Pandemia y parálisis económica
La pandemia ha generado parálisis económica y ambas generan más miedo, pero hay que evitar que lleven a la parálisis intelectual, porque alguien debe gobernar la salida de la crisis, y debe hacerlo sobre la base de ideas claras. Como sociedad debemos proteger la actividad de los argentinos. No hay un problema de falta de demanda que se solucione distribuyendo pesos para que eso haga crecer la oferta. Tampoco es como en una guerra, porque de alguna manera, en una guerra corta, la actividad sigue.
Tenemos un problema de oferta, porque la parálisis no permite trabajar –lo que se mejora y empeora con el trabajo digital, que a su vez elimina empleos y actividades– y entonces no generamos bienes y servicios que nos dan dinero para vivir. Eso deriva en un problema humanitario para los que, de golpe, se quedan sin ingresos y sin trabajo, lo que se esparce en cadena o corta la cadena de pagos.
En el largo plazo solo genera mejores ingresos un sistema de libertad de precios y respeto de los contratos. Pero ante esta situación, todos tenemos claro que hay que poner el presente entre paréntesis, como en un globo, y que el costo del globo se pague de alguna forma, si es posible, después. Cuando no hay recursos para afrontar obligaciones, se cambian esas obligaciones por otras. Ese cambio de unas obligaciones por otras puede ser virtuoso (llevando fuerzas a la producción y el empleo) o caótico y ruinoso, especialmente para los que menos tienen (como en hiperinflación).
La Argentina tiene dos problemas para cambiar unas obligaciones por otras: no tiene crédito (otros países, como Chile, se endeudan y pagan el costo del globo presente) y no tiene moneda (nadie sabe el valor del peso). Es importante cuando se va a cambiar una obligación presente por otra saber de qué valor futuro estamos hablando. Por eso algunos piensan en la necesidad de crear ya una moneda creíble o permitir acordar las obligaciones en moneda dura –riesgoso por el descalce del bimonetarismo–, lo que fortalecería la credibilidad de todos los actores económicos en nuestro país, cambiando la incertidumbre por previsibilidad.
A favor tenemos un sistema productivo maltrecho, un sistema financiero aún estable y con capacidad de intermediar en el otorgamiento de financiamiento y un Estado nacional que siempre puede expandir sus gastos y emitir moneda para pagarlos. Es muy importante no solo cuánto dinero se imprime, para no agregar a la pandemia una masacre hiperinflacionaria, sino también para qué se imprime ese dinero. Lo ideal es que se emita para permitir que la actividad económica viable exista, de modo que los empresarios se puedan hacer cargo de la mayoría o de todos sus trabajadores, y para permitir que la gente no se muera de hambre. En lo primero los bancos pueden ayudar a dirigir los recursos adecuadamente. En lo segundo habría que tratar de que eso llegue directo a quienes lo necesitan.
Normas superiores de emergencia pueden ayudar mínimamente a las clases medias, postergando pagos de cargas, impuestos y servicios, lo que generará más emisión de deuda o de dinero. También se pueden prever mecanismos de pagos mínimos de obligaciones previas, para pagar regularmente las futuras. Los funcionarios públicos por unos meses debieran ganar lo necesario para subsistir decentemente. Los ingresos privados podrían limitarse por un tiempo en las negociaciones colectivas, así como las ganancias, si hace falta por medio de impuestos de emergencia a ganancias extraordinarias.
Si no se emite de más (tema difícil) y se asigna bien la emisión monetaria (a la subsistencia de los que menos tienen y a la actividad productiva), la inflación que se genere podrá ser controlada más adelante con un programa serio de estabilidad y reactivación. Tal vez el virus, las vacunas o los remedios nos den una mano acortando esta situación increíble.
Abogado y expresidente provisional del Senado (Pro)