Nuestra irrelevancia de Estado
El tema del Estado es hoy decisivo para la recuperación argentina. Es importante recordar a los tratadistas que sintetizaron la esencia de ese instrumento básico para toda comunidad. Los argentinos debemos recordar que son las comunidades avanzadas y afirmadas territorialmente las que alcanzan el estado de naciones y deben organizarse a través de las instituciones del Estado. La Argentina, después de la etapa colonial, no tenía nación (éramos potreros vírgenes y grupos humanos sin otra unidad que las lejanías de leguas vacías). Un grupo de apasionados con voluntad de fundadores, desde el mínimo Estado como resto colonial, logró crear una idea de nación a partir de su ejército, su moneda y el idioma legado por España.
En suma: desde el Estado nos creamos la nación (las Provincias Unidas, la Confederación). Y desde ese germen de nación hicimos un camino brillante, al menos durante un siglo y medio.
Es imprescindible recordar en este punto la naturaleza de la institución del Estado, tan irrespetuosamente tratado por los gobiernos sucesivos, hayan sido militares o gobiernos surgidos del juego electoral, pero generalmente autoritarios, como si la mayoría política ocasional fuese una carta de superdemocracia sobre el orden jurídico y la vapuleada Constitución de los argentinos. Confundieron Estado con un gigante extenso y glotón, sin esencia y con mera extensión burocrática.
¿Cuál es la esencia del Estado? El gran tratadista Giorgio del Vecchio afirmó que "el Estado es el fundamento de la nación, radica en la conciencia de una misión común, en el recuerdo de gestas, de desventura y de gloria que se afirma en la conciencia de luchar en común que nos remonta a generaciones anteriores que sobreviven en la presente y se proyectan sobre las futuras". Es una especie de solidaridad psicológica. Un plebiscito de todos los días. Un raro sentimiento de destino.
El Estado funciona como instrumento de control de algunas actividades decisivas.
Como lugar de encarnación o personificación de la nación (Carré de Malberg). Interviene en la formación de niños y adolescentes para que la educación pública o privada transmita el leitmotiv sin el cual la comunidad carecería de sentido y de proyección espiritual de trascendencia. (El ejemplo no puede ser mejor que el de la educación sarmientina, base de la "distinción" argentina ante el mundo.)
Controla, favorece y regula la difícil integración nacional, armonizando las grandes diferencias entre etnias y regiones aisladas. En nuestro país, es el punto de acuerdo en la discordia tradicional entre poder central y provincias.
Es el centro natural del desarrollo militar y ejecuta la necesidad de defensa en un mundo que sigue amenazado por los fuertes con renovadas ofertas humanistas y "ordenadoras del mundo". En el actual momento de indefensión nacional (considerando nuestra situación en Malvinas, transformadas en bastión militar), convendría recordar la famosa frase de Carl Schmitt: "Sería una torpeza creer que un pueblo sin defensa no tiene más que amigos. Y un cálculo ya escandaloso suponer que la falta de resistencia va a conmover al enemigo" (El concepto de lo político).
En el caso argentino, y ante la política de intervención internacional en ejecución, la defensa adquiere un carácter dramáticamente disuasivo, si se consideran las riquezas y los espacios del Atlántico Sur, de la Antártida, del vacío patagónico y nuestro débil crecimiento demográfico.
El Estado es el actor y la conciencia de nuestra situación en el mundo a través de la diplomacia que, como el hilo de Ariadna, debe conducirnos por un laberinto de presiones económicas, políticas y culturales de todo tipo, preparándonos al juego de alianzas tácticas con dirección estratégica lúcida. El nuevo siglo exige la más firme y consciente conducción diplomática.
El Estado es la sede de la democracia. Sin Estado con objetivos y como poder de todos, como corporización de la nación, la democracia de todos, la voluntad de ser y los cambios del siendo del demos, carecerían de sentido. En Europa, Estados Unidos y muchos otros países se nota la debilidad de la clase política al frente de gobiernos o administraciones despojadas de voluntad para enfrentar la Gran Maquinaria sin rostro de intereses económico-tecnológico-comerciales que prefieren su expansión e internacionalismo sin los límites de los Estados y las culturas nacionales. (La llamada "aldea global es un invento no de las naciones ni de los Estados, sino de la mencionada Gran Maquinaria que necesita campo abierto para su dominación tecnolátrica-economicista.)
El Estado es, pues, la decisión permanente de ser de una comunidad. En los momentos de crisis, de anonadamiento, debe convocar a pasar por encima la democracia parcial de los partidos y hacer revivir la voluntad real de la nación, la verdadera democracia que aúna Pueblo-Nación-Estado. El Estado es la cultura propia y la calidad de vida que va siendo y teniendo una comunidad, es el lugar de la sublime leyenda de sentirse ser, el integrador de etnias y regiones, el atalaya y promotor de la defensa y de la permanente negociación y, tal vez y sobre todo, el lugar donde la democracia, un mero método de regulación del poder, cobra trascendencia metafísica.
El Estado es un ineludible instrumento de acción, de decisiones y reajustes políticos. No puede ser inerte. Su contenido principal deben ser las políticas de Estado integradas y producidas por el consenso político nacional. Convenidas para corto o largo plazo, como un libreto generacional de la comunidad. Sin las instituciones del Estado embebidas de las políticas nacionales y del sentido soberano de la nación como conciencia y destino, el pacto democrático de pueblo y dirigencia sería inoperante. Debe ser la casa común de todos los consensos. Más allá de las políticas, debe ser la referencia de nuestros sueños como nación y permanente convocatoria a una visión anagógica, trascendente, de la continuidad existencial del pueblo, como resultado histórico de principios, luchas y voluntad de destino.
Escritor y diplomático