la antítesis peronismo/ antiperonismo; y el pragmatismo doblegó a la ideología, descolocando a los fundamentalistas de uno y otro lado de la grieta. Se confirmó que "la rosca" es un instrumento ineludible de la política. Lo sabemos desde Grecia: gobiernan los sofistas, no los filósofos. La astucia de Maquiavelo prevaleció una vez más sobre el idealismo de Platón.
Entre las diversas claves interpretativas se elegirán aquí las paradójicas, de modo que si la filosofía no sirve para gobernar ayude al menos a entender. La primera paradoja, y tal vez la de mayor poder explicativo, es esta: siendo la política una cuestión del poder, las dos decisiones más impactantes (las designaciones de Fernández y Pichetto) son producto de la debilidad de los dos principales líderes y no de su fortaleza. Ambos recogen más rechazos que adhesiones. Se miran en el mismo espejo, que les dice: la mitad de los votantes no te quieren. Las razones son diversas, pero entre ellas predomina una: al ciudadano medio no le interesan los debates y las peleas por razones ideológicas. Le resultan indiferentes "los dos modelos de país" y la gran final entre populismo y república, que fascina a intelectuales, políticos y analistas, y a no más del 35% del electorado. El otro 65% busca que le resuelvan los problemas y es el que pone y saca los gobiernos. Se trata de "la gente" que Pro sedujo y cuya fidelidad pone ahora en juego.
La segunda paradoja es que la llamada "tercera vía", hoy la fuerza más débil, podría convertirse en la más fuerte si el rechazo a Macri y Cristina terminara prevaleciendo. Y la tercera paradoja, un verdadero clásico nacional, es esta: habiéndose postulado Cambiemos como la superación del peronismo, resulta que de los seis integrantes de las tres fórmulas más importantes, cinco son peronistas, y el resto de los protagonistas estelares -Schiaretti y Massa- también lo son. Si se considera además que el pragmatismo del Presidente lo comprometió con fracciones aún inciertas de discípulos de Perón, puede llegarse a la misma conclusión de Pepe Mujica: en la Argentina todos son peronistas, hasta los que dicen que no lo son. Más allá de la ironía, este desenlace refuerza una hipótesis sobre la naturaleza del poder político en este país: no alcanza con los votos para tenerlo, se necesita el apoyo de los sindicatos, el territorio de los gobernadores, la simpatía de los empresarios nacionales y de la Iglesia, potenciada ahora por un papa argentino. Estos "fierros", a no ilusionarse con las redes sociales y el marketing político, los posee el peronismo. Y aún más cuando al no peronismo le tocan los ajustes, que hacen añorar al votante medio las mejoras del ingreso y el consumo que el peronismo nunca descuida aunque sean efímeras y para alcanzarlas deba violentar la macroeconomía. En una sociedad dislocada, satisfacer al elector vulnera las racionalidades económica e institucional. Algo que les cuesta entender a quienes las defienden en abstracto.
Este vodevil, a punto de agotar la primera temporada, deja muchos interrogantes para la segunda, que constituirá un verdadero desafío para los guionistas. La cuestión crucial es cómo evolucionará la economía, en un país cuyos políticos juegan en el bosque mientras el lobo ya está. En esta metáfora ese nombre designa al FMI y a Wall Street, en el caso de que el nuevo gobierno no los convenza o no sepa negociar con ellos. Si se asume, según los argumentos esbozados aquí, que gane quien gane el peronismo será un protagonista insoslayable, habrá que ver qué grado de racionalidad admite para aceptar las reglas de juego de una economía intervenida que tardará en recuperarse. Grandes dilemas para Alberto y Miguel Ángel.
La segunda temporada promete ser muy atractiva. Es probable que trate sobre la cuadratura del círculo y sus disyuntivas. Acaso los protagonistas de la trama sean dos: por un lado, la clase política, cuya táctica consistirá en negociar con el poder económico procurando no perder legitimidad; y, por el otro, la sociedad, que seguirá demandando justicia distributiva aunque para eso haya que sacrificar la macroeconomía e indisponer al capital.